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La violencia de las bandas juveniles se expande a Guadalajara y Toledo desde Madrid

Las dos provincias limítrofes de la capital, bien conectadas por el tren de cercanías, asisten desde hace dos años a la eclosión de un fenómeno “en pleno auge” que deja un reguero de menores detenidos y heridos

Vídeo: B. FERNÁNDEZ | C. MARTÍNEZ
Patricia Ortega Dolz

Hace apenas dos años los puestos de la Guardia Civil de pueblos de Guadalajara y Toledo comenzaron a recibir llamadas inusuales: “Una madre desesperada porque su hijo, menor de edad, no había vuelto a casa y no contestaba al teléfono móvil en varios días”; “directores de institutos que alertaban de que los chavales, menores, no entraban en clase y se quedaban en parques cercanos”; “una denuncia por una lesión de un machete en la cabeza de un chiquillo en la parada del autobús”; “una madre que avisa de que tres jóvenes han agredido a su hija en su propia casa, después de lanzar piedras a la vivienda”… Las investigaciones de aquellos hechos, diseminados por pueblos de ambas provincias limítrofes con Madrid, tenían un denominador común: bandas juveniles.

“Unión, plata y guerra”. Un agente del Servicio de Información de la Guardia Civil de Guadalajara escuchó por primera vez esas palabras a principios del año pasado. “Uno de los primeros chicos que detuvimos por una reyerta callejera entre bandas me explicaba así sus máximas y prioridades de actuación: ‘Unión, para mantener a la banda unida; plata, para recaudar dinero; y guerra, para buscar a los miembros solitarios de otras bandas”. Fue la operación Tridente, la primera, en enero de 2021, “la que abrió el melón de los Blood”, una de las bandas, recuerda el guardia. Hasta entonces, “las bandas eran inexistentes para nosotros”, cuenta. Ahora, su equipo está centrado en este tipo de investigaciones: “Nos enfrentamos a un fenómeno en pleno auge y expansión, muy grave porque afecta sobre todo a menores”. Y auguraba, en una entrevista realizada hace un mes: “En poco tiempo tendremos muertos, y armas de fuego”.

El alto precio de los alquileres y la vivienda y la gentrificación —la expulsión de los menos pudientes— de los barrios de la periferia de Madrid , los trabajos poco cualificados que ofrecen los corredores industriales, y las buenas comunicaciones con la capital están detrás de la penetración de las bandas juveniles en el territorio. A esos aspectos hay que añadir, reiteran expertos y sociólogos, “la atracción” que sienten algunos adolescentes por esta tipología de tribus urbanas, que lleva aparejada una idea de “poder”, de “dominio del territorio”, de “pertenencia a un grupo” y toda “una cultura de la violencia”, también musical, transmitida por las redes sociales, especialmente TikTok. “A los traicioneros los matamos, los borramos, del mapa quitamos, si supieras con qué tráficamos, unos venden mujeres y otros trafican con gramos”, se escucha en un vídeo en el que se ve a una veintena de jóvenes que se pasea exhibiendo machetes por Azuqueca de Henares (Guadalajara).

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En la provincia de Guadalajara llevan cinco actuaciones policiales contra las pandillas, con 35 jóvenes detenidos (y siete investigados) en dos años y, actualmente, se mantienen otras dos investigaciones abiertas. Lo mismo ocurre en Toledo (29 detenidos y 13 investigados), donde la Guardia Civil desmanteló el coro de Seseña, cuyo líder estaba en la cárcel, y arrestó —en la operación Bacano— a los presuntos autores de la muerte de un joven asesinado en Madrid —este año van cinco muertos— en guerras de bandas. El último ha sido William Bonilla, de 15 años, al que le descerrajaron dos tiros (nuca y espalda) el pasado domingo por la noche en una plaza del distrito de Villaverde, en la capital. Policía y Guardia Civil buscan ahora al autor o autores (”muy jóvenes”) de lo que definen como “una ejecución por venganza” entre Dominican Don´t Play (DDP), presuntos agresores, y Trinitarios, con quienes se vincula a la víctima. “Iban a por él”, aseguran las mismas fuentes.

