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La leyenda vasca de los guardabosques dice adiós

El guarda forestal Andoni Díaz se jubila tras 30 años de lucha contra el furtivismo y en defensa de la naturaleza

Andoni Díaz, guarda forestal en Álava, sostiene un pollo de un año de águila real que apareció muerto por disparos en Kuartango (Álava), en una imagen cedida por él.
Andoni Díaz, guarda forestal en Álava, sostiene un pollo de un año de águila real que apareció muerto por disparos en Kuartango (Álava), en una imagen cedida por él.

El guarda forestal Andoni Díaz recuerda que era domingo el día que la policía le avisó por teléfono de que un perro había caído en un cepo que algún furtivo había dejado preparado bajo un árbol cerca de Pobes, un pequeño pueblo de Álava. El perro había librado la trampa por poco. “El cepo había saltado y le había roto alguna uña y pelo; si le pilla bien la pata, se la rompe”, cuenta. El dueño del perro, un montañero que estaba paseando por la zona, maldecía al furtivo cuando Andoni Díaz empezó a notar un hedor que provenía del árbol: de las ramas colgaban los restos de dos cabritos muertos. “Los cabritos se estaban pudriendo y la esencia y la carne iban cayendo al suelo donde estaba el cepo montado, así atraen a los zorros”. Pero la pestilencia era demasiado fuerte como para venir sólo del árbol. “A unos pocos metros encontré los restos de siete animales muertos, había perros, gatos, zorros y gatos monteses”. Los animales tenían las patas quebradas y el cráneo destrozado. Todo apuntaba a que el furtivo les había machacado la cabeza con un palo cuando estaban atrapados en el cepo y luego había tirado allí los cadáveres.

“Este tipo va a caer”, se propuso el guardabosques. Andoni Díaz cerró el cepo y dejó allí los animales muertos para que el furtivo no sospechara nada. Era imprescindible sorprenderle manipulando las trampas o la denuncia caería en saco roto. Los siguientes días, el guarda fue mañana, tarde y noche a apostarse durante horas escondido tras unos arbustos esperando a que el furtivo volviera a la escena del crimen. El miércoles comprobó que este había puesto dos lazos —otro tipo de trampas— sobre los animales muertos pensando probablemente que algún zorro o jabalí andaba husmeando. Díaz cerró los lazos. El furtivo estaba cerca de caer en su propia trampa. “El jueves tenía libre, estaba en clase de euskera pero no estaba tranquilo y fui para allá”. Llegó sobre las seis de la tarde y dos horas después apareció el furtivo y empezó a abrir el cepo y los lazos. Díaz salió de su escondrijo.

—¡Hostia, Andoni, qué susto me has dado!

Como en otras muchas ocasiones, Andoni Díaz no conocía al cazador, pero este sí le conocía a él. Era el guarda más temido entre los furtivos de Álava. Una leyenda. Algunos cazadores le habían puesto el apodo de El Jabalí porque uno podía topárselo en el monte a cualquier hora del día o la noche. No fichaba en horario de oficina. “A las cuatro de la tarde es difícil pillar a un furtivo”. Otros lo llamaban El Libretas por la libreta que guardaba en el bolsillo de la camisa y que utilizaba para apuntar los datos de sus denuncias. Aquel día sacó la libreta. El furtivo le confesó que quería matar zorros porque se comían las perdices que él quería cazar. Fue condenado por los tribunales.

La vida de Andoni Díaz (Vitoria, 1960) está plagada de anécdotas como esta que relata a EL PAÍS. El pasado mes de diciembre se jubiló después de 30 años como guarda forestal de la Diputación Foral de Álava, pero su teléfono sigue sonando con llamadas desde diferentes puntos de Euskadi en las que le reclaman ayuda. “Hemos llamado a Diputación y no nos hacen ni caso”, le decía hace unas semanas el responsable de un coto de caza que pedía auxilio para atrapar a un furtivo.

