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Puigdemont y los perros guardianes

El regreso del ‘expresident’ al rupturismo unilateral y su tono de plaga de úlceras no ayuda, pero forma parte de su leyenda, de su sobredosis de relato: es la mayor de sus muchas verdades de milonga

Puigdemont, este jueves en el ayuntamiento de Elna (Francia). Foto: ENRIC FONTCUBERTA (EFE) | Vídeo: EPV
Claudi Pérez

Hace casi medio siglo, la amnistía nació de la necesidad de construir una democracia estable: ese bien mayor fue el que prescribió tanto el acto solemne de apostar por el olvido como sus posteriores efectos políticos. El preámbulo de la actual proposición de ley de amnistía al procés deja claro que el objetivo del texto que está llamado a aprobarse en las Cortes ―y que después iniciará un tortuoso periplo judicial— es la reconciliación tras unos años que han dejado profundas heridas en Cataluña y en el conjunto de España, una formidable fatiga y, en un trasunto de las leyes de la física, el resurgimiento del ultranacionalismo español: cada acción tiene su reacción, decía sir Isaac Newton aplicándoselo ahora a Santiago Abascal. La irrupción de Carles Puigdemont como candidato de Junts dejó este jueves tres cosas claras. Una: que al menos de boquilla sigue instalado en ese delirio populista del ho tornarem a fer; difícilmente puede esperarse que Puigdemont sea el héroe de la retirada que a menudo requieren las grandes sacudidas políticas. Dos: que el expresident sigue operando como un agujero negro de polarización; no hay más que ver la reacción de la derecha española a su anuncio, como si de golpe estuviéramos otra vez en 2017. Y tres: que Puigdemont sigue abonado a las verdades de milonga. Junts —o al menos una parte de Junts— ha iniciado un viraje hacia el pragmatismo que no va a cambiar por el discurso de fuegos artificiales, efectista-electoralista, de Puigdemont. No hay quien se crea que va a volver de Waterloo sin garantías; es muy posible que acabe presentándose también al Parlamento Europeo si ve que la aplicación de la amnistía se complica, por mucho que lo niegue. Si obtiene un resultado catastrófico puede haber problemas —ojo con los leones heridos—, pero si sale de las urnas con unos números decentes, que le permitan tener algún resorte de poder o al menos seguir siendo un actor relevante en futuras negociaciones, lo normal —si es que hay algo parecido a eso en las procelosas aguas de la política catalana— es que Junts siga dando pasos hacia el principio de realidad. Lo normal, en fin, sería sustituir la sobredosis de rauxa por unas gotas de seny y dejar de lado las variantes políticas del cuento de la lechera de la independencia.

Los apocalípticos siguen con el raca-raca del “se rompe España” y ven en el relato del candidato Puigdemont la confirmación de que nunca se debió negociar la amnistía con ese Moriarty de andar por casa. Las trompetas de Jericó no han dejado de sonar, y ahora lo hacen incluso con más fuerza. Pero la generosidad es gratuita y sus efectos solo se ven en el largo plazo: las consecuencias de la amnistía tardarán mucho en ser claramente visibles, y el acelerón político en el que estamos metidos exige resultados a corto plazo. El regreso de Puigdemont al rupturismo unilateral y su tono de plaga de úlceras no ayuda, pero forma parte de su leyenda, de su sobredosis de relato: es la mayor de sus muchas verdades de milonga.

Hace casi 100 años, un joven licenciado de la prestigiosa École Normale Supérieure de París, Paul Nizan, se despidió de los estudios filosóficos con un iracundo ensayo titulado Los perros guardianes. En él reprochaba a los filósofos de su tiempo que se extraviaran en una multitud de pensamientos evanescentes y se olvidaran de las verdaderas preguntas; la guerra estaba cerca. Un siglo después, las verdaderas preguntas siguen siendo como la liebre mecánica del canódromo: habría que preguntarse sobre el papel de España en Ucrania y en Gaza, sobre el paro, sobre las revoluciones verde y tecnológica. Y sobre Cataluña, sobre la reconciliación y Cataluña: esa es una de las verdaderas preguntas en todo este lío. Ni las preguntas ni las respuestas, si las hay, logran sobresalir entre el ruido atronador de la bronca pública. Pero los catalanes deciden el 12-M entre dejar un poco más atrás el procés o seguir varados en ese ensueño mientras el mundo sigue girando. La amnistía empieza a examinarse antes incluso de nacer. La cuestión es saber si de veras contribuye a coser heridas y a reconciliar o seguimos en esa dialéctica en la que a los que más se escucha es a quienes ladran desde las esquinas: a los perros guardianes de las esencias de uno y otro lado. Tarde o temprano, llegarán otras elecciones generales y si ha pasado un tiempo razonable quizá podremos preguntarnos por la reconciliación asociada a la amnistía; para entonces aventuro que seguirán ladrando los perros guardianes con la habitual seriedad esdrújula, sus nubes de apocalipsis, sus hongos nucleares y ese tonillo inconfundible de Antiguo Testamento.

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Sobre la firma

Claudi Pérez
Director adjunto de EL PAÍS. Excorresponsal político y económico, exredactor jefe de política nacional, excorresponsal en Bruselas durante toda la crisis del euro y anteriormente especialista en asuntos económicos internacionales. Premio Salvador de Madariaga. Madrid, y antes Bruselas, y aún antes Barcelona.
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