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Por qué copiar la mano dura de Abascal con los inmigrantes puede costarle caro al PP

La experiencia europea indica que los extremistas ganan legitimidad y votos cuando son imitados por los grandes partidos

El presidente del PP, Alberto Núñez Feijóo, clausura el Foro Atlántico 'América y Europa: democracia y libertad', celebrado en junio en Madrid.Foto: BORJA SÁNCHEZ-TRILLO (EFE) | Vídeo: EPV
Ángel Munárriz

Cuando los grandes partidos copiaban alguna medida del Frente Nacional, o imitaban su lenguaje, Jean-Marie Le Pen se mostraba tranquilo. “Los votantes prefieren el original a la copia”, solía decir el histórico líder de la extrema derecha, una frase que ha acabado convertida en un cliché de la política francesa.

Pero, ¿y si el cliché tuviera algo de cierto? Entonces Alberto Núñez Feijóo tendría motivos para preocuparse.

Hasta la irrupción de Vox, el PP no tenía partidos relevantes a su derecha. Eso le permitía aplicar la “regla general” de usar un discurso sobre inmigración que no sonase “muy duro” para el votante de centro, ya que que daba por garantizado el apoyo del electorado más extremista, explica el politólogo Pablo Simón, profesor de la Universidad Carlos III. Ahora la reacción del partido de Feijóo ante la competencia de otras fuerzas anti-inmigración, sobre todo de Vox pero también de Alvise Pérez o de Aliança Catalana, demuestra que aquella moderación no se basaba en “convicciones firmes”, sino en una “estrategia atrapalotodo”. “Al ir aumentando la presión de Vox, que se centra más en la inmigración conforme se enfría el tema territorial, el PP se ha ido desplazando hasta mimetizarse con la extrema derecha con el objetivo de neutralizarla”, explica Simón.

Nada más ser elegido presidente del PP, en el verano de 2018, Pablo Casado ya trató de frenar a Vox endureciendo su discurso, con episodios como una alerta lanzada desde Algeciras (Cádiz) sobre los “millones de inmigrantes” que vendrían desde África por el “efecto llamada” del Gobierno. Aquella estrategia de Casado, que dividió a los dirigentes del PP, no logró contener al partido de Santiago Abascal. Vox entró en las instituciones en diciembre de aquel año, concretamente en el Parlamento de Andalucía, con una fuerza que ninguna encuesta había previsto.

Pablo Casado durante una visita a Algeciras (Cádiz) en agosto de 2018, cuando era presidente del PP.
Pablo Casado durante una visita a Algeciras (Cádiz) en agosto de 2018, cuando era presidente del PP.© MARCOS MORENO

Si alguien tomó nota de aquella experiencia, el papel se ha perdido. Comparado con el actual, el endurecimiento de Casado fue poca cosa. Feijóo ya se descolgó en mayo, en la campaña de las elecciones catalanas, con un llamamiento al voto para evitar que “la inmigración ilegal ocupe nuestros domicilios”. Pero ha sido esta semana cuando más lejos ha llegado. En medio de tensiones por el reparto de los menores inmigrantes, que el PP debe gestionar desde las comunidades bajo presión de Vox, Feijóo y los suyos se han apropiado de los dos elementos básicos del repertorio extremista: dramatismo en el diagnóstico y presentación de la inmigración como un riesgo para la seguridad interna y la integridad de las fronteras.

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Además de usar el término “menas”, típico de Vox y con connotaciones peyorativas, el líder del PP ha difundido la idea de que el Ejecutivo traslada inmigrantes en aviones para dejarlos “deambulando” por “determinados barrios”. Después ha pedido ayuda a la UE para frenar la “inmigración irregular”, propiciando la impresión de un fenómeno fuera de control. Y finalmente ha alertado de un “efecto llamada”, ingrediente imprescindible de cualquier discurso anti-inmigración duro. El portavoz del PP, Miguel Tellado, ha escoltado a su jefe acusando al Gobierno de convertir a España en un “coladero” y le ha reclamado el despliegue del Ejército en la costa africana para evitar la llegada de cayucos, una propuesta de la que Vox hace bandera.

