‘Escuelas’ de guerra para combatir a Putin
EL PAÍS visita varios módulos de formación militar que el Ejército ha impartido a casi 6.400 militares y civiles ucranianos como parte de la ayuda a Kiev en el conflicto con Rusia
“¿Tenemos que ponernos tapones por el ruido de los fusiles?” Es por la mañana en Toledo y la soldado UKR-82 asiste atenta a las indicaciones que un grupo de militares españoles dan en este campo castellanomanchego a ciudadanos ucranios. Muchos no tienen formación castrense y los más jóvenes son voluntarios. Pero la mayoría, los que tienen más de 25 años, han sido movilizados por el Gobierno de Volodimir Zelenski para combatir al Ejército ruso. Aquí aprenden a coger un fusil por primera vez, a avanzar frente al enemigo, a esconderse en la intemperie de la mirada de drones, a cavar trincheras, a hacer torniquetes... En definitiva, a saber desenvolverse en una guerra de primer nivel.
Desde que Rusia comenzó la invasión de Ucrania en 2022, los ejércitos de 24 países europeos, entre ellos España, imparten en sus territorios a petición de Kiev cursos a militares y civiles ucranianos. Forma parte de la ayuda europea a Kiev para frenar el avance de las tropas de Vladímir Putin en Ucrania. Girona, Toledo, Jaca, Pontevedra, Burgos, Logroño, Sevilla, Almería, Cartagena, Madrid, Valencia, Zaragoza, donde decenas de combatientes ucranianos se recuperan de las heridas de guerra en el Hospital de la Defensa de la capital maña. A lo largo y ancho del país, casi 6.400 ucranios han recibido ya formación en 144 cursos militares para volver a su país preparados para combatir al enemigo en el marco de la Misión de Asistencia Militar de la Unión Europea (EUMAM, por sus siglas en inglés). Pero la cifra de ucranios formados en otros países europeos para hacer frente a Moscú ronda los 75.000. El presupuesto total de la misión, cuyo mandato acaba de ser prorrogado hasta 2026, es de unos 750 millones de euros.
“Aquí formamos a gente sin experiencia militar previa”, sostiene la capitán Laura Hergueta, hasta hace unos días al mando de la Unidad de Formación Básica en Combate. Pertenece al Regimiento de Caballería Farnesio (Valladolid), que lideraba la EUMAM en España hasta final de año, relevado por la Brigada Guadarrama XII, y comparte su “orgullo inmenso” de formar parte de esta misión: “[Esta gente] tenía su vida y lo deja todo para defender su país y eso inculca un respeto muy fuerte y nos pone más presión”, sonríe en la patio de piedra de la Academia de Infantería, en Toledo. A pocos metros, Roberto Moreno, el teniente coronel al mando de esta unidad, reconoce que, pese a la barrera del idioma ―para lo que cuentan con intérpretes en todos los cursos―, los soldados están “muy motivados e ilusionados”. A veces surgen momentos de compadreo entre españoles y ucranios, aunque no demasiado para no involucrarse emocionalmente. “Escuchamos sus historias. A veces llaman para contarnos que un compañero ha muerto; o que les han ascendido. O para dar las gracias por haberles enseñado a hacer un torniquete que salvó la vida de dos personas en un mismo día”, recuerda Hergueta.
Es media mañana y, tras un descanso para fumar y tomar una pieza de fruta y agua, en el campo de practicas toledano un pelotón de 65 uniformados (dos de ellas, mujeres) de unos 35 años se esconden donde pueden: entre los arbustos, bajo un montículo de ramas amontonadas o detrás de los olivos. “Voroh, voroh. Davay”, “Enemigo, enemigo. Vamos”, grita un soldado a su compañero a unos 20 metros de distancia, escondido en un arbusto.
Están en medio de un ejercicio que dura 30 horas y consiste en organizar una ofensiva y reaccionar ante una emboscada. “Hay errores que ir limando”, opina el sargento Francisco José Cano, en relación al uso de fusiles. Pesadas y aparatosas armas que cargan junto a una mochila de más de 15 kilos en la que también llevan saco de dormir, pulpos, agua, comida, ropa de abrigo, torniquetes, fusil, granadas y algunos de ellos, lanzagranadas. Es exigente, “pero es que al final ellos van a ser los líderes de su Ejército”, justifica Cano.
