Radiografía de la España quemada: 45 grandes incendios y 250.000 hectáreas
Los fuegos de este verano han calcinado más monte que nunca, devoran las estadísticas y dejan un negro manto de ceniza en los pueblos afectados
Más, más grandes y más destructivos. De Ourense o Lugo a Castellón o Alicante, pasando por Zamora; de Navarra a Cáceres, pasando por Ávila; de Lleida a Málaga, pasando por Zaragoza. Ninguna región parece estar a salvo. El fuego no solo devora nuestros bosques, sino también las estadísticas, y las gráficas dejan de ser curvas para convertirse en líneas verticales. Hasta el 7 de agosto se han producido 43 grandes incendios forestales (GIF), es decir, fuegos que han arrasado más de 500 hectáreas de bosque. Cuatro veces más que la media de la última década, situada en 11 grandes incendios forestales anuales, y más del doble que el año pasado, cuando hubo 21. En esos 43 grandes siniestros, que suben a 45 con los dos posteriores de Bejís y Vall d’Ebo (aún activos), se han quemado cerca de 250.000 hectáreas, cifra récord, lo que supone un 84% de la superficie total afectada, según recoge el último informe de la Dirección General de Protección Civil y Emergencias, actualizado con datos hasta el 14 de agosto y publicado el 17. Han sido tres los fallecidos, y un total de 27.500 personas (otro récord) tuvieron que ser desalojadas de sus casas, ante unos fuegos que cercan cada vez más a las poblaciones, y cuyos entornos naturales están dejados y descuidados. Pese a todo, España no ha tenido que pedir ayuda exterior como Francia para apagar sus fuegos.
“Prevención, prevención y más prevención. Es la esencia de la protección civil: no se puede esperar a que el bosque arda para intervenir. Hay que asegurarse de que si se produce un incendio —y se producen, porque el fuego forma parte del ciclo de la naturaleza—, no va a ser una catástrofe medioambiental ni va a amenazar a la población. Eso se consigue con gestión forestal”, asegura Leonardo Marcos, director general de Protección Civil.
Los expertos señalan a “la despoblación” y a una ausencia de “convivencia con la naturaleza, más allá de verla como un parque temático”; a las “altas temperaturas” y a la “falta de humedad” (por las olas de calor ligadas al cambio climático), como algunos de los factores que están transformando la naturaleza de los incendios que nos acechan. “Son un síntoma de nuestro modo de vida, por lo que tendremos que cambiar nuestro manera de vivir y de relacionarnos con el mundo natural que nos rodea”, advierte Marcos. En el último Consejo de Ministros, del 1 de agosto, se aprobó un real decreto-ley de medidas urgentes para mejorar la capacidad de respuesta frente a incendios forestales durante todo el año.
Y, tras el fuego, las cenizas: “No soy especialista en incendios, pero este nuestro tiene un carácter especial”, dice Ramón Cristóbal (PSN), alcalde de Ateca (Zaragoza), donde el fuego afectó a 10 municipios y arrasó más de 10.000 hectáreas el 18 de julio. “No se ha quemado una importante cantidad de masa forestal, monte y pasto, sino que se han visto afectadas cerca de un centenar de explotaciones agrarias (manzanos, perales, melocotones, cerezos, almendros...) que, en muchos casos, eran el único medio de vida de familias enteras”, señala.
En Cebreros (Ávila), donde se “quema sobre quemado” y un incendio calcinó más de 4.000 hectáreas a mediados de julio, la voz de Pedro Muñoz (PSOE), su regidor, pasa por momentos del abatimiento a la indignación. “Nuestro municipio, con 150 kilómetros cuadrados de término municipal, es uno de los que más ha castigado el fuego en los últimos años: en 1986 ya se quemó la zona que ardió también este verano, en 2003 sufrimos otro gran incendio, y en 2013 otro, y el año pasado y este año... cuando ha calcinado zonas de especial protección de aves (CEPA), nuestra Red Natura 2000, lugares de senderismo, donde se hacían las competiciones de mountain bike... La sensación es de impotencia total”, relata. El alcalde se indigna con la Junta porque “se limitara a decir que nuestro incendio estaba fuera de las capacidades de extinción del operativo antiincendios, ¡lo nunca oído!”. “Cuando empezó el fuego no pudo ir el helicóptero porque el piloto estaba de descanso, cuando por fin llegaron los medios aéreos tuvieron que irse porque hubo otro conato que afectaba a las vías del tren Madrid-Ávila y el fuego se desbocó; y los aviones anfibios que iban a llegar, como último recurso —habida cuenta de que se trataba de una zona escarpada e inaccesible— nunca llegaron, ni de Málaga ni de ninguna parte”, recuerda. “En España tiene que cambiar todo el concepto: ha de haber mucha más vigilancia para intervenir al inicio del fuego, hay que duplicar los efectivos para que si un piloto está de descanso, pueda pilotar otro, y hay que hacer un abordaje político como cuestión de interés nacional”.
