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La democracia también se hizo en el campo: un libro desmonta los estereotipos del sur de España

Una investigación desarma el tópico que vincula el medio rural al subdesarrollo y revisita su papel en la Transición

Ocupación en 1983 de la finca Las Penas, en Paterna del Campo (Huelva), por jornaleros de CC OO y del MC.
Ocupación en 1983 de la finca Las Penas, en Paterna del Campo (Huelva), por jornaleros de CC OO y del MC.Pablo Julia
Ginés Donaire

La realidad agraria andaluza se ha etiquetado y asociado con el atraso, la inercia, la apatía, la dependencia, el subdesarrollo o el caciquismo. Sin embargo, esos estereotipos han entrado en permanente contradicción con la modernidad, el avance y el progreso del medio agrario y rural andaluz en las últimas décadas, como ponen de manifiesto las cifras macroeconómicas y demuestra una investigación realizada por Salvador Cruz Artacho, catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Jaén.

“El espacio agrario y la sociedad rural andaluza ofrecieron durante todo el siglo XX una imagen bien diferenciada de aquella fotografía que la definía y caracterizaba en términos de atraso, dependencia e inmovilismo”, sostiene el profesor y autor del libro Ni rebeldes, ni primitivos, que analiza la evolución del sindicalismo agrario en Andalucía y su contribución a la construcción de la democracia.

Cruz Artacho admite que durante buena parte del pasado siglo se constataron episodios de rebeldía y expresiones violentas de protesta que profundizaron en el viejo estereotipo de la “rebeldía primitiva” asociada en buena medida a la historia de la movilización rural. “Pero estos episodios no fueron ni la norma, ni lo más destacado de unas movilizaciones que ofrecieron durante este largo período no sólo una imagen más plural y poliédrica, sino también cambios y adaptaciones en sus formas de expresión”.

El libro, editado por la Fundación para el Desarrollo de los Pueblos de Andalucía (Fudepa) y el sindicato UGT, examina el papel que tuvieron las protestas y movilizaciones campesinas y jornaleras en la apertura de espacios de libertad, conquista de derechos y cambio en los comportamientos políticos y electorales en la Andalucía de las primeras décadas del siglo XX.

“Se demuestra que también aquí existe una historia oculta de la democracia que bien vale la pena destapar y destacar, por la relevancia real que tuvieron estas zonas oscuras en la promoción de espacios, hábitos y culturas democráticas, así como en la conquista y construcción formal de la democracia”, indica el autor de esta investigación, que apuesta por un relato renovado de la historia de la Andalucía contemporánea, “convenientemente alejada de tópicos y mitos del pasado”.

“Estos clichés, muy arraigados en el imaginario cultural e identitario español, siguen apareciendo en los relatos sobre el pasado, colocaron a Andalucía en un lugar subalterno de la modernidad y aún se resisten a desaparecer”, subraya.

Las características históricas de Andalucía, durante mucho tiempo una región agraria y débilmente industrializada, la convirtieron en el paradigma de ese relato. “El latifundismo, la miseria, el analfabetismo y la polarización social incapacitaron a sus habitantes para la participación política, estando ausentes de los procesos de democratización a lo largo del siglo XX. Un territorio dominado por señoritos indolentes, despreocupados de las innovaciones agrarias, que llevaban una gestión rutinaria de sus ingentes patrimonios y que fueron el sostén principal de los regímenes autoritarios dominantes en el panorama político español”, explica Cruz Artacho.

Ni rebeldes, ni primitivos supone, pues, un golpe definitivo a los tópicos que han marcado la historia política de Andalucía y, en buena medida de España. La investigación pone de relieve varias evidencias empíricas que reflejan un panorama más complejo del campo andaluz, menos estereotipado del descrito por la historiografía española, y que se extienden a la lucha por la democracia en los últimos años del régimen franquista.

Así, el autor pone de manifiesto el papel activo que el campo andaluz jugó durante los primeros años de la Transición. Las llamativas modalidades de movilización jornaleras en pos de la reforma agraria fueron las de mayor resonancia pública, pero tampoco contribuyeron a desterrar los mitos.

“La lucha por mejores condiciones de vida y por la tierra, asociada muchas veces a la pelea por el logro de fondos para el empleo comunitario y el subsidio agrario fueron utilizadas para perpetuar el mito creando otro similar, el mito de la Andalucía subsidiada”, escribe en el prólogo del libro el historiador Manuel González de Molina, catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad Pablo de Olavide de Sevilla. A su juicio, “el papel clave que las movilizaciones, no solo jornaleras, jugaron en la democratización efectiva del país, contribuyó decisivamente al desmontaje del andamiaje político y clientelar que sostenía el régimen franquista y desempeñaron también un papel fundamental en el logro de la autonomía plena para Andalucía”.

Transformación del campo andaluz

Un guardia civil cortaba en 1983 las cadenas de un jornalero en la finca Las Penas de Paterna del Campo (Huelva), tras su ocupación.
Un guardia civil cortaba en 1983 las cadenas de un jornalero en la finca Las Penas de Paterna del Campo (Huelva), tras su ocupación.Pablo Julia

El campo andaluz ha sufrido profundas transformaciones desde comienzos de los años noventa, justo cuando entró en vigor la Política Agraria Común (PAC) y el destino de la agricultura andaluza se unió al del resto de la agricultura comunitaria. “Estas transformaciones han acabado cambiando no sólo la faz de la agricultura andaluza, sino también el tamaño y la composición de los pueblos de Andalucía”, señala González de Molina, tras precisar la orientación neoliberal de la PAC.

El crecimiento de la agricultura andaluza en las últimas décadas se pone de manifiesto con datos como que la producción de la rama agraria representa el 2,9% de la producción total de la Unión Europea y el 25,1% de la estatal. Además, es la primera comunidad por valor exportado de productos agroalimentarios y la que más trabajadores mantiene ocupados en el sector agrario.

Ahora bien, los autores de esta investigación advierten de que la agricultura andaluza, como la española, se encuentran en una encrucijada, enfrentadas a la emergencia climática y a la crisis irreversible del modelo industrial que ha predominado en las últimas décadas. “Un modelo que ha demostrado su incapacidad para proporcionar un ingreso suficiente a los agricultores y, al mismo tiempo, está deteriorando la base de los recursos naturales sobre el que se asienta”, indican.

El sector agrario ha crecido y sigue creciendo a costa de la destrucción de empleo, principalmente por culpa de la mecanización del campo. Pero la caída laboral ha sido también producto del abandono de la actividad y de la desaparición de explotaciones. Los titulares de explotaciones agrarias están cada vez más envejecidos, con una media de edad de 61,4 años, y lo peor es que no hay relevo generacional. “Este proceso de destrucción de explotaciones familiares es el que explica en buena medida la despoblación rural y la llamada España vacía, fenómeno que también afecta a Andalucía”, indica Manuel González de Molina.

Para el ministro de Agricultura, Pesca y Alimentación, Luis Planas, durante décadas se ha omitido la aportación del sindicalismo agrario del sur de España a la construcción de un sistema de convivencia democrática. Y resalta que “el ostracismo formó parte de la represión que los trabajadores rurales organizados sufrieron, tanto durante la guerra como en la cruenta dictadura posterior”. Además, tiene un recuerdo especial hacia las mujeres del campo que, a su juicio, “ocupan el lugar del olvido dentro del olvido”.

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