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A la búsqueda de un relato alternativo frente a la xenofobia: “El buenismo no basta”

Ocho especialistas en inmigración proponen discursos y medidas para disputar la iniciativa a la extrema derecha

imágenes cedidas
Un cayuco que se dirigía a Canarias y que fue rescatado por un crucero.
Ángel Munárriz

“Si tanto te gustan los inmigrantes, ¡llévatelos a casa!”. Es una frase habitual para ridiculizar las posiciones progresistas sobre inmigración. Lo que inquieta a Javier de Lucas, fundador del Instituto de Derechos Humanos de la Universidad de Valencia y autor de Mediterráneo: el naufragio en Europa, es que la expresión no le suena ya solo a recurso fácil de los apóstoles de la mano dura, sino a tic anti-inmigración cada vez más extendido, signo de un desplazamiento más profundo de la mentalidad popular. Comparte esta preocupación Gemma Pinyol-Jiménez, directora de migraciones del laboratorio de ideas Instrategies, que afirma: “Hace no mucho, apenas cinco años, decir que la inmigración contribuye al crecimiento del PIB, algo innegable con los datos en la mano, no era más que sentido común. ¡Ahora nos llaman buenistas!”.

En España, con unos 600.000 inmigrantes irregulares según una estimación de la Fundación porCausa —apenas un 1,2% de la población total—, el debate migratorio ha llegado a un punto que ofrece prometedoras perspectivas a los partidos de discurso xenófobo, atendiendo a los estudios sobre el crecimiento de la extrema derecha en Europa. Se mezclan dos ingredientes que han probado ya su capacidad para servirles de combustible electoral. El primero, que la inmigración se ha instalado en el meollo de la refriega política; el segundo, que el partido conservador histórico, el PP, ha incorporado parte de las posiciones de las formaciones ultras, como Vox o Se Acabó la Fiesta, de Alvise Pérez. En el barómetro del CIS de este mes, en plena crisis de los menores de Canarias, el 16,9% de los encuestados consideraba la inmigración uno de los tres principales problemas del país, 5,7 puntos más que en junio. En un solo mes, pasó del noveno al cuarto puesto entre las inquietudes ciudadanas.

“Está pasando lo mismo que ha pasado antes en otros países de Europa, como Francia. Ya sabemos cómo acaba: con la hegemonía de las posiciones más restrictivas y alineadas con el sentido común nacionalista e individualista”, sostiene Antonio Izquierdo, catedrático de Sociología de la Universidad de A Coruña, quien afirma que “cuando las visiones anti-inmigración empiezan a imponerse en un debate marcado por la guerra cultural es difícil invertir la tendencia”.

¿Está España ya en ese punto? ¿O hay margen para discursos y políticas que disputen —sin caer en la imitación— la iniciativa a la extrema derecha? EL PAÍS recaba el análisis de ocho especialistas en inmigración. Afloran tres conclusiones: 1) No basta con dirigir el dedo acusador contra quienes difunden mensajes xenófobos. 2) Es necesario un cuestionamiento crítico de las políticas tanto en España como en la UE. 3) Existe un amplio abanico de posibles medidas alternativas, pero hay miedo a aprobarlas.

Javier de Lucas. Plantear una alternativa. “Frente al discurso xenófobo, no vale con la respuesta del ‘¡ay, pobrecitos!’ Si reducimos el debate a ‘xenófobos contra buenistas’, estamos perdidos. Con eso no basta. Tampoco vale con la respuesta utilitarista de ‘los necesitamos’. Hay que ejercer una alternativa que parta de la premisa de que todos los que llegan a España, no solo los refugiados, son seres humanos con derechos”, explica De Lucas (Murcia, 71 años). “A partir de ese punto de partida, hay herramientas para diseñar las políticas, empezando por el acuerdo de Naciones Unidas de 2018, que vale como marco general, y siguiendo por las líneas marcadas en los planes estratégicos de la etapa de [José Luis Rodríguez] Zapatero, que podrían recuperarse”, añade.

Blanca Garcés. Más para todos. Aunque admite que “solemos emplear más tiempo en criticar el sistema que en proponer mejoras”, Garcés (Barcelona, 48 años), investigadora del Barcelona Centre for International Affairs (Cidob), tiene claro por dónde empezaría a cortocircuitar el discurso xenófobo: “La clave está en aplicar políticas que favorezcan al mismo tiempo a los que están y a los que llegan. Es decir, en vincular la llegada de inmigración a la apertura de una escuela, de un centro de salud, de nuevos servicios en el barrio o el pueblo. Responder a la inmigración con más Estado del bienestar. Así se evita el discurso del quién va primero, si el español o el de fuera, que tanto daño hace”. Si esta “competición” es uno de los motores de la extrema derecha, el otro es la “sensación de crisis”, añade. “La crisis no está en el número [de inmigrantes], sino en la percepción de la gente, que se convence de que hay crisis ante polémicas como la organizada con los menores de Canarias. Hace falta trabajo técnico previo, lo menos politizado posible, para prevenir situaciones que alimenten esa percepción”.

Ahmed Khalifa. Decir “esta es tu casa”. “¿Te has dado cuenta de que en los debates sobre inmigración rara vez hay inmigrantes?”, pregunta Khalifa (Tetuán, 46 años), presidente de la Asociación Marroquí para la Integración. Es un síntoma —afirma desde Málaga— de la “principal carencia” de la política española: “Se hace de espaldas al inmigrante, sin escucharlo, con la visión del Ministerio del Interior”. Sostiene que “solo implicando a los inmigrantes” es posible diseñar unas políticas de “verdadera integración” que, al mismo tiempo, serían “el mejor disolvente de los discursos de odio”. “El mensaje de todas las políticas debería ser: ‘Esta es tu casa, aquí estás seguro’. Ahora, mientras logras los papeles, todos los mensajes son: ‘No eres de aquí”. Khalifa reclama la reforma de la ley de extranjería, “un muro infranqueable para la integración” que agrava “la inseguridad” provocada por los mensajes xenófobos en los medios y las redes.

