Ayuso encaja el primer golpe
Los médicos ganan el pulso a la presidenta madrileña, obligada a rectificar tras un mes desdeñando el conflicto sanitario
Isabel Díaz Ayuso ya es cinturón negro de yudo. La combativa presidenta madrileña lo recibió el viernes, a título honorífico, de manos de la responsable de la federación regional de ese deporte, Neli Lorenzo, a quien se le quebraba la voz ante la heroína de la derecha. “Usted para nosotros lo representa todo”, se sinceró Lorenzo al borde de las lágrimas. “Gracias, presidenta, no se puede olvidar lo que hizo durante la pandemia. En esa época de sombra, toda la luz nos venía de usted. Fuimos la envidia de España”.
Desde su arrollador triunfo en las elecciones autonómicas de mayo de 2021, Ayuso ha vivido entre nubes de alabanzas como estas, provenientes de su partido, de amplios sectores de la sociedad madrileña, de los altavoces de los tertulianos y de los requiebros literarios de las columnas de prensa. También entre las descalificaciones incesantes de la izquierda, pero eso no ha hecho más que engrandecer su figura ante los suyos. Con los oídos arrullados por los elogios de la presidenta de los yudocas, Ayuso agradeció las atenciones, ensalzó la “bravura” de los madrileños y se reservó para el final de su discurso el anuncio de una “gran noticia”: el fin de la huelga de los médicos de urgencias.
La presidenta ya puede respirar más tranquila tras la que seguramente ha sido su peor semana del último año y medio. La mayor manifestación que se recuerda en mucho tiempo en Madrid —200.000 personas, según el recuento oficial, contra la política sanitaria del Ejecutivo regional— sonó el pasado domingo como una alerta inesperada entre los efluvios victoriosos que acompañan desde mayo de 2021 a Ayuso, capaz de erigirse en la némesis de Pedro Sánchez y de derribar a un líder nacional de su partido, Pablo Casado, que había intentado cortarle las alas. La nueva cinturón negro, siempre arrolladora y desafiante, había quedado expuesta durante unos días no solo al esperado ataque de la izquierda, también a las críticas en voz baja de parte de su partido, que no entendía su actitud en un asunto tan sensible como la sanidad.
La desconvocatoria de la huelga en urgencias —la de atención primaria sigue en pie a partir del lunes— ha sido un alivio para la presidenta, aunque a la vez ha dejado en evidencia su estrategia desde que se desató el conflicto, a finales de octubre. Durante este mes, Ayuso empleó a fondo todo su arsenal dialéctico, fraguado en los laboratorios de su consejero áulico, Miguel Ángel Rodríguez. La presidenta tildó de vagos a los sanitarios, los despreció como marionetas de la “ultraizquierda” —la huelga estaba convocada por un sindicato, Amyts, sin adscripción partidista— y ridiculizó sus reivindicaciones. La cosecha fue la multitud que abarrotó el centro de Madrid.
Después de un mes confrontando a cara de perro con los sanitarios, el Gobierno madrileño tuvo que sacar bandera blanca el jueves. De momento, ya no se abrirán urgencias extrahospitalarias sin médicos, una medida que la Comunidad venía defendiendo obstinadamente, ni se sustituirá la presencia física de los facultativos por videoconsultas, eso que hace solo unos días Ayuso defendía como “parte del futuro sanitario”. Una rectificación en toda regla después de haber perdido días y días atizando el fuego.
Hace dos semanas, la figura de la presidenta madrileña aún refulgía con todo su esplendor, a despecho de una protesta sanitaria que no hacía más que enconarse. Tras el periodo de relativo silencio que siguió a la caída de Casado y la llegada de Alberto Núñez Feijóo al timón del PP, Ayuso volvía a estar en el primer plano de la escena nacional. Su propio equipo se había encargado de airear que fue ella quien reclamó al líder del partido que suspendiese las negociaciones para renovar el Consejo General del Poder Judicial. El ariete del sector más guerrero de la derecha había regresado y casi todos estaban de acuerdo en atribuirle a ella la decisión de romper con el Gobierno. Los suyos, para abrillantar la figura de la presidenta. La izquierda, para intentar desacreditar a Feijóo como líder débil.
El 7 de noviembre, seis días antes de la manifestación, Ayuso había comenzado la semana con las mejores noticias: una encuesta de El Mundo la situaba al borde de la mayoría absoluta en las elecciones de mayo. Esa mañana se fue a la televisión, al programa de Ana Rosa Quintana, y se despachó como nunca. Acusó a Sánchez de tramar un plan oculto para acabar con la Monarquía, “sacar a la Guardia Civil” y encarcelar a sus opositores “como en Nicaragua”. El martes pudo recrearse en las 19 páginas que le dedicaba el diario La Razón, donde había protagonizado otro acto, mientras en la tele Quintana volvía sobre la entrevista del día anterior: “Ayer estuvo on fire. Entre el conflicto este y las encuestas que salían ayer, es para estar eufórica”. Y Ayuso siguió a lo suyo, despreciando la protesta y, al tiempo, agitando la guerra cultural contra la izquierda. El jueves 10 de noviembre, en la Asamblea de Madrid, negó que exista una emergencia climática y la atribuyó a “intereses de empresas y lobbies” conectados con el “comunismo”.
Retórica conspiratoria
La magnitud de la marcha ciudadana del domingo 13 superó todos los cálculos previos. Aun así, un portavoz del PP madrileño se lanzó de inmediato a calificarla de “fracaso”, mientras en las redes sociales algunos diseminaban el rumor de que se había nutrido con autobuses llegados de otras comunidades. Al día siguiente se esperaba con impaciencia la respuesta de Ayuso, que tenía programada a primera hora una conferencia en el club Siglo XXI. La presidenta habló de la sanidad, pero, tras un largo preámbulo para contextualizar la cuestión. Se remontó a hace 25 años, a la enorme reacción ciudadana al asesinato por ETA de Miguel Ángel Blanco. “Los totalitarios no lo pudieron digerir”, ilustró Ayuso, quien fue vinculando a aquel origen una serie de acontecimientos posteriores: el pacto de Estella del PNV con la izquierda abertzale; el Gobierno del PSC con ERC en Cataluña; la “sorprendente” victoria electoral de José Luis Rodríguez Zapatero o la Alianza Bolivariana en Latinoamérica, que emparentó a la izquierda española con “grupos terroristas y narcotraficantes de todo el mundo”. Y al final de ese camino, el Gobierno de Sánchez, cuyo propósito es “acabar con el Estado de derecho y con siglos de historia” y, como fenómeno asociado, la huelga de los médicos, otra prueba de “la estrategia desestabilizadora de la izquierda a ambos lados del Atlántico”.
Nadie en el PP nacional secundó ese discurso. Feijóo se pasó la semana evitando a los periodistas para no tener que dar explicaciones. Incluso en el PP madrileño algunos confesaban en privado que era un error minimizar la protesta. Y la retórica conspiratoria de Ayuso perdió fuerza. El jueves, en la Asamblea regional, bajó el tono y, por primera vez, mostró comprensión con los médicos y los manifestantes. Esa noche, la Consejería de Sanidad consumaba la rectificación.
Ayuso ha echado un pulso y lo ha perdido, pero nada indica que eso la vaya a hacer desistir de su retórica flamígera. En los seis meses hasta las elecciones, su equipo ya se ha marcado una meta: arrebatar a Vox la bandera de la derecha más airada.
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