Vox se ‘podemiza’: mensajes y contradicciones de la estrategia ultra para captar voto “popular”
El ascenso de un portavoz de Vivienda que envuelve su discurso antiinmigración con retórica izquierdista profundiza en una línea que acerca a Abascal a Le Pen


Escena 1. Acto de Vox en Sevilla, marzo de 2015. En la calle Asunción, en Los Remedios, Santiago Abascal se sube a un banco para pedir con un megáfono el voto por la unidad de España en las autonómicas andaluzas de unos días después. Con una camisa que le asoma por el cuello del jersey marroncito, parece mimetizarse con la estética del barrio de la derecha de clase alta local por antonomasia, donde el líder de Vox apenas concita la atención de un puñado de viandantes.
Escena 2. Acto de Vox en Madrid, este mes. En un auditorio de Aluche, barrio con una composición marcada por las oleadas migratorias del desarrollismo y una larga historia de lucha vecinal, sube a la tribuna un joven de aire desaliñado, con un pendiente en una oreja. Ante una multitud, hila un discurso que empieza por elogiar a los barrios “peleones”, sigue por exaltar las “clases populares”, transita por la nostalgia de los tiempos en que los “hijos de la clase obrera” prosperaban y desemboca en un diagnóstico sobre el mercado de la vivienda. Madrid, dice, se ha convertido en el “patio trasero de los ricos del mundo”, porque PP y PSOE le han puesto “alfombra roja a los fondos” y a los “buitres”. Frente al “consenso en las plazas”, lamenta, hay una “oligarquía” que “ha convertido un derecho en un auténtico lujo”.
Entre ambas escenas han pasado diez años, los que van de un partido que quería irrumpir en la política española acudiendo a un feudo del PP con un discurso españolista frente al procés, a la tercera fuerza del Congreso, que sube en las encuestas con un mensaje antipolítico y xenófobo y aún aspira a subir más mediante el uso de múltiples recursos directamente tomados del léxico habitual de la izquierda alternativa, singularmente de Podemos, en especial en su primera etapa.
En el discurso habitual del joven del pendiente, Carlos Hernández Quero (Madrid, 34 años), portavoz de Vivienda de Vox, hay mucho de ese repertorio: las “calles”, “plazas” y “barrios” como lugares de forja de un “sentido común” que trasciende ideologías, las “élites” como encarnación del villano. Pero la podemización no acaba ahí. Los dirigentes de Vox cargan a diario contra la “casta” y el “bipartidismo”. Cuanto más nuevo es el dirigente, más claro tiene el libreto. Las políticas verdes son, dijo en octubre la líder de Vox en Madrid, Isabel Pérez Moñino, un expolio de la “casta bipartidista” a las “clases trabajadoras”.
Esa veta populista, que disimula el núcleo ultraconservador tras una retórica con toque izquierdista, no es nueva en Vox. Incluso ha habido amagos de pugnar por la herencia del 15M, como con su campaña de 2020 “15M, seguimos indignados”. Pero era una veta estrecha, hecha de elementos secundarios. Ya no, ahora es la principal. “Ha habido una atenuación de los elementos más liberales, como la reducción de impuestos, que están en segundo plano”, afirma Ismael Seijo, investigador en Ciencias Políticas de la Universidad de Barcelona, que ha estudiado la evolución del discurso de Vox sobre vivienda, de cuya escasez el partido culpa a la inmigración, con lo que logra aunar los dos problemas que más inquietan a los españoles según el CIS.
Porque, a juicio de Seijo, toda la lógica de este cambio en Vox es electoral. “Para gobernar necesitas a las clases populares y a las clases medias depauperadas”, señala. Y para eso, añade, complementa el discurso antiinmigración con el “antiestablishment”, que en el caso de la vivienda se traduce en una crítica “muy filtrada” a la élite económica “para dirigirse a los fondos extranjeros”, sin apuntar contra capitales españoles.
