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Acusaciones de veto a los gitanos y desbandada de usuarios tras la privatización del ‘camping’ de Boñar

El Ayuntamiento de este municipio de León cede la gestión a una empresa y celebra que la adjudicataria haya “eliminado al público problemático” entre quejas por falta de inversión

Camping Boñar
Carteles en la entrada del camping de Boñar, el 9 de julio de 2024.Emilio Fraile
Juan Navarro

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Camping privado de Boñar”, reza un cartel azul con letras blancas junto a un alto seto bajo las aún más altas y más verdes montañas de Boñar (León, 1.800 habitantes). Tras la muralla vegetal, una garita de control y unas vallas, el camping El Soto, concedido a una empresa en 2021 tras décadas gestionado por el Ayuntamiento. Problemas de “seguridad” motivaron la privatización, causa asimismo de quejas por usuarios actuales ante deficiencias en los baños, malos olores y que se haya doblado el precio. Las protestas por las condiciones se unen a las recientes políticas de admisión. La oposición, personificada por Mariana García (IU), acusa al alcalde de que la adjudicataria “ha echado a todos los gitanos”, acusándolos a aquellos de conflictos. Este, Pepe Villa (PSOE), no cita etnias: “Las incidencias se han corregido al eliminar al público problemático, por decirlo de manera fina, y estamos contentos, agradecemos eliminar gente conflictiva porque da mejor imagen, aunque en esa política de mano dura se quedó gente por el camino que no tenía culpa y pagaron justos por pecadores”.

“Nada más darles la concesión echaron a todos los gitanos, los problemáticos y los que no”, denuncia García. La concejala de IU se frustró con Villa y, tras pactar con él al inicio de la legislatura, se desmarcó y ahora este gobierna en solitario. La edil incide tanto en la actuación racista de la adjudicataria (Iberboñar 22, SL, paga 1.500 euros anuales más IVA) como en la dejación en las instalaciones, factor clave para haberse reducido el público y de menor movimiento en el pueblo, víctima asimismo del declive demográfico y económico de la Montaña leonesa tras el cierre de minas y la no reindustrialización. EL PAÍS ha contactado con el empresario, pero este, tras alegar primero “una reunión” para no responder al teléfono, no ha contestado ni a llamadas ni a mensajes de WhatsApp posteriores.

El regidor admite la pérdida de clientela, pero celebra haber “reducido incidentes”. “En los tres años últimos del Ayuntamiento al mando, las incidencias debido al tipo de público se habían disparado, con más de 15 intervenciones de la Guardia Civil por verano. Se ha corregido al eliminar al público problemático, por decirlo de manera fina, y estamos contentos”, afirma Villa, quien evita mencionar etnias concretas. Sí admite que “pueden pagar justos por pecadores”, si bien se mejora “la imagen”. “Hubo mucha gente problemática, igual no se tenía que haber utilizado la mano dura para otros clientes, pero el problema ahora no existe”, asegura el socialista. Su excompañera de corporación detalla que venía mucha comunidad gitana asturiana, región de donde procede buena parte del público, y que “había alguno conflictivo, como todas las personas en todas partes, pero no la mayoría”. “Se echó a los gitanos por ser gitanos”, lamenta García, quien ha ofrecido regalar su voto al PP para desbancar al PSOE, pero los conservadores ni la aúpan ni aceptan su acta: “No quieren gobernar”.

Interior del camping de Boñar, el 9 de julio de 2024.
Interior del camping de Boñar, el 9 de julio de 2024.Emilio Fraile

La controversia racista se entremezcla con lo puramente cotidiano. El alcalde expone que se privatizó para “aumentar la calidad”, pero allá donde se consulte se extraen comentarios mayoritariamente negativos. “Siempre decimos que vamos a ir a otro camping, pero acabamos viniendo aquí”, sostiene Víctor Juárez, de 54 años, quien cruzaba desde su infancia la cordillera cada verano con sus padres buscando en Boñar (León) el sol negado en Gijón: “Cuando era guaje había un ambiente del copón y ahora está muerto”. Juárez mantiene hábitos con su pareja, Mónica Iglesias, de 51, más por costumbre que por el servicio. Antes venían con su hijo, pero ahora este prefiere pasar el verano con sus colegas y a ellos les toca escaparse con su perro.

