Ni Trump rompe el idilio de Rota con su base
“Puedes pasar aquí tres vidas y no encontrarás a nadie que hable mal de la base”, dice Wayne Jamison, hijo de militar criado en este cruce entre Cádiz y EE UU. Exagera, pero no tanto


Las historias de niñez y adolescencia de los que hoy son cincuentones crecidos en la Andalucía de los 70 y 80 no suelen incluir celebraciones del 4 de Julio, Día de la Independencia de los EE UU, ni tampoco de Halloween, que se puso de moda mucho después. Pero es que Wayne Jamison, de 54 años, hijo de un militar estadounidense destinado en Rota que se casó con una española, no se crió en un lugar cualquiera. “Recuerdo haber solucionado líos entre pandillas con batallas de break dance”, cuenta. Rota era otra cosa.
Sigue siendo otra cosa. Especial, dicen algunos. Anómala, según otros. La hace singular su gigantesca base naval, que ocupa lo que unos 4.000 campos de fútbol. Normalmente alejada de la atención pública, hoy está en el punto de mira. La ha colocado ahí Donald Trump. ¿Por qué? Porque si el presidente de EE UU pone en cuestión su protección a los miembros de la OTAN y se muestra hostil con algunos de sus socios, tiene cierta lógica que muchas cabezas se hayan girado hacia el punto de mayor presencia militar yanqui en España, con 3.200 uniformados, a los que se suman 500 civiles y unos 2.800 familiares, según el Ministerio de Defensa. “EE UU ya no es un socio fiable, ¿qué hacen las bases de Rota y Morón?”, ha preguntado esta semana Antonio Maíllo, líder de IU, que forma parte del Gobierno. Podemos ha pedido su cierre.
Pero la visión mayoritaria en Rota (Cádiz, 30.000 habitantes) está lejos de ser esa. A tenor de los puntos de vista recabados, el actual contexto —inestabilidad, incertidumbre— no es visto como una ocasión para abrir el melón del cierre de la base, ni tampoco del fin de la presencia americana allí junto a las tropas españolas. Al revés, la mera hipótesis de una reducción del despliegue estadounidense provoca rechazo. Ni siquiera Trump, especialista en romper alianzas, ha debilitado el idilio de este rincón de Cádiz con lo estadounidense.
“Puedes pasar en Rota tres vidas y no vas a encontrar a nadie que te hable mal de la base”, exagera Jamison, filólogo y escritor. Un motivo, explica, es el evidente: el trabajo que da la base y el dinero que deja el personal americano en el comercio, en los restaurantes —se dice que es el pueblo español con más pizzerías per cápita—, en los pubs, en las más de mil casas alquiladas a los que viven fuera del complejo... Defensa cifra en 155 millones anuales el impacto anual de la presencia estadounidense en la zona. Pero Jamison añade otro motivo: tras siete décadas, la ligazón con EE UU desborda lo económico y alcanza lo sentimental. “Si no fuese de Rota, yo seguramente estaría contra la base, pero habiendo crecido allí...”, reflexiona tras hacer memoria de sus “trapicheos” con gafas Ray-Ban y pantalones Levis 501 y de sus primeras juergas, que acababan en una zona conocida como “las Américas”, llena de pubs de estilo americano con dardos, billares y máquinas de música. Así es el tipo de recuerdo made in USA incrustado en la identidad del pueblo.

Hay un cierto orgullo pionero en Rota por haber fumado antes los Marlboro, calzado antes las Converse, montado antes en monopatín y hasta —gracias a la radio de la base— escuchado antes a Jimi Hendrix. Como recuerda Ignacio Díaz Pérez en Historia del rock andaluz (Almuzara 2018), el underground se coló en España en los 60 y 70 por el puerto de Barcelona y las bases andaluzas. Así que la ligazón con EE UU está hecha no solo de dólares, sino también de cultura y memoria. Y de parejas hispano-estadounidenses. Y de anécdotas canallas sobre soldados borrachos y peleas multitudinarias.
En un corrillo de taxistas, un conductor rescata la vieja historia de un autobús que llegó desde Sevilla lleno de prostitutas para atender un desembarco de soldados. Era a finales de los 70, cuando la base convirtió a Rota en “una de las principales mecas de la prostitución en Europa”, cuenta Juan José Téllez en Sin ninguna base (Atrapasueños, 2010). Todo ha cambiado mucho desde entonces, cuando había 10.000 estadounidenses destinados. “Lo de aquellos montones de soldados sátiros atiborrando las güisquerías es historia. Hoy muchos vienen con sus familias, todo es más tranquilo”, explica ahora Téllez, tan crítico con la base como consciente del respaldo que tiene en Rota.
En el pub Paddy, la dependencia del dinero estadounidense salta a la vista. Las paredes y el techo están casi por completo forrados de billetes de dólar que han ido dejando sus clientes, la mayoría yanquis. Tras la barra, su dueño, Juan Jesús Lobatón, de 44 años, saca un fajo de dólares que ya no tiene sitio para colocar. “A lo mejor los cuelgo”, bromea Lobatón, que desdeña los rumores, acrecentados con Trump, de un traslado de la Navy a Marruecos: “Toda la vida llevo oyendo rumores así, pero esta base no se va a cerrar nunca”. Algún billete colgado hay ya, como si fuera una prenda secándose al sol.