La conversión de Vox en lo que algunos llaman un partido rojipardo —con valores ultraconservadores, ropajes antisistema y guiños obreristas— ha recorrido una serie de hitos. En 2020, el partido creó su sindicato, Solidaridad. Ya en la pasada legislatura, arrancó un fenómeno que culminó tras las elecciones de 2023: fue ganando peso el sector personificado en el excandidato falangista Jorge Buxadé, en detrimento de figuras del ala ultraliberal como el ex portavoz Iván Espinosa de los Monteros o los ya exdiputados Víctor Sánchez del Real y Rubén Manso.
Durante el ascenso del sector integrista nació Revuelta, un grupo juvenil vinculado a Vox que convirtió en divisa el lema “solo el pueblo salva al pueblo”. Uno de sus referentes, Pablo González, se presenta como un defensor de los “obreros” y critica a la “burguesía”. Esa es también parte de la retórica clásica del exdirigente del partido neonazi Movimiento Social Republicano Jordi de la Fuente, que en marzo fue elevado a secretario general de Solidaridad, desde donde se presenta como un “currante cabreado” en defensa de la “clase obrera”.
Un hito decisivo: en 2024, Vox rompió con el grupo europeo de Conservadores y Reformistas, el de la italiana Giorgia Meloni, y se unió a Patriotas por Europa, del húngaro Viktor Orbán y la francesa Marine Le Pen, la líder ultra “más abierta en su retórica a favor del Estado y de los trabajadores”, al frente de un partido que adopta además “un fuerte discurso antiglobalización” desde que lo lideraba Le Pen padre, explica el politólogo holandés Cas Mudde, profesor en la Universidad de Georgia, en EE UU, y experto en extrema derecha. Mudde añade que las principales ultraderechas de Países Bajos y Austria, también en Patriotas, completan el podio de las que más tratan de presentarse como “defensoras del bienestar social”.
Contradicciones
Otras maniobras de Vox, como la renuncia de Abascal al palco de autoridades en el Día de la Hispanidad para seguir el desfile en Madrid entre la gente, han abundado en esa impresión de partido alejado del “sistema”, otra palabra de moda en la formación. Pero ha sido el ascenso de Quero, que ha sustituido al dirigente Javier Ortega Smith como portavoz adjunto en el Congreso, el movimiento que más ha llamado la atención.
Hijo de juez, profesión poco asociada a la condición de chico “de barrio” con la que se presenta, Quero ha viralizado un mensaje sobre vivienda que no se mueve de la línea de Vox, dirigida a la culpabilización del inmigrante y sin análisis de conflictividad de clase, pero que está salpicado de palabras típicas de la izquierda. Y que ha aflorado contradicciones. El mismo Vox que exalta al “obrero” se ha opuesto a la derogación del despido por baja médica o a la reducción de la jornada laboral. Mientras promociona a Quero, que se presenta como adalid de la “justicia social”, Vox apoya a Javier Milei, para quien la “justicia social” es “aberrante”. Vox no respondió a EL PAÍS para este artículo.
La estrella emergente de Vox no deja indiferente a nadie. Desde parte de la derecha, a Quero se le critica por usar marcos de la izquierda. “Madrid ya tiene su Carmeno [en referencia a Manuela Carmena]”, escribió en X compartiendo el vídeo con el discurso de Quero en Aluche Juan Luis Steegmann, un exdiputado de Vox que ahora es muy crítico con Abascal, al que acusa de llevar al partido por una senda “neofalangista”. Desde la izquierda, se le achaca inconsistencia, entre otros motivos por culpar a la inmigración del alza de la escasez de vivienda mientras propone “un regreso al ciclo inmobiliario” previo a la Gran Recesión “que solo fue posible gracias a las remesas de mano de obra inmigrante”, subraya Lórien Gómez, compañero de investigación de Ismael Seijo en Barcelona.

