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La muerte de 25 vacas a manos de unos vecinos de un pueblo de Cantabria por envidias entre ellos llega a la justicia

Tres hombres detenidos por la Guardia Civil por encerrar a 25 reses de otro ganadero hasta que murieron asfixiadas declaran cinco meses después, acusados de un delito de maltrato animal y otro por daños económicos

Cabaña de San Roque de Riomiera donde aparecieron las vacas muertas en julio.
Cabaña de San Roque de Riomiera donde aparecieron las vacas muertas en julio.112 CANTABRIA
Juan Navarro

El rojo tiñó de muerte los prados verdes. Un reguero de sangre emanaba de una cabaña entre prados. El hilo despejó las dudas del ganadero Rubén Fernández: sus vacas no volverían a mugir. Era 30 de julio en Carcabal, muy cerca de San Roque de Riomera (Cantabria, 330 habitantes) y el sudor frío estremeció la frente de este joven cántabro, de 27 años. Él mismo tuvo que armarse con una motosierra y destruir la puerta del chamizo, estratégicamente cerrada con 28 vacas dentro. Después, cogió el tractor y fue sacando, uno por uno, cadáveres hinchados, abotargados, asfixiados por el calor y la falta de aire del espacio. Varias estaban preñadas. Solo sobrevivieron tres ejemplares y tres hombres han sido los detenidos por la Guardia Civil como acusados de los hechos: uno de ellos es un ganadero con quien Fernández había discutido semanas atrás.

Las palabras aún salen a borbotones cuando Fernández trata de explicar lo ocurrido. No había rastro de los animales, algo relativamente habitual en ganadería extensiva como la suya, pero empezó a alarmarse cuando aquel día de julio pateó y pateó terrenos sin encontrarlos. “Tenía las vacas por ahí, no aparecían, no aparecían… y estaban todas encerradas en una cabaña”, suspira el emprendedor rural, quien se lanzó a la aventura del gremio tras varios años ayudando en la explotación ganadera de sus padres y un tiempo trabajando en una fábrica. Poco le duró la sonrisa tras empezar en el gremio en abril. La Guardia Civil se personó en una cabaña donde jamás tantos bovinos se hubiesen reunido por voluntad propia y pronto apreciaron la mano humana: el cierre se había dispuesto con diligencia y unas cuñas aseguraban que las víctimas cuadrúpedas no podían escapar. A su vez, alguna de las reses presentaba cortes en el cuello, probablemente efectuados con objetos punzantes para atemorizar al rebaño y conseguirlo recluir en la cabaña con resultado mortal.

Allí mismo comenzaron las investigaciones, concluidas este martes con la detención de tres vecinos del pueblo, de entre 22 y 29 años, casi de la quinta del agraviado. Este jueves han comparecido ante la jueza y la magistrada del juzgado de Primera instancia 1 de Medio Cudeyo, tras declarar dos de ellos y que uno de ellos ejecutara su derecho de no hablar, acordó su puesta en libertad provisional. A los tres se les ha tratado por un delito de maltrato animal y otro de daños en un proceso llevado a cabo en secreto durante meses por la unidad del Seprona de la Guardia Civil de Cantabria.

Algo se olía el afectado. “Había muchas papeletas de que fuesen ellos, pero no todas, a veces te equivocas. Yo nunca he señalado a nadie, aunque tenía sentimientos personales y se me ha cumplido alguno”, afirma con cierta satisfacción el cántabro. Con uno de ellos había “tenido rencillas” verbales y “enganchadas” porque el otro, también ganadero, dejaba libres a sus respectivas vacas y estas se adentraban en las parcelas de Fernández. Con los dos hermanos arrestados, en cambio, nunca tuvo trato pese a que los cuatro implicados son del mismo pueblo. “Habíamos tenido unas palabras, pero nada tan grave como para llegar a esto. Discutimos con unas fincas, pero nos respetábamos”, sostiene la víctima, que estima en unos 50.000 euros el valor de las reses muertas y que confía en recuperar, pues desde el suceso veraniego ha ido comprando remplazos para perseverar en su empeño pese a estas complicaciones iniciales. “Psicológicamente, es muy difícil volver, el sufrimiento de aquella noche es como… ¡Joder! Ese olor… Toca volver a empezar, pero no se me pasó por la cabeza dejarlo, es como dar un voto de confianza”, esgrime el joven.

El desenlace no le hace temer represalias o venganzas y solo pide “que quien haya sido sufra tanto como mis animales cuando murieron”. En el pequeño San Roque de Riomera, admite, ha aparecido “cierta tensión”, perceptible al telefonear a uno de los bares y que de inmediato se cuelgue el aparato cuando se menciona el tema. “Estaban en un plan de hacer lo que quisieran, pero que no se pasen de listos, no quiero estar dos horas corriendo detrás de su ganado para que se rían de mí”, sostiene, e insiste en que él no planea tomarse la justicia por su mano, sino que pretende “rehacer la vida” sin amedrentarse: “Sé cómo actúo yo, si ellos se meten en mi camino nos veremos las caras, pero yo hago mi camino”. El tiempo ha ido aliviando las pesadillas que sufrió durante semanas, sin conocer a los autores de los hechos y despertándose de la noche con la vívida imagen de las vacas muertas y las horas de trabajo para sacarlas de su ataúd común: “El primer mes fue horroroso. Mi estado era de venirme abajo, se me caía el alma por volver a empezar”.

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Tantos meses de pesquisas y la resolución reciente le han permitido trazar una explicación sobre a qué se debe la tragedia animal del 30 de julio. Envidias, reitera, habituales en sitios pequeños como este, envueltos entre montañas y silencios. Envidias de que llegue otro ganadero joven al sector, de que le vaya económicamente bien, aunque a la competencia tampoco le perjudique, y traducidas en esas actitudes tan cainitas entre quienes deberían aliarse para acumular más fuerza: “A la gente le revienta que te vaya bien”. La envidia, zanja, hizo que quienes acabaron reventadas por dentro fueran sus vacas.

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Sobre la firma

Juan Navarro
Colaborador de EL PAÍS en Castilla y León, Asturias y Cantabria desde 2019. Aprendió en esRadio, La Moncloa, en comunicación corporativa, buscándose la vida y pisando calle. Graduado en Periodismo en la Universidad de Valladolid, máster en Periodismo Multimedia de la Universidad Complutense de Madrid y Máster de Periodismo EL PAÍS.
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