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El desafío de la integración en Algeciras

La ciudad es ejemplo de convivencia de 120 nacionalidades, pero la pobreza y la desigualdad obstaculizan la plena inclusión social de los migrantes

Amid, en su puesto de fruta del mercado de Algeciras este viernes.
Amid, en su puesto de fruta del mercado de Algeciras este viernes.Marcos Moreno
Jesús A. Cañas

El sacristán Diego Valencia siempre tenía una bolsa de comida para quien se acercase a la puerta de la iglesia de La Palma, en Algeciras (Cádiz), pidiendo ayuda. Era una máxima de Cáritas, como explica el sacerdote Juan José Marina. El 80% de quienes piden auxilio en el templo son musulmanes, señala el párroco. Y añade: “Es un respeto mutuo”. Una situación que resume el espíritu de convivencia con el que centenares de algecireños despidieron este viernes a Valencia, asesinado dos días antes por el ciudadano de origen marroquí Yasine Kanjaa. El crimen ha convulsionado a esta ciudad de 120.000 habitantes que lleva a gala ser vecindario de más de 120 nacionalidades pero que, al igual que toda la comarca del Campo de Gibraltar, aún tiene obstáculos que dificultan la plena integración de los migrantes.

Efectivos sanitarios y policiales cubren el cadáver del sacristán fallecido en un ataque a diferentes iglesias, a 25 de enero de 2023 en Algeciras (Cádiz, Andalucía, España).Foto: Nono Rico | Vídeo: EPV

Sabido es que Algeciras es un lugar multicultural, y el presidente de la Junta de Andalucía, Juanma Moreno (PP), aprovechó su presencia en el funeral para recordarlo. “Siempre ha existido convivencia”, dijo antes de entrar a la iglesia. Roberto Espiñeira, de 70 años y gallego residente en la localidad desde hace tres, coincide con la aseveración, pero aporta la clave: “El problema son los chavales que se ven sin papeles, sin nada. Es fácil que caigan en cualquier red”, dice mientras pasea a su perra Lily por la plaza Alta. El 8,39% de los habitantes de la ciudad son extranjeros residentes, según el Instituto de Estadística y Cartografía de Andalucía de 2021. Y esos datos no tienen en cuenta a la población de paso, migrantes habitualmente en una situación irregular que les complica acceder a cualquier derecho.

“La inclusión social se encuentra obstáculos. Es una ciudad que sufre profundas desigualdades, y la exclusión y la pobreza afectan más a los migrantes”, resume el periodista local Alfonso Torres, autor de Manual de actuación frente al racismo. Torres trabajó además en la difusión de un análisis sobre la percepción de la convivencia entre población autóctona y alógena en Algeciras en 2017: el 79% de la población extranjera aseguró tener buena relación con los locales, y el 78% de estos veía positiva la diversidad étnica en los colegios públicos. Pese a esas cifras tan igualadas, su conclusión es que “la población migrante era más receptiva que la autóctona en integrarse”. “Hay zonas de la ciudad que siguen vivas gracias a que la población migrante es parte de la comunidad”, apunta el periodista. Algeciras está entre las diez ciudades de España con mayor tasa de paro (rozando el 25%), según un informe del INE con datos de 2021.

Los alrededores del puerto y el mercado son la viva estampa de ello. Mientras la plaza Alta bullía en aplausos durante la despedida del coche fúnebre del sacristán asesinado, los puestos de los comerciantes apuraban las últimas ventas del día, aún conmocionados por el crimen. El protésico dental marroquí Amid lleva 27 años viviendo en Algeciras y regenta como empresario un puesto de frutas y verduras. Asegura que nunca ha sufrido xenofobia. “La integración depende de las personas”, opina.

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Mercado principal de Algeciras.
Mercado principal de Algeciras.Marcos Moreno

Pepa —”mejor pon ese nombre si lo vas a publicar”, pide— apura sus últimas compras en el mercado. Nació en Tánger en tiempos del Protectorado Internacional y ahora reside en Algeciras. Tras vivir en las dos orillas, llega a la conclusión de que la convivencia es sencilla pero la integración “no tanto”. “En Tánger los españoles vivíamos separados y aquí ocurre algo similar. Vivo en un edificio en el que están llegando personas marroquíes para vivir y los vecinos no están contentos. Es difícil”, explica la mujer. Mohamed El Mkaddem, imán del templo de Al Huda y portavoz de la comunidad islámica en el Campo de Gibraltar, afirma que en la ciudad están “acostumbrados a la mezcla”, pero no niega que ataques como el ocurrido el miércoles hacen daño a la comunidad musulmana: “Los que más pagamos esto somos nosotros. No lograrán implantar el odio, compartimos el dolor”.

El alcalde, José Ignacio Landaluce (PP), asegura que la ciudad invierte unos 10 millones de euros en gasto social, de los más de 110 millones del presupuesto municipal, y afirma que el número de familias atendidas ha crecido de 1.700 antes de la pandemia a 5.000 en la actualidad. El día después del ataque, el alcalde incidió en que lo que Algeciras necesita son más medios policiales. La petición contrasta con la realidad de la baja criminalidad de una ciudad con 22 infracciones por cada 1.000 habitantes —según datos del Ministerio del Interior del año pasado—, una cifra por debajo de ciudades turísticas como Sevilla.

Torres rechaza que esa sea la solución y cuestiona la cifra de inversión social aportada por Landaluce, porque asegura que engloba los costes del personal que trabaja en la delegación municipal. “La Administración debería tener más músculo social. Si hay un asunto que altera la paz social en el Campo de Gibraltar es el narcotráfico, y ahí hay personas de todo pelaje”, afirma.

En ese contexto, asociaciones y ONG llevan años trabajando por desmontar, además, los bulos y desinformaciones que señalan a los migrantes como beneficiarios privilegiados de las ayudas sociales. “Uno de los prejuicios más comunes es el del migrante que se lleva la ‘paguita’ o que viene a quitarnos el trabajo. La realidad es que quien no tiene papeles no recibe apenas ayudas”, apunta Torres.

Espiñeira ya ha recogido el periódico del que es suscriptor desde 1976 y está a punto de terminar el paseo a su perra por la plaza Alta. “Justo aquí donde estamos todos los fines de semana monta Vox su tenderete”, cuenta, preocupado por los mensajes xenófobos que puedan alentarse ahora, tras el asesinato de Diego Valencia, en “una ciudad de convivencia”. “Esos mensajes calan más en la incultura. Es más fácil buscar a alguien a quien echar la culpa de tus males”, razona el jubilado.

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Sobre la firma

Jesús A. Cañas
Es corresponsal de EL PAÍS en Cádiz desde 2016. Antes trabajó para periódicos del grupo Vocento. Se licenció en Periodismo por la Universidad de Sevilla y es Máster de Arquitectura y Patrimonio Histórico por la US y el IAPH. En 2019, recibió el premio Cádiz de Periodismo por uno de sus trabajos sobre el narcotráfico en el Estrecho de Gibraltar.

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