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Los partidos convierten la inmigración en un arma electoral

El creciente protagonismo de los extranjeros en el debate público favorece a la extrema derecha. Parte de la izquierda hace autocrítica y reconoce su omisión

El líder de VOX, Santiago Abascal, y el del PP, Alberto Núñez Feijóo, en la bancada del Congreso, en marzo pasado. Feijóo propone un visado por puntos para inmigrantes condicionado a trabajos donde “falta mano de obra” y con una “cultura” próxima.
María Martín

La inmigración ha pasado a ocupar el centro del debate político en España. Ya no somos una excepción: como en Estados Unidos, Reino Unido, Francia, Italia, Países Bajos o Alemania, el tema se ha convertido en una de las principales preocupaciones del país y se han impuesto discursos racistas y restrictivos. Hoy está presente en el Congreso, en los parlamentos autonómicos y en las conversaciones de la calle. Y será, sin duda, uno de los grandes asuntos de las próximas elecciones. Y los partidos —sobre todo de la derecha— se están armando para sacarle votos.

Solo la semana pasada, el Congreso celebró tres debates sobre inmigración, mientras el PP, siguiendo la estela de Vox, la ha situado en el corazón de su estrategia. Este domingo, el partido de Alberto Núñez Feijóo presentó en Murcia un plan migratorio con el que aspira a marcar su campaña. “La inmigración será un tema crucial en los próximos años porque interpela directamente a la seguridad, la cohesión social y la igualdad entre españoles”, señalan fuentes populares. Es un tema recurrente cada semana que, además, ha roto las lógicas partidistas. Podemos vota con Vox y PP contra la delegación de competencias, mientras que Vox vota con Junts para limitar los permisos de paternidad a los temporeros extranjeros.

Nunca se había hablado tanto de inmigración. Hace unos años, cuando Jon Iñarritu metía en su agenda viajes a Melilla “era visto como un friki”, recuerda el diputado de EH-Bildu. “La percepción era que solo estaba allí para molestar, no porque la inmigración importase”, explica. “Durante mucho tiempo, solo algunos le prestábamos atención. El asunto no era mainstream”, mantiene Iñarritu. Como él, otros diputados que se ocupaban de este tema en sus partidos complementaban sus carteras en ámbitos considerados más relevantes, como Defensa o Transición Ecológica. Ahora han ganado una relevancia inesperada.

La percepción de que la inmigración era un tema menor ha cambiado con rapidez. Es uno de los asuntos que más preocupa a los españoles. La visión de la inmigración como problema ha crecido durante la etapa de Pedro Sánchez. En septiembre de 2018, con Vox a punto de irrumpir electoralmente, la inmigración era citada como uno de los tres principales problemas del país por un 15,6% de los encuestados. Hoy alcanza el 20,7% y se sitúa como la segunda preocupación, solo por detrás de la vivienda, según el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS). La variable ideológica es determinante. Los votantes de Vox son los que más nombran la inmigración entre los tres principales problemas de España (46,9%), por delante de Junts (31,6%), el PP (26%), ERC (23,4%), PSOE (13,3%), Coalición Canaria (8,6%), Sumar (7,3%), Bildu (6,3%) y el PNV (5,2%).

“La realidad migratoria está ahora en la palestra, pero por los motivos equivocados, porque la inmigración es una oportunidad tanto para los países de origen como para los de acogida”, lamenta Luc André Diouf, Secretario de Políticas Migratorias y Refugiados del PSOE. “Hemos llegado a un punto en que, en el debate público, algunas percepciones y opiniones pesan tanto como los datos y eso desvirtúa la realidad”, añade el diputado.

Para Míriam Nogueras, portavoz de Junts, lo que se ha impuesto es precisamente “la realidad”. “Ya no puede ignorarse más el elefante en la habitación. El aumento demográfico es el que es y está haciendo que nos acerquemos a un colapso de los servicios públicos”, defiende la diputada de uno de los partidos que ha colocado la inmigración entre sus prioridades.

Cristina Valido, diputada de Coalición Canaria, lleva un par de años desgañitándose en el hemiciclo, aunque con un enfoque bien distinto. “Llevo toda la legislatura diciendo que este iba a ser el gran debate no solo en España, sino en la UE”, reclama. La formación de Valido, al frente del Gobierno canario, ha llevado el asunto al Congreso, día sí y día también, para exigir solidaridad en la acogida de menores migrantes. “A nosotros no nos gusta este debate desde el punto de vista electoral, sino para buscar soluciones y gestionar un fenómeno que no va a desaparecer”, explica la diputada.

