Mazón, el síndrome del falso testigo
El presidente de la Generalitat dijo admitir sus errores, pero en realidad construyó una verdad paralela para protegerse. Solo se emocionó cuando habló de sí mismo
Si hay algo en toda esta historia que está fuera de toda duda es que Carlos Mazón no estuvo allí. A las horas en que miles de valencianos luchaban por no morir ahogados, el presidente de la Generalitat se encontraba fuera de cobertura, metido en el reservado de un restaurante, no se sabe a ciencia cierta si por motivos profesionales o personales, y en el fondo eso no es tan importante; lo relevante es que no estaba allí donde se le necesitaba, no cogía el teléfono, no salió pitando hacia su despacho, no se enteró de nada, no hizo nada.
Por eso, cuando ayer, durante más de dos horas y media, desde el atril de las Cortes Valencianas, Carlos Mazón se puso a contarles a los valencianos qué fue lo que de verdad pasó, a qué hora, dónde, por qué y quiénes fueron los que fallaron, como queriendo demostrar que sí, que no solo estuvo allí, sino que no se perdió ningún detalle de la inundación, lo que terminó demostrando realmente el presidente de la Generalitat es que no solo es un testigo falso —un testigo que miente sobre lo que vio o lo que creyó ver—, sino un falso testigo, alguien que parece un testigo pero que realmente es otra cosa mucho más fea, un cínico, un impostor, alguien que se inventa una realidad paralela para refugiarse en ella.
Carlos Mazón —traje azul oscuro, camisa blanca, corbata negra— subió al estrado a las 11.35, colocó un grueso taco de folios sobre el atril y los fue leyendo a un ritmo de 25 segundos cada uno. Se notó enseguida que ni tenía prisa ni iba a correr el riesgo de equivocarse. Leyó con voz clara, con precisión pero sin emoción; de hecho, la única vez que le trastabilló la voz fue ya por la tarde, y no por los muertos, ni por los desaparecidos, ni por los miles de personas que se han quedado sin su casa, sin su negocio; ni siquiera por aquellos que —ya en el segundo tiempo de sus vidas— difícilmente encontrarán el dinero y las fuerzas para recuperar un horizonte por el que luchar. No, a Mazón solo se le quebró la voz cuando se refirió a sí mismo, al coste —se supone que familiar— que le ha acarreado la difusión de la noticia de su prolongado encierro en el reservado en compañía de una periodista. Mazón leyó su discurso casi de forma automática, como quien interpreta un guion escrito por otros. Joan Baldoví, el portavoz de Compromís, le llegó a decir precisamente: “Su discurso no se lo han escrito sus asesores, sino sus abogados. Es un escrito de defensa. Porque usted sabe que acabará en los tribunales. Usted, señor Mazón, es un mentiroso”.
Fue, durante la intervención de Baldoví, la única ocasión en que al presidente de la Generalitat se le notó incómodo. El portavoz del partido de izquierdas, con las mangas de la camisa remangadas, fue el único que alzó la voz y apeló a los sentimientos, y ahí Mazón —el Mazón construido por sus asesores para enfriar la comparecencia— llevaba las de perder. “Señor Mazón”, volvió a la carga Baldoví, “¿usted puede dormir por las noches?, ¿usted puede mirar a la cara a alguien que lo ha perdido todo?”. Mazón bajó la cabeza.
Una vez aguantado el chaparrón, el resto de la sesión fue un paseo para el president de la Generalitat. El portavoz de Vox le afeó alguna cosa que otra, pero sin hacer sangre, al fin y al cabo sus desencuentros son más bien cosas de familia, y con el portavoz socialista, José Muñoz, el presidente de la Generalitat incluso se vino arriba, porque el PSPV ha exhibido una estrategia un poco errática, y días atrás hasta llegó a ofrecer al partido de Núñez Feijóo una solución bastante exótica para la política española, la de sustituir a Mazón por una especie de gobierno técnico, de emergencia, que siguiera en poder del PP pero sin el actual presidente al frente. Ni los populares consideraron la propuesta ni siquiera los socialistas la llegaron a formalizar, de tal forma que el pleno se fue diluyendo en la nada, en el vacío. Por si fuera poco, los centenares de ciudadanos que se animaron por la mañana a manifestarse delante de las Cortes en contra de la gestión de la tragedia —en su mayoría simpatizantes de Compromís— se aburrieron pronto y se marcharon.
La principal incógnita, por tanto, quedó sin despejar. ¿Qué hizo Carlos Mazón la tarde de la tragedia? Hay dos posibilidades. Una, que verdaderamente no se enterara de nada porque —según admitió finalmente la Generalitat— estaba en un restaurante con una periodista, encerrado en un reservado y con mala cobertura. La otra posibilidad —la que Mazón sostuvo ayer durante todo el día— es que mantuviese su agenda (o sea, se quedara en el reservado) porque su consellera “ya se había desplazado a la zona afectada y estaba en contacto con la delegada del Gobierno”. Por lo tanto, ahora convendría hacerse otra pregunta más: ¿cuál de las dos versiones es más grave? La primera implica aceptar que estaba desaparecido y que nadie lo buscó, a pesar de que el restaurante El Ventorro está a escasos minutos de su despacho. La segunda significaría que el presidente de la Generalitat supo en todo momento lo que estaba ocurriendo en Valencia y aun así no hizo nada.
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