El caladero está en los institutos

El caladero en el que “pescan” o captan a los chavales para integrarlos en las bandas son los institutos, coinciden estudios sociológicos como el del III Observatorio de Bandas Latinas, realizado por GAD-3 para el Centro de Ayuda Cristiano, y la realidad con la que se topan las fuerzas de seguridad. “Siempre hay alguno dentro del instituto que hace de gancho y se lleva al parque generalmente a los chavales más débiles, más solos, o aquellos que tienen menos cobertura o atención familiar, aunque no siempre por pertenecer a entornos desestructurados”, señalan. “Y lo primero que hacen es convencerles de que su verdadera familia son ellos, la familia pasa a ser la banda”, añaden. Esa es la razón de que tantas madres y padres llamasen a los puestos de la Guardia Civil de Guadalajara y Toledo para recuperar a sus hijos, que muchas veces habían sido “seducidos por la idea de sentirse parte de algo, de un grupo, que creen importante o poderoso”.

El año pasado hubo una redada en el Instituto Carmen Burgos de Seguí, en Alovera (Guadalajara), donde tres menores fueron detenidos ante la estupefacción de compañeros y profesorado. “Nosotros no sabíamos que pudieran tener relación con las bandas, en el centro no eran malos chicos; sencillamente estaban descuidando sus obligaciones académicas”, comentael director, David Espolio, que asegura que “este curso esos alumnos están más centrados en sus clases”. Según sus averiguaciones, “la banda en cuestión procedía de Alcalá y Azuqueca de Henares y habían tenido un enfrentamiento con gente de Alovera”, lo que, según los investigadores, evidencia “la movilidad de los grupos y su afán de controlar territorios”.

“El 80% de los que son detenidos por participar en reyertas o acciones violentas deja la banda, se recupera, tras su paso por los centros de internamiento de menores”, aseguran los investigadores de la Guardia Civil. “En muchos casos son chicos de entre 13 y 16 años, que han dejado de asistir a clase y están empezando ya con las pruebas de valor y los ritos de iniciación, que casi siempre consisten en agresiones a miembros de una banda rival”, señalan.

“Llegué a pegar a personas que no conocía de nada”, cuenta una chica que logró salir de la banda. “Casi matamos a uno”, relata Kevin, otro joven ecuatoriano, tras pasar por la cárcel por perpetrar varias agresiones graves. “Te dan porros, marihuana, alcohol... pruebas y mezclas la cocaína; uno queda como loco y así haces cualquier cosa que te manden”, añade. “Ahora están entrando con 11 y 12 años”, asegura Sebas, dominicano de 26 años, exmiembro de los Trinitarios que fue acusado de tentativa de homicidio doloso.

Pandillas plurinacionales

Los captadores son de origen latinoamericano en la mayor parte de los casos, aunque hayan nacido en España; sin embargo, la mayor parte de los captados son españoles de origen, “chavales de familias de Guadalajara o de Toledo de toda la vida, pero también magrebíes, rumanos, subsaharianos...”, señalan los especialistas, que destacan el carácter plurinacional que conforma ya esas pandillas.

Los grupos juveniles violentos, autoimpulsados en las redes, se han extendido por todo el llamado Corredor del Henares, el eje residencial, industrial y empresarial que une Madrid con Guadalajara, con la autovía A-2 y con el tren: Coslada, Torrejón de Ardoz, Alcorcón, Alcalá de Henares, Meco, Azuqueca de Henares y Alovera. Y también por zonas de Toledo muy próximas al barrio de Villaverde (Madrid), como Ocaña, La Sagra (Bargas, Olías del Rey), Magán, Illescas, y especialmente Seseña, en la urbanización de El Quiñón, uno de esos monumentos a la burbuja inmobiliaria que construyó en medió del llano toledano el ya fallecido Francisco Hernando Contreras, popularmente conocido como El Pocero.