A diferencia de otros países en los que hace años que la inmigración acapara la arena política, el tema en España despuntaba solo puntualmente. Por las muertes en las vallas de Ceuta y Melilla o por los repuntes de pateras en territorios lejanos para la mayoría de los españoles. Ahora, sin embargo, atraviesa muchos más ámbitos, mucho más complejos.

La inmigración ya no trata exclusivamente de cayucos. Ahora se cambian leyes para acoger a los menores extranjeros. Se negocia una regularización al tiempo que se exigen más expulsiones. Se denuncia el colapso del sistema de asilo, la reventa de citas y se condena la discriminación. Se propone limitar los permisos de residencia, mientras se reivindica la contribución de los extranjeros al PIB. Todo mientras los estallidos racistas como los de Torre Pacheco atemorizan a decenas de miles de extranjeros. Sobre la mesa hay además otros temas sensibles, debates aún inmaduros en España, como la libertad religiosa, el uso del hiyab o la guetización de los colegios públicos. Y mientras la ultraderecha, con eslóganes simples y duros, domina la conversación, parte de la izquierda calla.

“Cuando la inmigración pasa a ser un tema por el que compiten los partidos, al final no se habla de inmigración”, advierte Blanca Garcés, investigadora del Cidob (Barcelona Centre for International Affairs). “Acaba siendo pura instrumentalización, se polarizan posiciones, que muchas veces son solo eslóganes, y ni se habla de gestión, ni se construyen políticas públicas”, señala la experta.

La izquierda hace autocrítica. “Las derechas han logrado instalar la inmigración en la agenda del Congreso y convertirlo en altavoz de discursos de odio”, denuncia Vicenç Vidal (Sumar). “Y parte de la izquierda, además, ha renunciado a hablar por miedo a la penalización electoral”. El diputado de Podemos Javier Sánchez Serna comparte sus cuentas decepcionado. “En dos años de legislatura hemos debatido más de 30 iniciativas relacionadas con la inmigración, casi el doble de lo que hablábamos de educación, sanidad y pensiones”, ilustra. “La extrema derecha avanza y no solo impone su agenda, sino que fuerzas de la derecha tradicional, como Junts y PP, viendo cómo triunfa este marco, también están llevando estas propuestas al pleno. Mientras, las izquierdas hacemos a veces un discurso reactivo”, subraya Sánchez.

Los amigos de Gabriel Rufián, portavoz de ERC, nunca se habían interesado por la inmigración, pero ahora hacen comentarios sobre sus vecinos magrebíes que “jamás” habrían hecho antes. “El éxito de Vox no radica tanto en ganar elecciones sino en que imiten su discurso”, sentencia Rufián. “Y en parte también es culpa de una izquierda que intenta ignorar según qué asuntos. Pero si un problema es real, tienes que hablar de él”, reflexiona. “La izquierda tiene que recuperar el concepto de orden del que la derecha se ha apropiado. Orden en inmigración es una mejor acogida, más integración y evitar guetos”, detalla Rufián. “Es falso que no tengamos capacidad para recibir más inmigración, pero sí hay un reto de gestión e integración. Llegamos tarde, pero debemos empezar a hablar de esto y abrir debates incómodos. Y aquí va un ejemplo impopular: ¿Es razonable que un niño de ocho años deje de comer en el colegio durante el Ramadán?”, cuestiona.

El discurso antiinmigración es, para muchos, un recurso electoral. “Es una estrategia para desviar la frustración de las mayorías hacia la demonización de las minorías”, subraya la profesora Berta Chulvi, que analizó más de 2.000 discursos parlamentarios entre 1996 y 2016. Su conclusión es clara: la instrumentalización política de la inmigración arranca en 2006, durante la crisis de los cayucos, cuando el PP convirtió el tema en un arma contra el Gobierno de Rodríguez Zapatero. Hoy la estrategia se intensifica, liderada por la extrema derecha y amplificada por el malestar social. Pero Chulvi lanza un aviso: aunque eficaz en el “teatro de la política”, el discurso antiinmigración tiene pies de barro: “La mayoría de los ciudadanos sabe que España se paralizaría sin las personas migrantes”.

Con información de Ángel Munárriz

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Sobre la firma

María Martín
Periodista especializada en la cobertura del fenómeno migratorio en España. Empezó su carrera en EL PAÍS como reportera de información local, pasó por El Mundo y se marchó a Brasil. Allí trabajó en la Folha de S. Paulo, fue parte del equipo fundador de la edición en portugués de EL PAÍS y fue corresponsal desde Río de Janeiro.
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