El narco del Estrecho se reinventa: “Desde la cárcel y el exilio lo controlan todo”
Pese a la bajada de aprehensiones, agentes y fiscales apuntan a una reorganización del tráfico de drogas que se extiende hasta Portugal y Sevilla
El Pajarito es un narco chungo, de los que actúa primero y ya luego, si acaso, pregunta. Ni se lo piensa cuando ve aparecer a los policías judiciales Juan y Luis —nombres ficticios, por seguridad— por el Reventón Chico de Sanlúcar de Barrameda (Cádiz), una urbanización de lujosos chalés ilegales levantada al calor del hachís. “¡Ya estamos con las fotitos!”, grita el joven R. S. R., mientras mira desafiante desde su quad a los agentes y los periodistas que le acompañan en el todocaminos negro de la Policía. Juan ni se inmuta: “Este es de los peligrosos, de los que cuando hace vuelcos no tiene miramientos”. La hoja de servicio de R. S. R. a las órdenes del hachís le avalan: hasta nueve detenciones con apenas 30 años por un rosario de delitos que van desde la tentativa de homicidio al robo con fuerza o salud pública. Y no debe ser el único con esas formas, a juzgar por las marcas aún visibles que dejó una ráfaga de disparos en un fusil de asalto AK-47 en la fachada de una de esas lujosas casas, hace ahora justo un año.
La escena, vivida el pasado viernes en los arrabales de Sanlúcar, resume bien la sensación que tiene la fiscal antidroga de Andalucía, Ana Villagómez, sobre el momento actual que vive el narco del Estrecho: “Calma tensa”. La Justicia acorrala a los poderosos narcos Castaña, los reyes del hachís. El que no está detenido y a la espera de juicio, está fugado. Los primeros datos analizados hablan de menos operaciones y menos droga incautada. “Ha descendido drásticamente, casi la mitad”, adelanta Villagómez, a la espera de la publicación de su informe anual. Podría parecer que el negocio del hachís llega a su fin, pero ninguno de los profesionales que siguen implicados en luchar contra el pingue negocio ilegal venido de Marruecos tiene dudas de que el negocio está lejos de detenerse. “Esto no ha acabado. Está comprobado que desde la cárcel o el exilio los mismos de siempre lo controlan todo”, confirma un guardia civil de Huelva que perteneció a OCON Sur, la unidad de este cuerpo creada para luchar contra el tráfico de drogas, desmantelada el pasado mes de septiembre.
Las calles de El Zabal, la barriada de La Línea en la que el narco se hizo fuerte con sus construcciones ilegales, ya no son peligrosas para los curiosos. Los alijos a plena luz del día en las playas campogibraltareñas o de la desembocadura del Guadalquivir ya no son tan usuales. Los narcos ya no pasean sus cochazos, ni airean sus fiestas. Pero el negocio está ahí. “Podría decirse que la bajada puede deberse a la desaparición de Ocon y a que a finales de 2022 todavía se están reconstruyendo los grupos de EDOA que se han reforzado en las comandancias, pero no lo sabemos. Lo que está claro es que no es debido a que espontáneamente desaparezca la criminalidad, sobre todo porque no hay desabastecimiento de droga. Quizás esté entrando por otro lado y no nos enteramos”, apunta Villagómez. La impresión generalizada en la decena de fuentes consultadas en la lucha contra el narco es que los capos han apostado por un perfil bajo, que evite titulares que llamen la atención en el Ministerio del Interior, mientras se organizan nuevos portes, se rearman y buscan nuevos puntos débiles de la costa. “El narcotráfico es un fenómeno que se adapta bien, estamos en un periodo de adaptación y estamos intentando ver por dónde van para adelantarnos”, resume Javier Bello, jefe de Vigilancia Aduanera en Andalucía.
El Guadalquivir, río arriba, es uno de esos recovecos. Ignacio Vega, jefe de la Unidad de Droga y Crimen Organizado de la Comisaría de Cádiz apunta al laberinto de caños y marismas de Trebujena, Coria, Isla Mayor o Lebrija como puntos calientes del hachís: “Eso es de autóctonos, así que los de La Línea llegan a alianzas con ellos. Es una zona complicada porque detectan al extraño de inmediato. Además, han mejorado aún más sus medios técnicos”. El policía sanluqueño Juan confirma la impresión. “Esto es el gato y el ratón así que han tirado para arriba, por aquí ya hay pocos alijos, pero nos llegan informaciones de que entran todos los días. A veces, entran al ralentí en lanchas pequeñas con los motores tapados con mantas mojadas para que no les detecte el SIVE. También, se han dedicado a la marihuana como segunda vía de ingresos”, asegura mientras inspecciona la playa de La Reyerta, una zona en el límite entre Sanlúcar y Chipiona que ya no es zona tan habitual para el narco.