Díaz muestra restos óseos de perros encontrados en una sima.
Díaz muestra restos óseos de perros encontrados en una sima.
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Muchos de los avisos de furtivismo que recibía se los daban los propios cazadores. Y así ocurrió el 14 de mayo de 2017, cuando dos cazadores le llamaron desde el coto de Manzanos, en Álava, alertándole de que, tras escuchar un disparo, habían visto a dos guardas privados del coto armados y arrastrando un corzo. Habían decapitado al animal y escondido su cuerpo, le relataron. El guarda alavés halló el corzo decapitado, dio con los dos sospechosos y los denunció, pero esas denuncias no prosperaron en los despachos de la Diputación alavesa. Andoni Díaz estaba indignado y acudió a la Guardia Civil, que abrió una investigación. El denominado caso Manzanos culminó con la condena judicial del jefe de Montes de la Diputación por un delito de falsedad de documento oficial por imprudencia grave. Según la sentencia, durante la tramitación de los expedientes, el jefe de Montes “omitió datos esenciales y pudo condicionar la resolución final de no incoación de expediente sancionador”. El informe que había redactado “omitía un hecho esencial: el hallazgo por parte del guarda del cuerpo sin cabeza del corzo”. La Fiscalía reclamaba tres años de prisión pero el jefe de Montes llegó a un acuerdo con las acusaciones y fue condenado a una multa y un año de suspensión de empleo público en tareas relacionadas con expedientes sancionadores. La Diputación lo destituyó pero no sancionó a los presuntos furtivos al considerar que el caso había prescrito.

No era la primera vez que sus denuncias en el monte terminaban en un cajón. “Me encontraba en el monte con cazadores a los que había denunciado pero no se les había retirado la licencia de caza”. Díaz cuenta que un cazador al que denunció por furtivismo se vanaglorió de tener contactos en la administración. “Me dijo que tenía amigos en la Diputación y que le iban a quitar la denuncia y así fue”. Otros dos guardas relataron lo mismo en una entrevista en la Cadena SER. Una respuesta parlamentaria en las Juntas Generales de Álava reveló que el 48% de las 180 denuncias realizadas por los guardas forestales entre 2014 y 2016 se habían sobreseído, archivado, caducado o no iniciado. El entonces diputado de Agricultura, Eduardo Aguinaco (PNV), defendió que la institución no perdonaba multas a los cazadores. La Diputación abrió un expediente disciplinario a Andoni Díaz —”fueron represalias por denunciar las irregularidades”— pero luego lo archivó.

Díaz no sólo padecía presiones en el trabajo. En el monte sufrió amenazas en varias ocasiones. Algunas las denunció, otras no. Su nombre apareció en una diana pintada en un cartel. “En una batida de caza, escuché una vez cómo un conocido furtivo decía por un walkie-talkie al resto de cazadores: ‘acaba de pasar el hijoputa de Andoni, el que le pegue un tiro, le pago un viaje a Cuba’”. Otras veces lo amenazaron a la cara.

En 30 años como guarda forestal le ha tocado vivir de todo. Sufrió la desaparición de la hembra de la única pareja estable de águila de Bonelli que había en su día en Álava, probablemente abatida por los disparos de un furtivo, pero también compartió 17 años con un perro que encontró abrasado por las garrapatas en el monte y al que llamó Zaunka (ladrido en euskera), porque apenas ladraba. Persiguió a cazadores que mataban a sus perros cuando ya no les eran útiles y los abandonaban en simas y denunció a desaprensivos que arrasaban con cangrejos para venderlos en bares. En cierta ocasión llegó a encontrarse con un furtivo que escondía un hurón en los calzoncillos y a otra persona que había practicado zoofilia con una gallina. Preguntado por si echa de menos el trabajo de guarda forestal, contesta: “Sí, pero ahora tengo la cabeza en otro sitio”. Andoni Díaz se recupera de una operación quirúrgica para extirparle un tumor y acaba de nacer su cuarta nieta.

Díaz, con un águila de Bonelli que más tarde desapareció probablemente por el disparo de un furtivo, en una imagen propia de archivo.
Díaz, con un águila de Bonelli que más tarde desapareció probablemente por el disparo de un furtivo, en una imagen propia de archivo.

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