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Carlos Fonseca: “El relato oficial del 23-F hace agua por todos lados”

El periodista y escritor publica ‘La farsa’, un análisis de la investigación del golpe de Estado en el Congreso en 1981

El periodista y escritor Carlos Fonseca, el pasado martes, en la sede de la editorial Penguin Random House en Madrid.
El periodista y escritor Carlos Fonseca, el pasado martes, en la sede de la editorial Penguin Random House en Madrid.Andrea Comas
Natalia Junquera

El periodista y escritor Carlos Fonseca (Madrid, 65 años) ha dedicado cuatro años a indagar en la documentación existente sobre el 23-F y a pedir —la mayoría de las veces, sin éxito— la que permanece oculta. Tras analizar el sumario, al que el PAÍS accedió en 2021, además del archivo personal del entonces ministro de Defensa, Alberto Oliart, y las actas del PSOE, concluye que la investigación para castigar a los culpables estuvo “viciada” desde el principio y dejó muchos cabos sueltos. Los recorre a lo largo de 398 páginas en La farsa (Plaza & Janés). Fonseca es también autor de Trece rosas rojas (2004), el libro que difundió uno de los episodios más crueles de la represión franquista, llevado al cine en 2007. Aún se indigna al recordar las palabras de Javier Ortega Smith, de Vox, que acusó a las 13 mujeres ejecutadas por el franquismo de “torturar, asesinar y violar vilmente”. El Tribunal Supremo no vio delito en sus declaraciones.

Pregunta. Dice en el libro: “La pertinaz resistencia a arrojar luz sobre lo ocurrido adquiere hoy tintes de encubrimiento”. ¿Cree que el 23-F es el motivo fundamental para remolonear a la hora de reformar la ley de secretos oficiales?

Respuesta. El anteproyecto de ley de información clasificada no va a desclasificar la documentación del 23-F porque alude a información clasificada como tal a partir de su entrada en vigor y lo que hay por detrás queda a expensas de que lo desclasifique el organismo que lo clasificó.

P. Y de los llamados secretos oficiales, ¿el 23-F es el más interesante o el que más miedo da?

R. El 23-F es el suceso más grave desde que recuperamos la democracia y que 43 años después se siga sustrayendo del conocimiento público información de la que no sabemos ni su calado hace pensar mal. Todas las solicitudes que ha habido para desclasificar esa información, la última, hace cuatro meses por parte de tres grupos parlamentarios, han caído en saco roto. Y da igual que sea un gobierno del PP o del PSOE, en este tema no se quiere entrar. Eso induce a pensar que hay cosas que se quieren ocultar porque pueden perjudicar a determinadas instituciones.

P. ¿Qué instituciones? ¿Qué es lo que se “encubre”?

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R. El papel del Rey, sin que yo quiera decir que estuvo implicado o no, y el del Ejército. El ministro [Alberto] Oliart dijo que el golpe había fracasado porque hubo una lealtad inquebrantable del Ejército, que cifró en el 94%, pero con el tiempo se demostró que hubo muchas regiones militares que estuvieron dudando si sumarse al golpe.

P. No hay transcripciones de las llamadas desde o a La Zarzuela aquel día.

R. No. Ni de muchas otras. El asalto fue a las 18.20 y la primera conversación intervenida es ya de madrugada, en torno a la 1.15. Durante esas siete horas previas, ¿no se intervino ningún teléfono? Solo se incorporan a la causa las conversaciones que hay a partir de que el Rey sale en televisión y condena el golpe.

No tiene justificación que tengamos que enterarnos de cosas que pasaron aquí por archivos de otros países

P. Cuenta en el libro que, según un documento desclasificado de EE UU, “solo dos o tres generales telefonearon al rey Juan Carlos para declarar su lealtad”. Con el accidente de Palomares ocurre algo similar: investigadores españoles han obtenido más información de los archivos de otro país que del suyo.