Unas de las demandas que los ucranios piden en Toledo, formación que se inauguró en 2022, es cursos sobre drones y trincheras, dos de los elementos que caracterizan esta guerra. “En 48 horas, estos soldados son capaces de montar una trinchera para 16 personas”, sostiene el sargento, aunque su superior, el teniente Pablo López Miranda, añade que “una trinchera nunca está acabada”. Ese tipo de combate está tan consolidado en el campo de batalla ucranio que se han visto zanjas hasta con literas, ríe el teniente.
Como la soldado UKR-82 (el Estado Mayor de la Defensa ucranio ha prohibido a sus ciudadanos dar su verdadera identidad y hablar con la prensa para este reportaje “por motivos de seguridad”), está UKR-93, que repite junto a una agradable sonrisa: “Dobro, dobro”. Significa “bien” en ucraniano. A los pies del abandonado monasterio de Sisla están aprendiendo el llamado “fuego y movimiento”, un ejercicio básico de ataque a pie para ir ganando terreno al enemigo. A pocos metros, UKR-98, barba, ojos verdes y altísimo, se imagina en voz alta un escenario que podría ser real: ¿Cómo cruzar un puente en pleno ataque?
Descifrando averías en los Patriot
Lo preguntan todo, son como esponjas, sostienen varios instructores de diferentes cursos en España. De especial concentración e interés debido a su contenido estratégico y político es el módulo de mantenimiento de misiles Patriot, pieza clave en la defensa aérea de Ucrania. Unos 30 soldados entrados ya en edad pasan mañana y tarde encerrados en salas de máxima seguridad y acceso restringido en la base General Almirante de Marines (Valencia). Allí se instruyen unas 10 horas al día enfrascados en tediosos manuales confidenciales llenos de fórmulas y esquemas eléctricos indescifrables para el que no tiene un mínimo conocimiento previo en artillería antiaérea.
“Tenemos que darles lecciones [de mantenimiento] desde cero [...]. Nos dejamos el corazón, la vida y el alma para que se queden con lo más posible”, explica el sargento primero Alejandro Soto Calvo, uno de los instructores. Aquí les forman en el mantenimiento de todos los componentes que tiene una batería Patriot: el núcleo de mando y control, que se compone del radar ―la joya de la corona―, la estación de control y empeños y la estación de suministro eléctrico; y el núcleo de fuego, que a su vez incluye la lanzadera en la que van encajonados los cuatro misiles. Son precisamente estos últimos la parte de toda la batería que España donó a Kiev (se desconoce el número exacto) el pasado abril para dotar al Ejército de Zelenski de mayores capacidades militares. Y es en esta inmensa base rodeada de naranjos donde 16 instructores simulan averías de lo más complejas para que los soldados ucranianos se entrenen en la infinidad de imprevistos que pueden suceder en el campo de batalla.
La defensa antiaérea es crucial para Kiev y este tipo de sistemas, que Ucrania tiene ahora gracias en parte a préstamos de España (que en total posee tres baterías, una de ellas desplegada en Turquía desde 2015), Alemania o Países Bajos, le otorga, a través del radar, un paraguas de protección contra aeronaves, pero también contra misiles que se lancen desde territorio ruso. En el caso de la configuración española, ese paraguas tiene un alcance de 170 kilómetros, aunque depende de cada amenaza.
El de este mes de diciembre es el tercer curso de mantenimiento de Patriots, y “creciendo”, revela con orgullo la capitán Irene Martínez Huertas, con experiencia en estos sistemas y varios despliegues en Turquía. Tres soldados ucranios de entre 40 y 50 años echan la mañana en la angosta estación de control. Comparan los datos de las pantallas con los de sus apuntes ―manuscritos a mano en cirílico en un cuaderno de espiral común y corriente― para intentar encontrar una de las averías que han puesto los instructores. “Le ponen ganas y empeño”, sostiene la capitán.
Todos ellos saben que cuando terminen los cursos, después de cuatro o cinco semanas, se van a la guerra de verdad. “Si lo hacen bien aquí, lo harán bien allí”, cree el teniente coronel Roberto Martínez Moneo en el campo de Hoyo de Manzanares (Madrid), donde se les forma en el desminado humanitario.