¿Entraña este acercamiento a Vox riesgos para el PP? Dicho de otra forma, ¿tenía razón Le Pen? Werner Krause, investigador especializado en política comparada de la Universidad de Potsdam, en Alemania, se inclina por una respuesta afirmativa. “Esta estrategia –explica por correo– no suele funcionar. Al contrario, los partidos tradicionales corren el riesgo de normalizar las posiciones de la extrema derecha, haciéndolas más aceptables socialmente, lo que las acaba reforzando”.

Krause sabe de lo que habla. Junto a otros dos investigadores, es autor del estudio ¿Funciona la adaptación?, publicado en 2022 por Cambridge University Press, que analiza estrategias partidistas y trasvases de voto entre 1976 y 2017 en 12 países: Francia, Alemania, Reino Unido, Italia, Países Bajos, Bélgica, Dinamarca, Suecia, Finlandia, Noruega, Austria y Suiza. La conclusión se resume así: la radicalización de posturas anti-inmigración, sea por partidos conservadores o socialdemócratas, tiene el efecto de colocar en el centro del debate un tema especialmente rentable para las formaciones más a la derecha, por lo que como táctica electoral es “infructuosa en el mejor de los casos” y “perjudicial en el peor”.

Aunque a lo largo de la muestra aparecen claroscuros y matices, el patrón descrito en el estudio es que acercarse a las posiciones extremistas “no beneficia a los partidos convencionales, incluso si endurecen una postura que antes defendían”. “Por el contrario, los votantes desertan de estos partidos hacia la derecha radical en cantidades notables”, añade el estudio. “Este escenario puede aplicarse también a España”, responde ahora Krause.

¿Se plantea el PP que sus posiciones sobre inmigración puedan estar reforzando a Vox? La respuesta oficial del partido, remitida por escrito, es que no, porque de hecho el PP no ha endurecido su postura “lo más mínimo”. La idea de que el PP comparte ideas “extremistas”, añade, es fruto de una “manipulación”.

Los efectos de “ceder para frenar”

Krause considera que las conclusiones de su estudio han quedado refrendadas por las dinámicas de acción-reacción observadas este año en la política europea. Tanto en la UE como en Francia y Alemania –entre otros países– se ha repetido el mismo círculo vicioso: primero, un endurecimiento del discurso y la normativa sobre inmigración, con el objetivo de contener a la extrema derecha; después, un mayor protagonismo mediático del tema; por último, un ascenso electoral de aquellos a los que se pretendía frenar. Y en ningún caso un enfriamiento del debate, marcado por la beligerancia de los partidos anti-inmigración.

En el caso comunitario, la Eurocámara aprobó en abril un pacto migratorio que endurece las condiciones de entrada, acuerdo que debía “quitar argumentos a la extrema derecha”, según afirmaba en abril la socialdemócrata Ylva Johansson, comisaria de Interior. Pero la extrema derecha no rebajó un ápice su obsesión con la inmigración, tema estelar de la campaña, y mejoró sus resultados de 2019. En Francia, la Asamblea Nacional aprobó en diciembre una ley impulsada por Emmanuel Macron y celebrada como una “victoria ideológica” por Marine Le Pen, que –lejos de conformarse– centró en la inmigración la campaña de las europeas y las legislativas. Su partido ganó de largo ambos comicios. En cuanto a Alemania, los ultras de AfD fueron segundos en las europeas tras un endurecimiento de la política migratoria impulsada por el Gobierno de socialdemócratas, liberales y verdes, que a su vez marcó la campaña. El canciller Olaf Scholz, en pleno ascenso de AfD en las encuestas, llegó a defender las “deportaciones a gran escala”.

Marine Le Pen, presidenta de Reagrupamiento Nacional, celebra con un gesto de agradecimiento los resultados de las elecciones legislativas francesas del pasado domingo.
Marine Le Pen, presidenta de Reagrupamiento Nacional, celebra con un gesto de agradecimiento los resultados de las elecciones legislativas francesas del pasado domingo.Yves Herman (REUTERS)

“Siempre es la misma lógica, ceder a la extrema derecha para frenarla. Y nunca funciona. Todas las normas y discursos que han tratado de neutralizar a los partidos de extrema derecha asumiendo sus premisas han conseguido justo lo contrario: los han legitimado y han provocado un trasvase de votos a su favor”, analiza Blanca Garcés, investigadora de Migraciones del Barcelona Centre for International Affairs (Cidob), para quien todo esto constituye un aviso para el PP. Su aproximación a Vox, dice, es un “ejemplo perfecto” del tipo de maniobra que acaba “reforzando” a los mismos a los que se pretende “desactivar”.