Los 122 kilómetros de litoral onubense —con sus zonas vírgenes y rías— y la costa sur de Portugal han acabado por convertirse en otra vía de escape para el narco. Ya lo detectó Ocon con la operación Dismantle que ha sentado a 157 investigados de la banda de los Castaña, por organizar portes desde Vila Real de San Antonio. Allí los narcos se encuentran con la facilidad de poder seguir botando sus potentes narcolanchas sin que sean género prohibido como en España, mientras que el Ministerio de Justicia luso trabaja ya en su ilegalización. “Solo en los tres primeros meses de 2023, Vigilancia Aduanera ha intervenido 20.200 kilos de hachís en Huelva. Los meses de enero y febrero fueron un no parar. Meten cargamentos en pesqueros o similares y e intentan desviar la atención en puertos recreativos”, resume la fiscal antidroga de Huelva, Ana Laso.
Las escaramuzas quedan patentes en operaciones como la Castle, desvelada este martes, en la que la Guardia Civil ha conseguido detener a 50 traficantes entre Huelva y el Campo de Gibraltar, con vinculaciones en Portugal. La banda fue capaz de introducir droga por el Guadalquivir, por el Guadiana e incluso de colaborar con una mafia canaria para mover hachís y cocaína en viajes de ida y vuelta. No es la única maniobra de despiste. Vega ha descubierto que hace tiempo que los narcos ya ni acercan sus potentes lanchas prohibidas en los embarcaderos: “Las echan al agua y duran lo que duran, durante semanas, hasta que las revientan. Resulta muy duro aguantar varios días en alta mar, a la deriva”. Para resistir, tiran de otras organizaciones con las que se alían para que les den apoyo en cambios de tripulación o gasolina. Cuando los agentes les pillan, poco pueden hacer contra ellos, ante la incapacidad de vincularlos dentro de la organización criminal. “El próximo paso tendría que ser prohibir atacar por la vía legislativa para prohibir esos portes de gasolina”, apunta el inspector jefe de Udyco Cádiz.
Ya no hay videoclips, ni fiestas ostentosas radiadas por redes sociales, pero los nombres propios del hachís siguen siendo los mismos: los Castaña, el Messi o Kiko el Fuerte, en el Campo de Gibraltar —estos dos últimos, huidos—; los Coquina o el Tomate, en Sanlúcar; Anselmo —recientemente detenido tras fugarse de una cárcel gallega—, el Yeyo o el Canela, en Huelva. “Siguen siendo ellos, aunque interpongan a otras personas. Es lo que saben hacer y lo hacen bien. Ahora están más discretos por los juicios. De lo que pase con las condenas a Los Castaña saldrá lo que va a ser del narco en el Estrecho en los próximos años”, apunta un guardia civil de la zona.
Tanto cambio también ha dejado cadáveres en el camino del hachís. En Vigilancia Aduanera han detectado un importante incremento del contrabando de tabaco en los alrededores de Gibraltar, como el porte que acabó en febrero con dos agentes apedreados. “Los contrabandistas del tabaco se pasaron a la droga en el pasado y ahora el círculo se está cerrando otra vez. Da bastante dinero y la prueba está en la intensidad de los ataques. Son los segundones los que se han vuelto al tabaco”, detalla Bello. “El cartón Legend lo compran a 20 euros en Gibraltar, lo sacan en zodiac y le sacan al cartón unos 10 euros. Algunos son menores. Al final, hay quien se puede sacar 3.000 o 4.000 euros a la semana si se dedican a eso por derecho”, explica el mismo agente de la zona.
A 200 de kilómetros del Peñón, dos pescadores sanluqueños ven la vida pasar a través de las rejas del muelle de Bonanza que dan a la playa homónima. Entre las barquitas recreativas amarradas a la orilla, los últimos rayos de sol de la tarde bañan unos restos negros chamuscados en la arena. “Es una goma del hachís que quemaron el verano pasado”, señala el policía Juan. Uno de los dos vecinos se gira y asiente. “Mi colega tenía una recreativa y se la robaron. Consiguió averiguar que estaba en Coria y allí que se fue. Encontró al que se la había robado y le dijo: ‘He sido yo, o te vas o te mato’. Esto es lo que tenemos. Es lo malo de vivir en el río”, zanja el hombre encogiéndose de hombros.
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