Aún más dependiente de la base es José Duarte, de 60 años, que vende vehículos para militares y personal de Defensa de los EE UU. En Wilis, una de las múltiples barberías, casi todos los que aguardan turno son estadounidenses en busca de un corte de precisión milimétrica. ¿Va bien el negocio? “Un rato bien”, sonríe afeitadora en mano Alexánder Sánchez, un dominicano de 34 años. En un sofá de la barbería espera Matt García, militar californiano de 32, que ha venido para dos años. Tras solo dos meses, está encantado de que lo hayan mandado a Rota, que por su tranquilidad —quebrada estos días por un tiroteo entre clanes con un muerto—, su comida y su playa tiene fama de destino idílico. Ante las preguntas sobre Trump y el futuro de la base, hace un gesto de incomodidad: “I don’t know”.

La respuesta en cambio es clara en el Ministerio de Defensa. “No hay ningún cambio” en los planes sobre la base, señala un portavoz. Es decir, a los cinco destructores del escudo antimisiles de la OTAN se sumará otro. Si se cumple lo aprobado por el Gobierno en 2023, llegará este año, aumentando la presencia estadounidense. Lo celebra el alcalde, Javier Ruiz, de 47 años, del PSOE, férreo defensor de la base y convencido de que, a pesar del “ruido”, la apuesta americana es firme. ¿Cómo sería Rota sin base? “No lo quiero ni pensar”, responde. Y no cree que aquí haya motivos extra de preocupación por el clima bélico: “Al contrario. Nos sentimos más protegidos”.
La fiebre ‘antiwoke’
El alcalde solo ensombrece el tono al citar el “runrún” según el cual los recortes de Trump pueden afectar a las contratas, no exentas de conflictos laborales. Uno de los más enconados es en la empresa Louis Berger, que hace trabajos de carga en el aeródromo. Pero no solo desde las empresas privadas, también desde el personal del Ministerio de Defensa que trabaja para las Fuerzas Armadas de EE UU llegan ecos de malestar. CCOO denuncia que, desde febrero, EE UU da largas a la negociación sobre el convenio.

Tanto Manuel Urbina, de 59 años, informático, como María José Milán, de 55, de seguridad laboral, ambos de Comisiones, señalan otro cambio a peor de esta segunda era Trump: la retirada de la base de todo el material “sobre género y diversidad”, en línea con la obsesión antiwoke del trumpismo. A Milán le apena. EE UU, reflexiona, ha insuflado siempre un aire “liberal” a Rota. Y eso, al menos dentro de la base, está cambiando. “Hay departamentos que el 8-M solían poner cosas de morado. Este año no se ha hecho”, afirma. “Verás cuando se enteren de que queremos seguir negociando el plan de igualdad”, desliza Urbina.
Con un sueldo que supera los 3.200 euros mensuales, Urbina afirma que parte del pueblo ha visto siempre al personal que trabaja “para los americanos” como “privilegiados”, pero que eso jamás ha debilitado el apoyo a la base. “Incluso los pocos que están en contra viven de un modo o de otro de ella”, afirma. Como militante de IU, Manuel Martín-Arroyo, maestro de 45 años, se ve parte de la “china en el zapato” de la base. Es decir, es uno los críticos. Eso sí, deja claro que su posición es que antes de debatir sobre el cierre hay que buscar “alternativas económicas”. “No vamos contra el trabajador que se gana sus habichuelas”, recalca. Pero tampoco puede dejar de decir que le pone “los vellos de punta” pensar que por su pueblo han pasado prisioneros menores de edad rumbo a Guantánamo.
Martín-Arroyo no tiene previsto ir a la Marcha a Rota, convocada para el 6 de abril, donde se escuchará el clásico “OTAN no, bases fuera”. Nutrida pasarela de fuerzas izquierdistas en los 80, la marcha lleva décadas languideciendo. A juicio de Cristóbal Orellana, de 63 años, de la cercana ciudad de Jerez de la Frontera y que ha asistido “al menos” a 25 ediciones, hay razones de sobra para revitalizarla. “Cuando hay tensión internacional, Rota y Morón son un blanco militar, aunque nadie lo quiera ver”, afirma.

En Sin ninguna base, Juan José Téllez señala cómo el Pentágono suele elegir para sus bases terrenos fértiles —como en el caso de Rota— para privar a los pueblos de “recursos alternativos” y garantizarse su dependencia. Orellana afirma que, debido a esa dependencia, hay poca contestación social en Rota. Pero señala que la llegada de Trump, con su desprecio hacia sus “teóricos socios”, facilita un cuestionamiento de las bases que “no debe debatirse solo localmente ni tampoco solo en el movimiento antimilitarista”. “Este clima bélico apela a toda la sociedad, no solo al antimilitarismo, del mismo modo que la violencia de género apela a toda la sociedad, no solo al feminismo”, concluye.
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