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Cientos de ‘rulas’, cristal, rayas de coca y ‘tusi’ antes del robo que acabó en el triple crimen de Chiloeches

El juicio por el asesinato de un matrimonio y su hija en Guadalajara en 2024 muestra la sórdida vida ligada a las drogas de los tres acusados, su coartada

Crimen Chiloeches
Patricia Ortega Dolz

Escuchar en la sala de vistas de la Audiencia Provincial de Guadalajara a Fernando Peña, de 26 años y principal acusado del triple crimen de Chiloeches, y a sus presuntos cómplices y amigos “de fiesta”, los primos David Moreno Álvarez y Cristian Borja Moreno, de 27 y 25 años, es como visionar una versión actualizada de El Pico, la icónica cinta del cine quinqui español de los años ochenta.

Los tres amigos pertenecen a la llamada “mafia de Pioz”, un pueblo de Guadalajara de 5.200 habitantes, a 14 kilómetros de Chiloeches. Se trata de una suerte de turba de jóvenes agitados desde la adolescencia por un consumo frenético de drogas y con afición a las artes marciales. Peña, apodado El Pelirrojo y nieto de un exalcalde del pueblo, ejercía de líder del grupo con un amplio rosario de antecedentes por robos con fuerza, estafas, conducción sin carnet, desobediencia, resistencia... David, que vivía con sus abuelos, sin oficio ni beneficio y que había sido tratado por su adicción a las drogas, era uno de sus acompañantes habituales en sus fechorías y altercados a cambio de drogas. Y Cristian, aunque en teoría no se drogaba, y tiene reconocida una discapacidad del 61%, era “uña y carne” con su primo David, además de ser el novio de Laura, una de las tres víctimas. La imagen de los tres, cabizbajos y sentados formalmente junto a sus abogados en la sala, y los relatos de sus vidas muestran las dos caras de una verdad que debe de ser desentrañada ahora, y hasta este miércoles 19 de noviembre que finalice el juicio oral, por un jurado popular.

- Necesito 30 euros porque le debo 400 a un chungo.

- Llevo seis horas sin coca, tú no habrías aguantado tanto.

- Necesito un tiro y una copa

- Tengo que vender las rulas a dos euros.

- Tengo que pagar al menos 300, voy a vender unos sopletes.

- No sé a quién pedir 25 putos euros fiaos.

- ¿A cuánto consigues la keta y el cristal?

- Si ves al Yasin flipas, casi se nos muere con el Tusi

- Ojalá hubiera un bizum de drogas.

- Hoy solo me he metido una punta. Necesito 50 urgente.

Son algunos de los cientos de WhatsApp intercambiados por los encausados en los días previos al crimen del 13 de abril de 2024 cuando fueron asesinados el matrimonio compuesto por Ángel Villar y Elvira Fernández, de 52 y 53 años, y la hija de ambos, Laura Villar, de 22 y pareja de Cristian, procesado por presuntamente proporcionar información sobre una colección de relojes y dinero que el padre guardaba en la casa, principal objeto de un robo planeado.

- Yo no informé de nada, fue en una conversación de bar en la que estaba presente Fernando, que Laura habló de la colección de relojes de su padre por uno que me habían regalado a mí los míos por mi cumpleaños”—, se ha defendido Cristian, que manifestó en varias ocasiones dificultad para entender las preguntas del jurado. No obstante, los mensajes entre él y Fernando evidencian que habían pensado en asaltar la casa de los padres de su novia mientras él se la llevaba a cenar. Pero todo se precipitó la madrugada de aquel sábado.

Fernando, que ha exculpado a los dos primos y ha asumido la responsabilidad de las muertes por las que la Fiscalía y la acusación le piden prisión permanente revisable, ha asegurado que él solo iba a robar y a irse rápido. Ha dicho que creía que no había nadie en la casa (pese a que Cristian no se lo confirmó) y que llevaba una bayoneta (con la que mató a las víctimas) por costumbre. Cosió a puñaladas a los tres miembros de la familia con los que se topó. Le asestó 29 cuchilladas al padre, con el que forcejeó en el dormitorio principal; 14 a la madre, que se encontraba en la cama. Y siete a la hija, cuando trataba de huir por las escaleras.

-Yo empecé a darle a todo lo que se movía y gritaba, ha justificado.

El hijo menor del matrimonio, Yeray Villar, entonces con 21 años, logró escapar de la casa aquella noche por la ventana de su habitación, en la planta baja, tras escuchar golpes y gritos de su padre en la planta de arriba y ver a su hermana tirada en la escalera del chalet familiar, dentro de la urbanización privada y cercada Medina Azahara.

-No puede estar pasando, se le escucha decir, incrédulo y en voz baja, en la grabación de los servicios de emergencia 112, cuando llamó en estado de shock para pedir ayuda, mientras huía aterrorizado de la vivienda.

-Yo dejé a Fernando allí de madrugada, a unos 100 metros de la garita de entrada de la urbanización, y me fui con el coche de su madre, aunque no tengo carnet... Supuse que iba a explorar la zona para robar más adelante, ha declarado por su parte David Moreno, para la fiscal, “el cómplice”, y para la acusación, “cooperador necesario”.

