Los 110 años de Antonio Alvarado, el anciano luchador de Remolina que fue pastor y minero antes de alcalde
Muere en Vegaquemada (León) el hombre más viejo de España, “un amor” que también fue pastor y policía
Antonio Alvarado casi siempre llevaba sombrero, como si así pudiese retener en su cabeza el sinfín de recuerdos de 110 años de intensas andanzas. En su más de un siglo de existencia, su currículum vitae incluyó el pastoreo, la minería, la Policía, la lucha leonesa de la que fue un prestigioso campeón y la alcaldía de su pueblo, Remolina (Crémenes, León, 40 habitantes ahora y 210 cuando nació en 1912). Don Antonio presumía de linaje, con una prole de descendientes, y de garganta: solía cantar folclore popular cuando, acérrimo socialista, iba a votar o recibía algún homenaje por su longevidad. Su voz y su sonrisa se apagaron este miércoles en una residencia de Vegaquemada (León), donde habitaba con los tres hermanos que aún viven de los 14 vástagos que engendró su madre.
Isaac, de 100 años; Emilio, de 95; y Luis, de 90, se despiden del que era el hombre más viejo de España. El reconocimiento a la longevidad le llegó el pasado 18 de enero, al fallecer a los 112 años Saturnino de la Fuente, otro veterano leonés que ostentaba el registro de varón más anciano del mundo, avalado por el Libro Guinness de los Récords. El último lustro de Antonio transcurrió en la residencia de mayores, donde lucía con humildad el título de “abuelo” que le dedicaban los usuarios y una plantilla a quienes se ganó con su simpatía y buena voluntad.
La pena de su muerte no logra derrotar a la alegría que dejó entre quienes lo trataron en esta última etapa. Noemí Calvo, animadora del geriátrico, admiraba la resistencia del patriarca y el buen humor que siempre abanderó, incluso cuando la pandemia los condenó al aislamiento en las habitaciones. “Venía todos los días a las actividades, aunque no siempre pudiera hacerlas, jugaba al bingo los jueves y a diario subía al gimnasio para caminar”, recita la especialista. Le fascinaba ese señor “presumido y goloso”, a quien le encantaba que lo pusieran guapo en sus cumpleaños y le regalaran chocolate. Calvo explica que con su buena cabeza y disposición consiguió formar un pequeño coro para cantar folclore leonés y animar a sus compañeros: “No he conocido a nadie más agradecido, no protestaba”. Esta actitud era agradecida en un lugar propicio a los gruñidos.
El exregidor de Crémenes conseguía que año a año el equipo de la residencia se superara en su empeño por festejar una vela más en su historial. La trabajadora narra que allí todos asumen con mayor o menor resignación que ese cumpleaños puede ser el último, de ahí que con él se afanaran todos en darle la mayor alegría posible. Sus últimos días, describe Calvo, acontecieron con la misma naturalidad con la que vivía: “Poco antes de fallecer, el miércoles había cenado estupendamente y el lunes se comió dos trozos, a falta de uno, de una tarta y jugó a los bolos”. Los meses de temor al coronavirus cambiaron su situación, pues se cayó en su cuarto y necesitó una silla de ruedas de la que conseguía levantarse para caminar en el gimnasio. La cuidadora sostiene que esta disposición es estupenda en un entorno en el que quien más, quien menos, proclama cada mañana las ganas que tiene de morirse.
Los recurrentes homenajes que recibía le causaban gran ilusión, aunque solo ofrecía sus batallitas si le preguntaban “porque no hablaba casi por no molestar”. Entre ellos destacaron una carta que le envió el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, también socialista, y la visita de unos policías, con uniforme y todo, para honrar a su excompañero.
Antes de tomar la placa, Alvarado desarrolló una vida laboral amplísima desde que dejó los estudios de niño. Primero se metió a pastor y trasladaba las ovejas desde el norte de su provincia hasta Extremadura, una trashumancia que le proporcionó vivencias y madurez antes de su siguiente paso: la mina. En Hulleras de Sabero, emblema del carbón, se granjeó colegas de tajo, entre los que ya destacaba por su “buena planta”, como recuerda Noemí Calvo. Antonio Alvarado fue un icono en la lucha leonesa, una práctica tradicional ya en decadencia en la que este hombre, ganador de torneos en su juventud, demostraba la fortaleza que lo abanderó hasta el final.
Tras ello recaló en Bilbao, donde ejerció de policía -“él siempre decía que se escaqueaba de pegar”- y crio a sus primeros hijos con su amada Natividad, ya fallecida, antes de desplazarse a Barcelona, donde se jubiló. Ese parón en su hiperactiva rutina marcó su decisión de retornar al pueblo, donde disfrutaba de sus 15 nietos y 17 bisnietos, y dar el salto político con el PSOE, donde fue elegido alcalde entre 1987 y 1995. Ocho años, recuerda la actual concejala socialista Mercedes González, en los que quienes coincidieron con él lo veían como “una institución, ejemplo de concordia, honradez y saber estar”. La edil ensalza que charlar con él evidenciaba “su lucidez mental, su memoria y mensajes de acción política para todos, sin importar su ideología o voto”. La secretaria de organización socialista en León, Nuria Rubio, lo tilda de “amor” gracias a esa “alegría con la que se arrancaba a cantar nuestro cancionero popular donde tenía ocasión”.
El PSOE de Castilla y León y sus allegados han lamentado la pérdida a su familia, que ha declinado hablar en estos momentos y ha recibido el cariño de los muchos amigos de Antonio Alvarado en el velatorio de Cistierna (León). Él, una figura muy respetada en la montaña leonesa, siempre decía que lo importante en la vida consiste en “ser trabajador y buena persona”. Su amplísimo expediente laboral y la generosidad con la que, hasta en sus últimos días, compartía el chocolate que le traían sus familiares o que se ganaba en las partidas de bingo, avalan que él predicaba con el ejemplo.
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