Las ONG de Burgos que el Ayuntamiento quiso abandonar: “Trabajamos con personas, no migrantes”
La presión social y la postura solidaria de Cáritas terminaron por hacer recapacitar a la alcaldesa de la ciudad
El recibidor expresa la diversidad internacional. Unas mujeres latinoamericanas aguardan turno cruzándose alguna frase. Un hombre centroafricano, al fondo, mete la cabeza entre sus manos entrelazadas y mira de reojo. Otro hombre y dos mujeres norteafricanas repasan papeles. El mostrador va recitando nombres. Uno, al servicio jurídico. Otro, a clases de castellano. Ellas, a atención laboral. El recepcionista distribuye a las personas entre las estancias de Burgos Acoge, una entidad solidaria con 31 años de asistencia a migrantes. Hay múltiples salas: abogacía, trabajo social, formación, vivienda, empleo, administración, comunicación, sensibilización y aulas. Por ellas han pasado unos 22.500 usuarios de una de las tres ONG a las que el Ayuntamiento de Burgos (175.000 habitantes), por acuerdo entre PP y Vox, planteaba eliminar la financiación municipal para asistir a extranjeros. “Trabajamos con personas, no migrantes. Es un mazazo incomprensible”, denuncian las trabajadoras del colectivo, arropadas por el cariño popular: miles de burgaleses se manifestaron este miércoles para defenderlas. La presión social y empresarial ha propiciado la rectificación.
La noticia saltó la semana pasada con el anuncio del PP de aceptar la exigencia de la extrema derecha, su socio municipal, de retirar esa asignación a cambio de aprobar los Presupuestos. Esto implicaba eliminar los 119.000 euros repartidos entre Burgos Acoge, Accem Burgos y Atalaya Multicultural. Sí se mantenían los 19.000 dedicados a la católica Cáritas, pero, hermanada con las agraviadas, anunció que rechazaba el convenio local si las otras tres quedaban en cero. El PP, mediante su portavoz, Andrea Ballesteros, justificó el tijeretazo aludiendo a las cuentas burgalesas: “Fue una petición de Vox en la negociación de los Presupuestos y el PP no está de acuerdo, porque esas ONG hacen una muy buena labor, pero este es un Gobierno de coalición. Si gobernáramos en solitario, no habríamos adoptado una decisión de este tipo”. Pero la adoptaron. La alcaldesa, Cristina Ayala (PP), habló así el miércoles: “La estabilidad pasa por tener Presupuestos [...] estoy más cerca de Vox que del PSOE”. Este jueves ha culpado a su socio de impulsar esa política y ha rectificado, asegurando que mantendrá los fondos: “Estoy convencida de que hacen un fantástico trabajo para que Burgos sea más tolerante, diverso y con mejor convivencia”. El vicealcalde, Fernando Martínez-Acitores (Vox), reaccionó reivindicando su iniciativa y cargando contra la migración: “No queremos que el Ayuntamiento destine ni un euro a actividades de inmigración ilegal”.
El año pasado, con Burgos Acoge cumpliendo 30 años, los representantes municipales se hicieron una elegante foto delante de la sede a la que ahora merman recursos, adornada por pulcras placas de las instituciones que apoyaron la efeméride: la Junta de Castilla y León, el ministerio de Inclusión, el Ayuntamiento, la Diputación, fundaciones privadas, empresas privadas… De seguir así habría que quitar una.
Las responsables de la ONG suspiran en una de las salas del edificio, cedido por Tesorería de la Seguridad Social, pero adaptado por ellas y por la hucha comunal. Rosa Escolar, coordinadora técnica y económica; Beatriz de la Fuente, de comunicación y sensibilización; y Marta Martínez, de vivienda, apoyan los codos sobre la pancarta que por la noche campeará por la ciudad del Cid. “Burgos por la convivencia”, reza la lona. Las mujeres no saben si rezar, pero sí que pelearán. Escolar desgrana la ayuda municipal: 78.322 euros en 2023, clave para atender a 2.724 personas de 66 nacionalidades en riesgo de exclusión social, con dificultades de idioma o adaptación. Con ese dinero pagan a la plantilla de 16 personas, asistidas por unos 72 voluntarios esenciales para un trabajo coral que nutre a empresas locales, ávidas de mano de obra para puestos que no logran cubrir con los burgaleses, de ahí su compromiso con las tres ONG al firmar un manifiesto contra el giro del consistorio. Decenas de rótulos de las compañías y el país de procedencia del empleado incorporado adornan el recibidor. Rosa Escolar se indigna: “Ese recorte es un 9% de nuestro presupuesto anual, parece poco, pero pregúntale a cualquier empresa qué pasa si le quitan el 9%”. Marta Martínez tilda de “mazazo por incomprensible” el cambio de planes, pues de 2023 a 2024, amén de fotos para la prensa, se aumentó la concesión un 5%. “Las personas no son de nadie, tenemos superadas las etiquetas y los apellidos, las tres asociaciones nos conocemos muy bien y trabajamos en red para aportar lo máximo y no desperdiciar esfuerzo”, comparte Martínez.