Todo de golpe

En el transcurso de sus declaraciones y las de los peritos y testigos en las sesiones del juicio, ha ido quedando al descubierto la sórdida realidad en la que vivían los acusados. Sus relatos han adentrado a los presentes en la sala en un submundo tremendamente tóxico en el que las pastillas de éxtasis se llevan en bolsas de plástico por cientos y se comen como caramelos de menta, al igual que los tranquimacines o los transilium. Han sumergido a los oyentes en una cotidianidad paralela en la que todo consiste en conseguir más droga a toda costa, más cocaína, más tusi (“Two C” o cocaína rosa), más cristal (MDMA), más ketamina, más lo que sea. Una suerte de presente absoluto del exceso, de día o de noche, en el que no se esnifa el estupefaciente con un inhalador, sino que “se mete el hocico en la bolsa”, directamente. “Meterse cuanto más mejor” es el único objetivo de quienes se han dejado por el camino los estudios, la familia, el trabajo, las vidas de otros y la libertad... Metérselo “todo, hasta que se acabe”, “de golpe”, e ir a buscar más. No hay más ni mayor sentido vital en ese túnel de ansiedades. Pero lo más controvertido de este caso es que esa vida desenfrenada es ahora también la principal coartada de los acusados.

-Lo hice porque estaba histérico, loquísimo, iba hasta arriba, si no, no lo habría hecho, declaró el viernes pasado Fernando, que se dejó el arma y su propio teléfono móvil en la casa y perdió parte del botín en su huida; pero que también prendió fuego al chalé para borrar huellas antes de salir; y posteriormente escapó con su novia y se ocultó en un hostal de Daganzo, donde le detuvo la Guardia Civil.

En su relato de la secuencia de hechos, tanto el que hizo ante los forenses el 16 de abril de 2024 tras ser detenido, como en los realizados posteriormente, Fernando detalla todos sus movimientos y pensamientos antes de liarse a puñaladas con los moradores de la vivienda. Y también describe pormenorizadamente lo que hizo después, pero asegura no recordar apenas nada (“solo flashes”) de los momentos en los que dio muerte a Ángel, Elvira y Laura. Solo recuerda que Ángel se le abalanzó cuando estaba hurgando en un cajón y le golpeó fuerte. La forense del juzgado ha calificado esa memoria selectiva como una “amnesia instrumental”, mientras que la psiquiatra de la defensa ha concluido que esa errática actuación evidencia una clara afección por las drogas.

Planes, raya a raya

Fernando y David venían de haberse metido “grandes cantidades” de drogas en los días previos a los hechos, juntos y por separado. Fernando recuerda perfectamente que llamó a David sobre las 23.00 de ese viernes, como tantas otras veces, para que le acompañara en sus planes para conseguir más droga o más dinero para droga.

Ambos han recordado que, mientras bebían y se drogaban aquella noche, en el coche conducido por Fernando, sin rumbo fijo, raya a raya, gramo a gramo, volvieron a pensar en la idea de dar un vuelco (robarle la droga) a un narcotraficante de un municipio cercano, pero lo descartaron por peligroso. Después, Fernando propuso robar una escalera en la urbanización El Bosque —según paraban allí para meterse otras rayas—. Su idea era subir por la escalera hasta un piso que tenían fichado en Pioz de gente con dinero. Lo desestimaron también porque no tenían claro cómo hacerse con la escalera. En esa narcótica ruta, al pasar por un cajero de La Caixa, pararon, se metieron “otros tiros” (esnifaron más rayas de cocaína), y a Fernando se le ocurrió esperar a que viniera alguien y “sacarle el pin de la tarjeta a navajazos” para desvalijarle la cuenta. La idea tampoco prosperó. Así que retomaron el plan del asalto a la casa de los padres de Laura, hablado y aplazado muchas veces, y se dirigieron a la urbanización Medina Azahara. Pero David dejó allí a Fernando y se fue, así lo certifican los posicionamientos de su móvil. Del mismo modo que posicionan uno de los teléfonos de Cristian en la urbanización hacia las 2.00 de la madrugada, cuando este, que no contestó las llamadas de Fernando, pudo sospechar que podía estar “liándola” y acercarse para comprobarlo.

“Claramente, no es el robo del siglo”, concluyó el principal abogado de la defensa, que aunque asume la responsabilidad de las muertes de su cliente, entiende que fueron fruto de un “arrebato” por su adicción a las drogas. Al jurado le queda ahora la difícil tarea de resolver si ese frenético consumo de estupefacientes puede explicar tres muertes y 50 puñaladas y atenuar las penas de los acusados.

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Sobre la firma

Patricia Ortega Dolz
Es reportera de EL PAÍS desde 2001, especializada en Interior (Seguridad, Sucesos y Terrorismo). Ha desarrollado su carrera en este diario en distintas secciones: Local, Nacional, Domingo, o Revista, cultivando principalmente el género del Reportaje, ahora también audiovisual. Ha vivido en Nueva York y Shanghai y es autora de "Madrid en 20 vinos".
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