Coincide Pablo Simón: “Por la evidencia de la que disponemos, la aproximación del PP a Vox ni le quitará el control del tema de la inmigración, ni cortocircuitará las fugas de electorado, ni le restará radicalidad a sus posiciones”. Y añade: “Ya lo estamos viendo con el reparto de menores desde Canarias. Vox no tiene ni un incentivo para moderar sus posiciones, por lo que siempre va a seguir presionando al PP”. Este viernes, tras toda una semana de crescendo en el discurso de Feijóo, Abascal volvió a subir la puja y anunció que dará por rotos los pactos autonómicos con el PP si acuerda el reparto de menores migrantes. Vox quiere más cesiones. Así se alimenta el círculo vicioso.

La agitación permanente de Vox se debe, explica Simón, a que “la extrema derecha avanza simplemente con que este tema esté caliente”. Es decir, no solo se beneficia de las cesiones de sus rivales, ya sale ganando con lograr que todo el mundo hable de su tema incluso aunque los demás no asuman sus postulados. Hay estudios que avalan esta afirmación. Al menos dos investigaciones –publicadas en 2007 y 2018 por Electoral Studies y Oxford University Press– han acreditado una relación entre la atención mediática prestada a la inmigración y el crecimiento del voto ultra en Holanda. Otra investigación de 2018 en The Political Quarterly vincula el éxito de los partidos de extrema derecha a la importancia que los electores dan a la inmigración la hora de votar, determinada a su vez por la presencia del tema en los medios. Concluye Simón: “Incluso aunque no cediera ante Vox, para el PP ya es un riesgo electoral destinar tanta atención a la inmigración. Más aún si lo hace con el lenguaje de Abascal”.

Vicente Valentim, investigador de la Universidad de Oxford, sostiene que los “riesgos” de la imitación del PP a Vox en inmigración no se ciñen a los electorales. También alerta del “grave efecto negativo” en la percepción social sobre la inmigración que provocan los partidos tradicionales, como el PP, cuando copian a la extrema derecha. Junto a Elias Dinas y Daniel Ziblatt –uno de los autores del popular ensayo Cómo mueren las democracias–, Valentim ha comparado el impacto en Alemania de discursos similares pronunciados por dirigentes de centroderecha (CDU) y de extrema derecha (AfD). La conclusión, plasmada en el artículo Así erosionan las normas los políticos dominantes, es que la “expansión social de las ideas antidemocráticas, por ejemplo la xenofobia”, es mayor si el político es de un partido tradicional. En el caso del estudio, si es de la CDU. “Basándonos en estas conclusiones, es razonable pensar que el daño a los valores democráticos del PP al expresarse en los mismos términos que Vox es mayor que el daño de Vox diciendo exactamente lo mismo”, afirma Valentim.

Este “efecto negativo” puede a su vez volverse electoralmente en contra de Feijóo y los suyos, advierte Valentim. Las declaraciones “duras” del PP tienen una “fuerte capacidad” de arrastre de la opinión pública hacia posiciones “duras”, lo que a medio-largo plazo entraña un “riesgo” electoral para el PP, añade el investigador, ya que la evidencia disponible muestra que la famosa cita de Le Pen padre iba bien encaminada: “Los votantes prefieren el original a la copia”. La frase es un cliché, pero también una advertencia.

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Sobre la firma

Ángel Munárriz
Ángel Munárriz (Cortes de la Frontera, Málaga, 1980) es periodista de la sección de Nacional de EL PAÍS. Empezó su trayectoria en El Correo de Andalucía y ha pasado por medios como Público e Infolibre, donde fue director de investigación. Colabora en el programa Hora 25, de la SER, y es autor de 'Iglesia SA', un ensayo sobre dinero y poder.
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