Las personas son animales de costumbres y ellos insisten con El Soto por mucho que los servicios no siempre funcionen y huelan mal, escasee el agua caliente, se haya secado el antiguo lago de las instalaciones y se hayan duplicado los precios: se ha pasado de 13 euros por noche a 25, con pagos por adelantado de hasta 500 euros, algo inaudito en otros campings similares. Según el alcalde, “las tarifas municipales eran ridículas, hay que ajustarse a los tiempos”.

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La adjudicación, revisada por EL PAÍS, obliga, entre otros compromisos, a formar una comisión de seguimiento de reunión anual, cumplir con unos mínimos de mantenimiento y adquirir seis bungalows de 75.000 euros cada uno. Pese a ello, la comisión no se ha visto —”se convocará pasado el verano”, según Villa—, y no se compraron los bungalows ni la inversión ha llegado —”se marcan unas condiciones que la empresa ha retrasado por falta de liquidez, ha pedido subvenciones que les han prorrogado, no hay ningún problema y bienvenido sea ese dinero, no nos importa esperar—”.

Ayuntamiento de Boñar, el 9 de julio de 2024.
Ayuntamiento de Boñar, el 9 de julio de 2024.Emilio Fraile

Una campista, que pide anonimato por llevar 26 años acudiendo y no querer rencillas, no ve “ni punto de comparación con cómo era antes”. El entorno natural, las costumbres y la sombra de la arboleda impiden que se marche como tantos veteranos campistas, hartos. “Boñar está muerto, antes estaba todo lleno, todas las terrazas hasta arriba”, lamenta la también asturiana. Aide Martínez, de 30 años, quien regenta un bar diurno que antaño era un garito nocturno, pero perdió el negocio ante la falta de ambiente: “Los campistas nos dicen que es una pena, la gente se va marchando”. Múltiples vecinos consultados reconocen ese bajón de afluencia y su impacto en los negocios locales, aunque alguno cita la cuestión de la seguridad y celebra el cambio.

Los comentarios virtuales acreditan la tendencia a la baja de El Soto. “Fui el añu pasáu… Aquello metía pánico al miedo. Cero control de las parcelas, baños sucísimos, un lago lleno de mierda en mitad del camping”, reniega una usuaria en X. Otros escriben en las reseñas de Google, faro para muchos internautas en dudas, sobre una “gestión desastrosa”, “servicios desastrosos” o “robo a mano con subida descomunal”. Uno se queda a gusto: “Pongo una estrella porque no puedo poner menos”. La desazón llega al correo electrónico de contacto del Ayuntamiento con mensajes vistos por EL PAÍS. Una “enamorada de Boñar” firma una queja donde carga contra la nueva dirección: “Es una pena que Boñar pierda la oportunidad de remontar un poco en verano, los campistas le damos vida. El pueblo está enfadado y los campistas también”. Otra usuaria reniega de una “imagen que lamentablemente afecta a todo el pueblo” y ruega “cambios” para seguir disfrutando del “entorno paradisíaco”. Al menos ellos pueden acceder.

Sobre la firma

Juan Navarro
Colaborador de EL PAÍS en Castilla y León, Asturias y Cantabria desde 2019. Aprendió en esRadio, La Moncloa, en comunicación corporativa, buscándose la vida y pisando calle. Graduado en Periodismo en la Universidad de Valladolid, máster en Periodismo Multimedia de la Universidad Complutense de Madrid y Máster de Periodismo EL PAÍS.
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