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MENSAJE DE NAVIDAD DEL REY
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

Defensa del Estado, de todas sus piezas

El Rey no quita ni un ápice de mérito a la labor de los ciudadanos o las ONG en la crisis de la dana, pero pone en primer lugar la insoslayable labor de las administraciones

Felipe VI, en su tradicional mensaje de Navidad, grabado en el Salón de Columnas del Palacio Real.
Felipe VI, en su tradicional mensaje de Navidad, grabado en el Salón de Columnas del Palacio Real.Ballesteros (EFE)
Anabel Díez

De las cuatro veces que el Rey ha visitado la Comunidad Valenciana después de la terrible dana de finales de octubre, solo la primera fue traumática, inquietante, perturbadora. Hay debate y opiniones encontradas ―o, al menos, dudas― sobre si esa primera visita, apenas cuatro días después de la tragedia, con miles y miles de ciudadanos sin agua, apenas alimentos, y con lodo y destrucción de sus vidas y pertenencias, fue una idea acertada. Quien se llevó la peor parte fue el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, aunque tampoco el jefe del Ejecutivo autonómico, Carlos Mazón, fue recibido exactamente con palmas de júbilo. La visita se hizo a trompicones y acortando el plan inicialmente diseñado, lo cual es una evidencia de que la violencia de una minoría, y también la explosión de dolor, impotencia y desamparo afectó sobremanera al jefe del Estado. Pasados casi dos meses de la tragedia, todas las Administraciones han podido calibrar la vulnerabilidad de la sociedad cuando sobrevienen catástrofes naturales. También la necesidad imperiosa de que los servicios públicos no dejen de perfeccionarse.

Muchas luces de alarma se encendieron los primeros días tras la catástrofe. Razones objetivas llevaban a la protesta, pero el ruido político habitual se elevó al abordar la gestión de cada cual. El codo con codo inicial duró poco y se transformó enseguida en gresca, la habitual desde las elecciones de julio de 2023, encadenada con los casi seis años anteriores. El jefe del Estado emergió; y de manera interesada, y peligrosa, muchos lo alzaron como salvador, por encima de los partidos y, desde luego, del Gobierno de la nación.

Su discurso de esta Nochebuena, ya medido, tenía la perspectiva ―aún no demasiada, pero suficiente― para calibrar los peligros que se ciernen sobre la estabilidad democrática y la propia Monarquía si se desprecia a alguno de los poderes del Estado, desde luego el Ejecutivo central, las comunidades autónomas y los ayuntamientos. En la visita a Paiporta, en medio de los insultos y las críticas —“¿Qué hacéis aquí? ¿A que vosotros sí tenéis agua?”—, Felipe VI respondió a las increpaciones, trató de consolar a los vecinos y no dejó pasar a quienes, muy cerca, pedían a gritos que Pedro Sánchez se marchara. “No, no, España es una democracia”, se escuchó decir a Felipe VI, junto a la reina Letizia, conmocionada por la magnitud de la desesperación que le expresaban. El gesto de los Reyes de quedarse, permanecer en la zona, le ha valido todo tipo de elogios por su valentía y coraje. Se ha tratado de buscar la comparación entre esa actitud y la de Pedro Sánchez, cuyos servicios de seguridad le sacaron de allí ante la evidencia de que la agresividad contra él podía llevar a una situación de peligro real para su integridad física. El Rey lo supo perfectamente.

En el discurso de la Nochebuena de 2024, el Rey arrancó con dana, extendiéndose sobre todo lo que queda por hacer. No quita ni un ápice de mérito a la labor de los ciudadanos, de las empresas, de las ONG, pero pone en primer término la insoslayable labor del Estado. Los desplazamientos de los Reyes a Valencia —esta misma semana con la princesa Leonor y la infanta Sofía a la localidad de Catarroja, sin aviso a su alcaldesa, Lorena Silvent, del PSPV–PSOE— ha vuelto a abrir brevemente la espita de opiniones y posiciones sobre si esos viajes se están ateniendo a los cánones adecuados. La acogida de los ciudadanos con los que se encontraron fue magnífica, tanta como la sorpresa de la alcaldesa. Su primera reacción fue de contrariedad y de crítica, señalando que la familia real había acudido a la zona más normalizada, lejos de la realidad aún dramática de Catarroja. Unas horas después, Silvent suavizó el mensaje.

No hay datos certeros sobre si hay malestar o desencuentros entre el Rey y el jefe del Gobierno. Lo relevante está en que, si los hay, ambos se esfuerzan en que no lo parezca.

El discurso del Rey empezó con la dana, pero según avanzaba se apreciaba un alegato a favor del Estado, de los poderes públicos, de las Administraciones. Se detuvo en el fenómeno de la inmigración, por un lado, y del acuciante problema de la vivienda, por otro. Ambos están en la cartera de prioridades de los gobiernos autonómicos y del central, pero no hay acuerdo sobre ellos. Felipe VI pudo constatarlo hace tres semanas en Cantabria, donde participó al comienzo de la Conferencia de Presidentes. Allí estaba el Estado, pero con sus partes más enfrentadas que nunca. Aunque nunca una fotografía había sido más necesaria.

La defensa de la Constitución, de la Europa defensora de los mejores valores de progreso y dignidad humana y la necesidad de “generosidad, altura de miras” para conformar la voluntad común “y la acción del Estado” han sido partes esenciales del discurso navideño del monarca. Para ello, “la contienda”, legítima, debería dejar de ser “atronadora”, propugna. El Rey defiende al Estado, a todas sus piezas, todas imprescindibles para encajar la monarquía parlamentaria.

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Sobre la firma

Anabel Díez
Es informadora política y parlamentaria en EL PAÍS desde hace tres décadas, con un paso previo en Radio El País. Es premio Carandell y Josefina Carabias a la cronista parlamentaria que otorgan el Senado y el Congreso, respectivamente. Es presidenta de Asociación de Periodistas Parlamentarios (APP).
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