Identificada una joven fallecida en un homicidio ocurrido en Asturias hace 34 años
Las nuevas técnicas de ADN permiten poner nombre a la chica de 24 años vecina de Avilés que murió en 1991 y cuya desaparición se denunció cinco años más tarde


Ocurrió hace 34 años, el 6 de enero 1991, y hasta este año la Guardia Civil de Asturias no había podido identificar el cuerpo de la víctima de un asesinato conocido como el crimen de Reyes. El reconocimiento del cadáver ha sido posible gracias a nuevas técnicas científicas y hoy se sabe que se trataba de una joven de 24 años y vecina de Avilés, cuya desaparición no fue notificada a las autoridades hasta cinco años después, cuando su madre presentó una denuncia por su desaparición. Desde 1990 no se conocía el paradero de su hija, cuando la dejó al cuidado de su nieta y no volvió a casa.
Las primeras gestiones que realizaron los agentes no llevaron a ninguna conclusión que diera con el paradero de la joven, por lo que el caso quedó registrado en los archivos policiales de personas desaparecidas, que son revisados regularmente cuando se aporta alguna pista o nuevo indicio.
Fue precisamente en una de estas revisiones —llevada a cabo en mayo del pasado año tras el análisis de nuevos métodos de identificación— cuando los agentes contactaron con la familia para tomar muestras de ADN y en junio, volvieron a tomar una muestra a la hija de la desaparecida, ya que la abuela había fallecido.
Crimen de Reyes
Paralelamente a este proceso, los agentes llevaron a cabo gestiones y un estudio pormenorizado del caso, lo que les derivó a una noticia publicada en un periódico asturiano en la que se relataba el homicidio de una mujer en la localidad de Barros (Langreo). Fue encontrada apuñalada y enterrada en cal viva. Este suceso fue investigado por la Policía Nacional de Langreo, que detuvo a una persona de dicha localidad, cuya pareja, tras una discusión, confesó la autoría a los agentes.
El autor, un camionero de La Felguera (concejo de Langreo) de 36 años, fue detenido en 1995, pero siempre aseguró que no conocía la identidad de la víctima. Según su versión de los hechos, recogió a la joven cuando hacía autoestop en Oviedo y, en su relato a los agentes, afirmó que ella intentó robarle, lo que provocó un forcejeo entre los dos, momento en que la acuchilló. Seguidamente, la metió en el maletero y circuló hasta Barros, donde le contó lo sucedido a su pareja. Tras comprobar que la víctima había fallecido desangrada en el maletero, ambos decidieron enterrar el cuerpo en cal viva donde permaneció oculto hasta octubre de 1995.
Debido al deterioro de los restos de la víctima encontrados, no fue posible su identificación, pero sí se pudo realizar un retrato robot que fue publicado en los medios de comunicación. El cotejo del retrato robot de la víctima del homicidio y una foto aportada por los familiares de la desaparecida tenían ciertas afinidades que podían confirmar una correlación entre ambas. Con estos indicios, la colaboración de Guardia Civil y agentes de la Policía Nacional que participaron en la investigación del crimen, permitieron dar con los restos existentes de la fallecida, que se hallaban en el Departamento de Biología del Instituto Nacional de Toxicología y Ciencias Forenses de Madrid, donde fueron remitidos en su día.
Debido a que la técnica de análisis de ADN realizada en el año 1995 y la que se realiza hoy en día es diferente, fue necesario una nueva prueba que esta vez sí determinó que los restos óseos hallados en 1995 se correspondían con los de la persona desaparecida.
De esta manera se ha logrado poner nombre y apellidos a la víctima del homicidio y comunicar a su hija y a sus familiares su paradero tras más de 34 años de búsqueda.
Caso similar en Ribadesella
La identificación del cadáver de esta joven es un relato que corre paralelo en el tiempo a la búsqueda de una madre y una hija en 1987 en León, cuyos cuerpos se sospecha que pueden estar desde entonces en el interior de un vehículo hundido hace 38 años en el fondo de la balsa de una antigua mina de la localidad asturiana de Ribadesella.
María Trinidad Suárdiaz, de 27 años, y Beatriz, su bebé de 13 meses, desaparecieron en 1987 en Matadeón de los Oteros, en León, lugar en el que residía la familia, después de que ella interpusiera una denuncia por maltrato contra su marido, Antonio María de Silva, conocido como El Portugués.
Y aunque los hechos están prescritos, no haya familiares vivos de las dos desaparecidas salvo el marido y padre que se encuentra ingresado en una residencia para mayores en Zamora, y el fracaso de las anteriores reactivaciones del caso, la Unidad de Delincuencia Especializada y Violenta (UDEV) con sede en Gijón ha pedido a la jueza de instrucción número 4 de Gijón que reabra el caso al haber encontrado una nueva línea de investigación cuyo objetivo se centra en la balsa de una explotación cerrada de fluorita en Berbes (Ribadesella).
En ese lugar, los buzos de la Policía Nacional han localizado al menos dos vehículos en los que se sospecha, a raíz de testimonios de vecinos, que podrían estar los cadáveres de Maritrini, como llamaban a la madre, y de su hija. Ante la imposibilidad de extraerlos, la UDEV solicitó la reactivación judicial del caso a lo que la magistrada Ana López Pandiella, titular del Juzgado de Instrucción número 4 de Gijón, aceptó y hace dos semanas dictaba un auto en el que ordena disponer los medios necesarios para continuar los trabajos en la balsa de la bocamina de Berbes.
La jueza pidió la colaboración de cuantas entidades y organismos se estimen precisos, “en aras a realizar la búsqueda de restos humanos o cualesquiera otros que pudieran corresponder con las desaparecidas”. Unos trabajos que aún no han comenzado y para los que la Policía considera que será necesaria la intervención de la Unidad Militar de Emergencias (UME) o de una empresa especializada.
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