Desminar la retaguardia
“En todas las guerras hay minas”, asevera la comandante Alexia Lázaro Pintanel. En esta localidad madrileña, 50 ucranios aprenden el desactivado humanitario de minas. Es decir, la limpieza de estos explosivos en una situación posconflicto o en escenarios donde no hay una confrontación o amenaza directa, como en la retaguardia. “El desminado humanitario está regido por los estándares de Naciones Unidas. Seguimos unas reglas básicas comunes y muy explicitas”, subraya Lázaro desde el acuartelamiento.
Aquí, los ucranios limpian con sofisticadas herramientas un terreno de unos 100 metros cuadrados. Están buscando minas que sus instructores han enterrado. Es el primer nivel del curso: localización, detección y destrucción del artefacto. “Hola. Todo bien”, deslizan discretamente los ucranios en medio del silencio de la sierra de Guadarrama. Pese a su evidente concentración, esbozan una sonrisa de agradecimiento. Y eso es algo común a todos los cursos visitados para este reportaje. Muchos instructores coinciden en que al final estos módulos les sirven no solo de preparación para la guerra, sino también de descanso de ella: ven el sol, comen, duermen, fuman y tienen momentos de recreo y distracción durante unas semanas.
El trabajo es duro y tedioso. El subteniente Ricardo Carrasco, que ha estado en numerosas misiones de desminado humanitario como en Colombia, Perú o Ecuador, asegura que para limpiar del todo un terreno como en el que practican en Hoyo de Manzanares sería necesaria más de una semana. Y Ucrania tiene una superficie de algo más de 600.000 kilómetros cuadrados, el doble que Alemania.
Unos kilómetros monte adentro, en el inmenso campo de prácticas de 2.200 hectáreas, metido entre los arbustos de jara, el teniente coronel Roberto Martínez Moneo, jefe de este Centro Internacional de Desminado Humanitario que pertenece a la Academia de Ingenieros del Ejército de Tierra, supervisa a los alumnos del segundo nivel: traslado de minas para su destrucción en otro lugar sin causar una tragedia. Esta modalidad se suele dar en campos de cultivo o en huertas, escenarios muy utilizados en sus quehaceres diarios por la población rural. En estos sitios los artefactos no pueden ser destruidos sin más porque dejarían contaminado el terreno.
El tercer nivel, al que no todos los ucranios han logrado llegar —es para los “más aplicados”, sostiene Moneo— es el de la desactivación de minas. Una práctica que se da cuando el artefacto está en zonas urbanas y con población civil alrededor, como un colegio o un hospital, o en infraestructuras críticas, como en una presa, porque si llegase a estallar ocasionaría una catástrofe en la población.
En el interior de este acuartelamiento, unos carteles en cirílico advierten de que la formación también es teórica. Los alumnos reciben clase sobre el desminado en dos aulas con mobiliario de los años 70, pero con todo lo necesario para poder ver, tocar y estudiar a su principal enemigo: las minas. En una gran nave contigua, de hecho, se exponen en fila, en el suelo, decenas de municiones de todo tipo: desde una simple bala hasta un misil.
Trajes de neopreno y bombas subacuáticas
Mucho más exigente ―de todos los cursos que imparten los dos ejércitos, la Armada y la Guardia Civil― es el módulo de cuatro semanas de desminado subacuático de Cartagena (Murcia). Luce el sol de invierno y 16 militares ucranios ya están a primera hora de la mañana con sus trajes de neopreno en una pequeña cala atendiendo las indicaciones de los instructores españoles. En este rincón murciano ensayan técnicas de desminado subacuático con última tecnología para en un futuro crear su propia Fuerza de Medidas Contra Minas similar a la española, un campo de enorme relevancia para ellos ya que el lecho submarino del mar Negro está plagado de minas soviéticas, cuentan.
En esta estación naval de La Algameca les enseñan también a utilizar un sónar de última tecnología y drones submarinos. Son sistemas que Kiev no tiene y está reclamando a Bruselas como parte del apoyo en su lucha contra Rusia.
“Tres, dos, uno. ¡Fuego!”, gritan. Medio minuto de silencio total y “booom”. Una gran explosión levanta el agua del mar a más de 100 metros de altura. Es una pértiga cuyas bombas, el estallar, hacen explotar las minas subacuáticas para que queden neutralizadas. “Aquí usan explosivos en un ambiente controlado y con una claridad del agua que en el mar Negro no hay”, explica el comandante Roberto Ortiz Pérez. “En Ucrania no tenemos tiempo para entrenar”, añade un soldado, con la resignación del que sabe muy bien que cuando salga de España entrará en combate.
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