Fuerza en la clase obrera
Estas contradicciones no frenan a Vox, que no solo sube en las encuestas, sino que se hace fuerte en espacios asociados a la izquierda. En el último CIS, era el partido con mayor intención de voto entre trabajadores de dos de la seis categorías remuneradas más bajas —servicios y comercio; y oficiales, operarios y artesanos— y segundo en otras tres —agricultura; ocupaciones elementales; y operadores de maquinaria—. El partido supera al PP en intención de voto entre quienes se perciben como clase media baja, clase trabajadora/proletariado y clase baja/pobre.
Con experiencia en análisis comparado de estos partidos, Cas Mudde indica que la razón por la que la extrema derecha minimiza el coste de sus incoherencias es que “la gran mayoría de sus votantes la apoya más por su programa sociocultural que por el socioeconómico”. Seijo añade que el uso de la inmigración como “chivo expiatorio” le sirve para sortear esas contradicciones no solo al hablar de vivienda, sino en general de ayudas públicas, que casi siempre llegan —dice Vox— a quienes “no se apellidan Martínez, García o Fernández”, en expresión de Quero, exalumno del ISSEP, la escuela de formación que vincula a Vox con el lepenismo francés.

El politólogo Eli Gallardo, autor de El año que votamos peligrosamente (Rapitbook, 2024), que ha analizado los cambios en la política española provocados por los partidos nacidos tras la Gran Recesión, coincide en la importancia que el discurso xenófobo tiene para que Vox cuadre el círculo rojipardo. “Desde el otro lado del eje ideológico, Vox repite parte de lo que hizo el primer Podemos: poner el énfasis en un diagnóstico negro que caliente a la audiencia, patear el tablero y dibujar uno nuevo con un discurso neopopoulista, marcando la agenda no con las propuestas, sino señalando la gravedad del problema y a sus culpables”, señala. Ahora bien, en el caso de Vox, la principal culpa recae sobre los inmigrantes, lo que constituye la diferencia más radical de las muchas que hay con Podemos.
Una estrategia extendida
Abascal, que dio otra pista sobre su deseo de aparentar transversalidad presentando al excomunista Ramón Tamames en su moción de censura en 2023, no está inventando la pólvora con toda esta estrategia. El uso de recursos de la izquierda es típico de la extrema derecha, incluida Aliança Catalana, la más europea de las ultraderechas en España. En ocasiones, es en forma de guiños, provocaciones. Si Meloni ha citado al cineasta Pier Paolo Pasolini y al cantautor Fabrizio de André, figuras situadas a la izquierda, su compatriota Matteo Salvini encabeza su autobiografía con una cita del histórico comunista Antonio Gramsci y ubicó la sede romana de la Liga en la Via delle Botteghe Oscure, donde el PCI había tenido su cuartel general. Otras veces, las apropiaciones son más profundas. Le Pen no solo ha fichado a figuras de la izquierda, como el exmilitante trotskista Fabien Engelmann, sino que se ha apoyado en el gramscismo derechista de la nouvelle droitte para crecer por la izquierda.
Pese a la fascinación por el lepenismo de figuras clave de Vox como el asesor Kiko Méndez-Monasterio, Abascal sigue lejos del nivel de desarrollo de esta estrategia en Francia. Es más, a Cas Mudde le parece que Vox llega tarde, tras años “encerrado en su burbuja”, sin seguir el camino transitado por muchas fuerzas de su familia, que “comenzaron con posturas más derechistas en temas socioeconómicos y acabaron adoptando discursos de nacionalismo económico y asistencialismo”. Eso sí, el coautor de La ultraderecha hoy (Paidós, 2021) recalca que, una vez en el poder, sus medidas nunca son “redistributivas”. “No buscan quitarles recursos a los nativos ricos, sino a los inmigrantes pobres, sin contribuir a una sociedad más igualitaria”, sostiene.
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