Emma Martín. La ILP “sin tocar una coma”. Catedrática de Antropología Social de la Universidad de Sevilla, Martín (Cádiz, 66 años) cree que los discursos que convierten al inmigrante en “chivo expiatorio” se benefician de la “creencia errónea” en que pueden ser combatidos “desmontando bulos”. “Los prejuicios tienen un carácter afectivo que solo se desmonta si, además de datos, presentas políticas y discursos afectivos propios”, afirma. La iniciativa legislativa popular (ILP) para regularizar a cientos de miles de inmigrantes admitida a trámite por el Congreso el pasado abril es “una oportunidad perfecta” para todo ello, por lo que “hay que aprobarla sin tocar una coma”. También propone la extensión de los criterios de acogida a los refugiados ucranios a todos los provenientes de países en conflicto, y enfatiza la necesidad de dar una “mejor cobertura” a los que llegan a España y quedan “en tierra de nadie, sin contrato de trabajo ni protección internacional, abocados a una yincana de años para su regularización”. “Dar un trato digno a todos los inmigrantes, lleguen en la situación que lleguen, es imprescindible para que el discurso contra el odio tenga credibilidad”, afirma.

Gonzalo Fanjul. Sin miedo al ensayo-error. La respuesta política a la inmigración es “una máquina de desaprovechar oportunidades”, dice Fanjul (Oviedo, 53 años), director de investigaciones de la Fundación porCausa. Cita como ejemplos la inacción ante el “desperdicio de talento” —uno de cada dos inmigrantes trabaja por debajo de su cualificación, según la Encuesta Europea de Población Activa realizada por Eurostat— o el insuficiente desarrollo de los acuerdos migratorios con América Latina. Incluso las reformas “exitosas”, como la impulsada por José Luis Escrivá en 2021 desde el Ministerio de Inclusión para dar papeles a los menores extutelados, son poco reivindicadas por el Gobierno, a juicio de Fanjul. Ello es resultado de la “victoria narrativa” de las posiciones anti-inmigración, “pecado original del que cuelgan los demás” y que se traduce también en “miedo a probar y al ensayo-error”, añade el investigador, que fija esta premisa: “No es verdad que [los inmigrantes] sean muchos. Son pocos, necesitamos más”.

Gemma Pinyol-Jiménez. Lejos de la frontera. “Si hace cinco años me hubieras preguntando por una medida que marcara la diferencia, habría respondido: mejorar la gestión de los permisos para acortar la espera y facilitar la integración. Ahora, antes que cualquier medida, pienso que hay que recuperar la narrativa de la democracia y los derechos. Sin eso, lo demás es imposible”, asevera Pinyol-Jiménez (Barcelona, 50 años), investigadora de la Universidad Pompeu Fabra, para quien existe en la sociedad una “distorsionada visión de crisis” que es resultado de un “exceso de foco en la frontera sur, cuando las llegadas ahí son solo una pequeña parte”. “Si prestas mucha atención a la frontera, es que no has hecho bien el trabajo previo, como estructurar mecanismos de entrada regular, ni vas a hacer bien el posterior, como las políticas de integración”, concluye Pinyol-Jiménez, que ve ahí dos déficit que es “urgente” cubrir. Pero no tan urgente, recalca, como “romper la asociación entre inmigración y crisis”.

Antonio Izquierdo. Posibilismo o debate a fondo. El catedrático de Sociología (Madrid, 74 años) no oculta un punto de pesimismo ante el auge de las “posiciones excluyentes”. ¿No se puede hacer nada, entonces? “Se puede avanzar dentro de una política posibilista. Dio buen resultado la reforma para otorgar permisos de residencia a los menores extutelados [impulsada en 2021 por Inclusión] y sería muy beneficiosa una gestión más transparente de los datos. Pero con eso se puede mejorar la gestión, no se cambia el modelo ni se invierte la tendencia. Para eso habría que ir a la discusión de valores, y ahí nos encontramos sociedades bajo el caparazón nacionalista”, lamenta.

Max Adam. Por “puro egoísmo”. Hijo de padre haitiano y madre española, Adam (Madrid, 54 años) observa desde el despacho legal Bolonia, donde ejerce en Sevilla la abogacía especializada en derechos humanos, cómo ha cundido en la sociedad el “discurso del miedo”. ¿Cómo contrarrestarlo? A su juicio, apelando a una emoción muy básica: “Por puro egoísmo. Sin inmigrantes, no vamos a tener pensiones, así se sencillo”. Adam cree que el “temor” a ser acusado de “un efecto llamada” paraliza políticas que no solo “son imprescindibles para sostener nuestro Estado del bienestar, sino que salvarían vidas”. “Por ejemplo”, añade, “se debería fomentar más la formación en origen, de forma que los trabajadores llegaran aquí ya formados, por vías legales y seguras, con su visado para trabajar en la agricultura, la hostelería o la construcción, en vez de jugarse la vida en el mar para llegar sin garantía de empleo”.

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Sobre la firma

Ángel Munárriz
Ángel Munárriz (Cortes de la Frontera, Málaga, 1980) es periodista de la sección de Nacional de EL PAÍS. Empezó su trayectoria en El Correo de Andalucía y ha pasado por medios como Público e Infolibre, donde fue director de investigación. Colabora en el programa Hora 25, de la SER, y es autor de 'Iglesia SA', un ensayo sobre dinero y poder.
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