R. Ese documento es sobre una reunión con dirigentes de la OTAN en la que hablan del 23-F. Tengo la esperanza de que próximamente se desclasifique también en EE UU información importante relativa al golpe. Resulta paradójico que tengamos que enterarnos de cosas que pasaron aquí a través de información recabada en otros países. No tiene ninguna justificación.

Tejero, durante el asalto al Congreso, el 23 de febrero de 1981.
Tejero, durante el asalto al Congreso, el 23 de febrero de 1981. Manuel P. Barriopedro (Efe)

P. ¿Qué cree que le falta al relato oficial?

R. El relato oficial es, en esencia, el fallo del Consejo Supremo de Justicia Militar, es decir, que fue un golpe de cuatro militares franquistas y que fracasó por el apoyo incondicional de la cúpula del ejército y la actuación decidida del Rey. Ese relato hace agua por todos lados. Hablo de investigación amañada y de farsa por los enormes agujeros que tiene el sumario. No hubo voluntad de saber toda la verdad, sino de enjuiciarlo lo más rápidamente posible y condenar a los más significados, los que no podían negar su participación porque los vimos en televisión.

P. Tejero ya había sido condenado a siete meses de cárcel en la Operación Galaxia en 1978, y en el interrogatorio tras su detención por el 23-F confiesa que desde que salió de prisión se había dedicado a hablar con militares con sus mismas inquietudes. ¿Los servicios de inteligencia fallaron estrepitosamente?

R. Sí. Que el servicio de inteligencia militar, el CESID, no se enterara de nada cuando los rumores sobre la posibilidad de un golpe de Estado estaban en la calle, como poco demuestra que eran unos inútiles. Y a partir de ahí, uno puede pensar que, como hubo elementos del CESID que estuvieron implicados, no se hizo nada. [Fueron procesados Vicente Gómez Iglesias, capitán de la Guardia Civil adscrito al CESID, y el comandante José Luis Cortina, pero solo se condenó al primero].

P. Los rumores del golpe de Estado estaban hasta en la prensa.

R. El Alcázar hablaba de “quién será el general que monte este caballo”, de Armada… Era casi una conspiración pública. Ansón [Luis María, entonces presidente de la agencia Efe], en una entrevista que le hicieron cuando cumplió 90 años, llegó a decir que Armada [Alfonso, general condenado por el Supremo a 30 años de cárcel como cabeza de la rebelión militar] le llamó entre finales de enero y principios de febrero para ofrecerle ser ministro de Información.

No hubo voluntad de saber toda la verdad, sino de enjuiciarlo lo más rápido posible

P. También critica la investigación sobre el origen del dinero con el que se compraron los dos autocares que llevaron a los golpistas al Congreso. A usted le ofrecieron, y aporta en el libro, una versión distinta.

R. El historiador Luis Togores, hijastro de García Carrés [Juan, ultraderechista, único civil condenado por el 23-F], me dijo que el dinero lo puso Carrés, que lo guardaba en una caja fuerte en su casa. El contrato de compraventa lo firma la mujer de Tejero y argumentan que el dinero procedía de una herencia por la muerte de una tía suya. Pero desde la fecha de recepción de la herencia hasta la compra de los autocares pasan cinco años. ¿Cinco años con dos millones y medio de la época en una casa? Es otro aspecto en el que no se indagó más.

P. En el libro incluye nombres de quienes, sin estar directamente implicados, se alegraron por el golpe, mientras otros hacían las maletas. ¿Cuál le llamó más la atención?

R. Sobre todo, la relación de gente que se carteó con Milans del Bosch [general condenado a 30 años de cárcel por el golpe], estando ya en prisión. Ahí estaba el hermano del ministro del Interior, el general Rosón; Javier Calderón, secretario general del CESID que terminaría al frente del mismo; la cúpula militar... Desde la muerte de Franco hubo a quien le parecía que la democracia iba demasiado rápido. En la conspiración para cargarse a Adolfo Suárez participa muchísima gente. Pero él dimite el 29 de enero, el 23 de febrero se está eligiendo a un nuevo presidente y el golpe no se para. Por eso creo que Suárez era un pretexto.

