Dentro de un pueblo desalojado de Zamora: “Fue como si salieras de una zona de guerra”
Abejera, una de las localidades más afectadas por los incendios, presenta una estampa fantasmagórica. Algunos vecinos vuelven sorteando a la Guardia Civil por vías alternativas


La aldea de Abejera, en la provincia de Zamora, está rodeada de campos que han mutado del amarillo al negro, fruto del fuego. Las calles de su minúsculo núcleo urbano, son hoy las de un pueblo fantasma. Pero no por la despoblación que azota esta zona de Castilla y León, sino porque sus vecinos tuvieron que salir con lo puesto cuando el incendio llegó hasta la primera línea de casas, en la tarde del martes. Hay ventanas que quedaron abiertas, botellas vacías de agua por el suelo y huele a quemado por todas partes. A lo lejos, entre los molinos de viento, seguían a las 20.00 horas de este miércoles las columnas de humo de los focos todavía activos. Pese a la lucha de los efectivos, las llamas alcanzaron cuatro o cinco inmuebles de Abejera. Un día después, sus muros de piedra calcinados están caídos y hay llamas aún candentes de paredes para dentro. Desde el interior de una de esas casas destrozadas, y entre el silencio, de pronto aparece José Antonio Andrés, de 74 años. Tiene las manos negras, como el campo que le rodea. Y que le vio nacer.
Andrés es un hombre de baja estatura, con pantalones azul marino y camisa de manga corta celeste. Albañil antes de jubilarse, este vecino de Abejera rehusó abandonar su casa pese a la orden de evacuación y se pasó toda la noche intentando sofocar las llamas con una manguera y con cubos. Su hogar se salvó, no así el de su suegro, por el que deambula con la mirada perdida. “Libré mi casa porque me quedé; si no, se habría quemado”, asegura con lágrimas en los ojos, de un azul intenso como el de su camisa. Andrés no tiene muy claro ya cuándo se acostó a dormir este martes, después de su batalla contra las llamas, o siquiera si lo hizo. “La Guardia Civil me quería llevar, pero no le hice caso”, cuenta desnortado. Su cuñado es uno de los heridos de gravedad de esta localidad, una de las más afectadas. Mientras Andrés retira las gallinas muertas de la casa de su suegro, su cuñado está hospitalizado en Valladolid.
Unos metros más abajo, una decena de bomberos de la Junta de Castilla y León se agrupa para marchar de Abejera. La entrada a la localidad está cerrada por agentes de la Guardia Civil, pero hay quienes han sorteado a los efectivos por caminos alternos. Entre ellos, José María Folgado, de 50 años, pizarrista, que junto a su hermana y su mujer han regresado para echar de comer a sus animales. A Folgado la alerta del desalojo lo pilló recién levantado de la siesta, a las 18.00 del martes.

Mientras Folgado se desperezaba en el sofá, empezó a escuchar en la calle los avisos de desalojo, así como a varias avionetas sobrevolar la zona. En apenas 15 minutos después de las alertas, el pueblo tenía el fuego encima. Poco después, la nave de Folgado fue arrasada. Ahora queda en pie las paredes a media altura. Junto a ellas, y medio en shock, describe como puede sus sentimientos. “Ver el pueblo así y las casas que se han quemado... Se te cae el alma...”, resume con pocas palabras. “Lo raro es que no pasara más, fue como si salieras de una zona de guerra, en apenas unos minutos, ya no se veía nada, era todo humo”, apostilla su hermana Raquel, de 45 años.
En los alrededores del pueblo hay huertos con melones abrasados, una cría de gato solitaria y el cementerio con las paredes calcinadas. El desalojo se mantenía en la tarde de este miércoles, cuando también se vació el pueblo de Sesnández, a unos 20 minutos en coche, y también en la provincia de Zamora, cuya oleada de incendios se perfila ya como una de los mayores registradas en España. La carretera entre un pueblo y otro pueblo es una comarcal de doble sentido y sinuosa. El viento suena fuerte mientras desplaza el humo, que nubla la vista y pica en la garganta, al tiempo que las llamas continúan ardiendo a cada lado de la vía. Ahí, entre la niebla, una cuadrilla formada por bomberos profesionales y voluntarios se abre paso entre las cenizas.

Esos mismos voluntarios habían participado en las tareas de extinción un día antes en Abejera, junto a los efectivos de la Junta de Castilla y León y los agentes de la Unidad Militar de Emergencia (UME). Son un grupo de siete hombres y una mujer con edades de entre 25 y 40 años, que este miércoles habían vuelto al terreno ante la llamada de Óscar Puente, de 50. Todos habían sorteado también los piquetes de la Guardia Civil por vías secundarias. “No, no soy el ministro”, bromea el hombre, con igual nombre y apellido que el dirigente socialista envuelto en la polémica por sus ataques al Ejecutivo autonómico de Alfonso Fernández Mañueco. De estatura alta y piel recia, Puente está al frente de unas 200 hectáreas arrendadas en el término municipal de Abejera, donde cría vaca alistana. Su principal propósito y el del resto de brigadistas voluntarios es salvar al ganado del fuego.
Así, ataviados con monos de trabajo y con palas en las manos, la brigada de voluntarios colabora junto a los bomberos cuerpo a cuerpo con las llamas, que arden a menos de un metro. Un día antes, otro voluntario de 35 años había muerto ayudando en otro municipio cercano de Castilla y León.
—¿No tienen miedo?
—¿Y qué hacemos, nos vamos para casa? Medios hay pocos, hay que hacer todo lo posible por salvar lo nuestro.
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