“Las bandas se expanden siguiendo las vías del tren, porque es su medio de transporte predilecto”, aseguran los agentes del instituto armado, a quienes este fenómeno les ha obligado a reforzar y especializar sus unidades, centralizadas desde la Jefatura de Información (UCE-3). Antes, las bandas se circunscribían a algunos barrios de las grandes capitales, donde la competencia recae sobre la Policía Nacional, que desde hace unos meses también se vio obligada a establecer un dispositivo especial en Madrid con identificaciones masivas y refuerzos de control disuasorios en aquellas zonas más conflictivas. Solo en los últimos tres meses la policía ha detenido a 42 miembros de pandillas en la capital.

Toledo y Guadalajara son las dos provincias que han sufrido principalmente y a la vez la eclosión de esta particular violencia, que se extiende desde los barrios más humildes de la capital, en los que tradicionalmente se ha ido asentando la población inmigrante. Las raíces de las inicialmente llamadas “bandas latinas”, organizaciones juveniles con un marcado carácter territorial, se encuentran en Latinoamérica (Latin Kings, Ñetas, Dominican Don´t Play —DDP—, Trinitarios, Bloods, Forty Two), donde surgieron para controlar o dominar las zonas en las que se asentaban determinados grupos de población y cuya versión más salvaje son las maras.

“La fuerza de este fenómeno en España la marca el hecho de que, en cuanto descabezamos un coro, un capítulo o un bloque —las distintas formas en las que los DDP, Trinitarios y Blood denominan a sus unidades autónomas—, enseguida se reconfiguran, siempre hay alguien para coger el relevo y volver a establecer la jerarquía allá donde ya han existido”, explican fuentes del instituto armado, que aseguran que han desarticulado cinco coros (formados por una media de 20 miembros) en estos dos años.

Un ‘Plan Director’ contra las pandillas

La expansión del fenómeno, a la luz de las operaciones desarrolladas de la Guardia Civil más allá de las grandes ciudades, permite ver cómo se produce esa proliferación. Un asunto que ya en una de las principales preocupaciones de los cuerpos policiales en materia de seguridad ciudadana.

Agentes de los grupos de Información de Toledo y Guadalajara se afanan ahora en instruir a potenciales formadores, es decir, otros guardias que acudirán a los institutos para explicarles a los chavales los riesgos de integrarse en una de estas bandas, en el marco del Plan Director impulsado por el Ministerio del Interior. “La principal forma de acabar con este fenómeno de violencia juvenil es informar a los chicos, advertirles, prepararles para que no tomen decisiones equivocadas en las que puedan poner en riesgo su vida y las de otros”, señala uno de los responsables de estos programas educativos.

Al mismo tiempo, los agentes de Seguridad Ciudadana están siendo instruidos para distinguir a este tipo de grupos. “No ya por su indumentaria, porque la presión policial les ha llevado a ocultar sus simbologías, collares, colores, pañuelos, etcétera”, advierten. “Pero siguen usando su propio lenguaje y expresiones, que permiten discernir si se trata de una pelea normal a la puerta de una discoteca o de si es un asunto de bandas”, explican. Y todos coinciden en una idea: “La clave es intervenir lo antes posible, en casa, en el instituto y en la calle, para evitar la escalada de violencia en el grupo, que es lo que más dificulta la salida de la banda”.

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Sobre la firma

Patricia Ortega Dolz
Es reportera de EL PAÍS desde 2001, especializada en Interior (Seguridad, Sucesos y Terrorismo). Ha desarrollado su carrera en este diario en distintas secciones: Local, Nacional, Domingo, o Revista, cultivando principalmente el género del Reportaje, ahora también audiovisual. Ha vivido en Nueva York y Shanghai y es autora de "Madrid en 20 vinos".

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