P. ¿Qué cree que habría pasado si Tejero hubiese permitido a Armada dirigirse a los diputados y contarles el plan del Gobierno de concentración?

R. Había dos opciones: que accedieran, es decir, que el golpe triunfara; o que se opusieran, que sería lo razonable después de que te hayan amenazado con metralletas en una sesión de investidura democrática. Si hubiesen aceptado, luego se habría intentado vestir de legitimidad y aquí paz y después gloria.

P. En la comparecencia secreta de Oliart en el Congreso, casi un mes después, para informar del golpe, la taquígrafa anota “rumores y risas” cuando uno de los diputados pregunta por quién iba a integrar ese Gobierno de concentración.

R. El único elemento que tenemos de esa lista es lo que contó Carmen Echave [doctora y militante de UCD que anotó ese día en el Congreso los nombres que había oído], ya fallecida, muchos años después a los periodistas de EL PAÍS Joaquín Prieto y José Luis Barbería. Antes no le había dado esos nombres al juez. Según explicó, porque Rosón [Juan José, entonces ministro del Interior] le había aconsejado que fuera “prudente”.

P. Y por Tejero, que en una de sus declaraciones, se quejó de algunos nombres de esa lista: Felipe González, Enrique Múgica y Jordi Solé Tura.

R. Efectivamente, Tejero da algunos nombres y se queja de que para eso no había dado él ese campanazo, pero esa lista es como lo del elefante blanco. Supuestamente, el elefante blanco era Armada, pero en su comparecencia ante los diputados, Oliart lo sitúa como impulsor del golpe y cuando le preguntan quién era el elefante blanco dice que no sabe. Si no era Armada, ¿quién?

P. Describe en el libro la intensa relación entre el ministro Oliart y el juez instructor del caso.

R. Es sorprendente que el juez del plenario, que luego va a formar parte también del tribunal militar, se entreviste periódicamente con el ministro para ir contándole el desarrollo del proceso. No hay por dónde cogerlo. En el archivo de Oliart hay una carta de agradecimiento, una vez que termina el juicio, del juez y general José de Diego que es puro almíbar. Por mediación del ministro, le colocaron como miembro del Consejo de Administración de Altos Hornos del Mediterráneo.

P. La expresión “golpe de Estado” ocupa en la actualidad muchas líneas de los diarios de sesiones. ¿Se usa a la ligera?

R. Totalmente. Ahora, golpe de Estado es cualquier cosa. Se está frivolizando. Lo que da miedo es que estemos en un proceso de involución democrática, que nos habituamos a que se califique de manera muy gruesa algunos acontecimientos, generalmente, por parte de la derecha y la extrema derecha.

P. Recientemente, ha habido manifiestos militares que recordaban al ruido de sables previo al 23-F. ¿Los ve preocupantes? ¿A qué los atribuye?

R. Son preocupantes, pero quiero pensar que la situación de entonces no es equiparable a la de ahora. Lo que no significa que a mí no me den miedo determinadas expresiones de determinados personajes que tienen impacto en la política pública.

P. ¿Tienen demasiada cancha a los nostálgicos?

R. Sí. Hay manifestaciones por Madrid con falangistas con la bandera con la gallina… Y creo que los medios no deberían reproducir de manera acrítica los mensajes que se lanzan desde esas formaciones.

Carlos Fonseca, el pasado martes, en la sede madrileña de la editorial Penguin Random House.
Carlos Fonseca, el pasado martes, en la sede madrileña de la editorial Penguin Random House. Andrea Comas


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Sobre la firma

Natalia Junquera
Reportera de la sección de España desde 2006. Además de reportajes, realiza entrevistas y comenta las redes sociales en Anatomía de Twitter. Especialista en memoria histórica, ha escrito los libros 'Valientes' y 'Vidas Robadas', y la novela 'Recuérdame por qué te quiero'. También es coautora del libro 'Chapapote' sobre el hundimiento del Prestige.
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