Las tres coinciden en el significado de estas políticas: “Dan a entender que los migrantes no merecen lo mismo que los demás. Ninguna ONG va a cerrar, pero es un mensaje de distinción entre ciudadanos”. Los miles de asistentes en la concentración de la tarde, así como el respaldo del sector privado y de la ciudadanía con quien contactan a diario, les ratifica ese respeto conseguido en Burgos, incluso con premios de medios o de la Policía Local por su función. Miles de expedientes se acumulan en los archivadores de los pasillos, minuciosamente ordenados para optimizar la asistencia a esos extranjeros que, una vez ellos o sus familias logran el ansiado empleo, escuela para los niños, alojamiento o estabilidad no dejan de acudir para agradecer el papel de Burgos Acoge.
Este calor popular contrasta con la ponzoña virtual, y política, de pseudomedios y agitadores racistas, señalando a este sector como fuente de males. Dolores García, de 66 años, tutoriza a tres migrantes que preparan su examen del idioma, paso clave para su estabilización, y se enerva contra los bulos. “Son alumnos súper motivados, la gente no conoce de verdad la inmigración y la situación de estas personas, todo lo que se les facilite para integrarse será beneficioso para la sociedad”, esgrime. El senegalés Ibrahima, de 63 años, escucha, paciente, mientras rellena ejercicios. Él se deslomó en los campos de Valencia y Murcia antes de arribar a Burgos en busca de mejor vida. Sophia Afriyie, ghanesa de 47 y trabajadora en Campofrío desde hace seis, muestra una sonrisa inmaculada y emoción en la mirada al describir sus planes: que sus dos hijos, viviendo con su abuela en su patria, vengan en 2025 junto a sus padres, afincados en tierras castellanas. Pamela, nigeriana de 43 años, suma 10 en Burgos “feliz”, con tres niños nacidos en la España del retroceso de natalidad. Tienen 16, 12 y 9 años. También colegio y amigos. Ni Ibrahima ni Sophia ni Pamela quieren hablar demasiado de cómo abandonaron África y de lo que les esperaba allí. Sigue doliendo.
Los despachos de Kelian Borja y Nora Martínez, especialistas en empleo, acogen a quienes buscan incorporarse al mercado laboral. El gran problema: la dificultad de homologar titulaciones. Las estadísticas de Burgos Acoge de 2023 indican que un 25% aproximadamente carece de estudios mayores que la ESO, pero casi la mitad supera ese nivel y el 25% cursó ciclos superiores o la universidad, contra el tópico de que los foráneos vienen sin capacitación. “Hay necesidad de mano de obra y trabajadores para construcción, cuidados, oficios como los fontaneros o electricistas, industria u hostelería”, recitan, además de puestos de más cualificación para las altas titulaciones. “Lo que los españoles no quieren hacer”, resumen. Las empresas pugnan y ayudan a su inserción. El desafío de la ONG, adecuar la formación nativa con los reglamentos nacionales. Sobre los bulos, una gran contradicción explicada según el miedo de quien los escupe: unos dicen que vienen a quitar el trabajo y otros que viven de paguitas y ayudas. “¿En qué quedamos?”, se preguntan quienes conocen el tema: “Somos egoístas según nuestros intereses contra los colectivos distintos al nuestro”.
Silencio, que hay clase abajo. La menudísima Ana Fernández, con tres de sus 67 años como profesora voluntaria de alfabetización, pide rellenar fichas con frases escritas en la pizarra para que identifiquen acciones. “Pelar patatas”, “Nadar”, “Lavarse las manos”, “Poner la mesa”, entre las opciones. Las caligrafías, a boli o lápiz, aciertan en su gran mayoría. En el alumnado, una Torre de Babel bien coordinada. Hay 20 personas de edades diversas. Origen: Argelia, Brasil, Uganda, Túnez, Bulgaria, Ucrania, Siria, Somalia, Guinea, Italia, Ghana, Irán, Palestina, Marruecos, Senegal y Malí. Se han hecho amigos pese a sus procedencias y contextos irrepetibles. Se nota por las bromas y vaciles al pedirles sostener la pancarta. “¡Viva Burgos!”, exclaman los de atrás de la clase; no hay tanta aceptación popular hacia el frío estepario que comienza a azotar. “Nos queremos quedar y trabajar”, reivindican. “Nos gusta mucho Burgos”, se escucha entre el jaleo al abrir debate entre hablas de acentos dispares. “¡Siempre Burgos! Gente muy buena”, se cuela. La profesora, encantada: “A mí me dan la vida. ¡Aprendo a vivir!”. Su pequeño cuerpo crece a lo alto y ancho cuando empiezan a corear su nombre. “¡Ana!”, “¡Ana!”. “¡Ana, la mejor!” “¡Guapa!”, proclaman. “¡Perfecta!”, exclaman dos mujeres iraníes, perdida su timidez. El senegalés Badaro Seck, de 20 años, pasa a la acción: coge a Ana en volandas para que una burgalesa jubilada y 20 extranjeros buscando una vida mejor compartan sonrisa.
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