Desde el 1 de enero hasta el 7 de agosto de 2022 se han registrado un total de 7.234 incendios forestales. De ellos, el 68% (4.936) fueron conatos que se extinguieron antes de quemar una hectárea y 2.298 han sido incendios mayores de una hectárea. Ante las previsiones de altas temperaturas y menor volumen de precipitaciones, el fiscal coordinador de Medio Ambiente, Antonio Vercher, envió en mayo un oficio a los fiscales delegados instando a reforzar la vigilancia respecto a los planes de defensa de incendios, obligatorios para los consistorios que tengan superficies forestales en sus términos municipales. Este es un recorrido los grandes incendios que han asolado España a lo largo de este periodo estival, un breve periplo por una extensa España quemada.
15 de junio, el anuncio infernal de la sierra de la Culebra. El de la sierra de la Culebra (Zamora) fue el primer gran incendio del verano, junto con el de Pujerra (300 habitantes, Málaga), que una semana antes “dejó todo negro y quemó todos los castaños”, según cuenta su alcalde, Francisco Macías (PSOE), debido a una chispa que saltó “de unas máquinas desbrozadoras que trabajaban en la zona”. En Riofrío de Aliste (629 habitantes, Zamora) el fuego, originado presuntamente por un rayo y alentado por la primera ola del calor del verano, se llevó por delante la joya de la corona zamorana y 30.000 hectáreas de monte, sin que nadie, ni su propio regidor, Germán Matellán (PP), pudiese impedirlo pese a luchar en primera línea contra las llamas y ayudar en las evacuaciones de madrugada de los pocos octogenarios que habitaban las poblaciones cercanas asediadas por el fuego. Nadie podía pronosticar entonces que ese infierno era solo el preámbulo del que estaba por venir. Una de las regiones de España más vaciada, despoblada y abandonada por las administraciones volvía a recordar que “existe”, pero con uno de los peores fuegos de su historia. Zamora se convertiría en la provincia más castigada este verano, con más de 60.000 hectáreas calcinadas en total. Sus incendios dejarían al descubierto las vergüenzas de la gestión de la Junta de Castilla y León, después de que su consejero de Medio Ambiente, Juan Carlos Rodríguez-Quiñones, hubiese declarado en una entrevista que “mantener el operativo de incendios todo el año es absurdo y un despilfarro”. Castilla y León es, de largo, la comunidad autónoma donde se han concentrado más fuegos este verano: 15.
18 de junio, los coletazos de la ola de calor azotan Navarra. 15.000 hectáreas de monte ardieron en Navarra en pocos días: Arguedas (2.300 habitantes), Valtierra (2.300 habitantes), Legarda (124 habitantes) y Guirguillano (78 habitantes) fueron foco de los incendios. En algunos casos fueron los vecinos quienes hicieron con sus tractores y sus palas los cortafuegos a medida que veían aproximarse las llamas, como en la aldea de Echarren, un concejo perteneciente al municipio de Guirguillano. Algunos de los fuegos se originaron por lo que se llama “un pirocúmulo”, una gigantesca nube de humo con una dinámica similar a la de una tormenta eléctrica.
1 de julio, el fuego amenaza la reserva de Monfragüe. Las olas de calor se suceden y se abre paso, por un supuesto rayo, un nuevo incendio afectando a dos municipios en dos comunidades distintas: Ladrillar (185 habitantes en Cáceres, Extremadura) y Monsagro 135 habitantes en (Salamanca, Castilla y León). En total arrasa 13.000 hectáreas y obliga a desalojar numerosas poblaciones, a la par que corta la N-V. Pero, sobre todo, pone en jaque al Parque Nacional de Monfragüe, donde llegaron a entrar las llamas y quemaron 400 hectáreas, afectando a 12 nidos de buitre negro. Los focos, más y menos grandes, se extendían ya por media España. El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, se desplazó hasta el puesto de mando de Casas de Miravete (140 habitantes, Cáceres) para seguir la evolución de la extinción de un fuego que, como todos, se movía al albur del viento, ante la expectación de los ganaderos y agricultores de la comarca.
4 de julio, arde Galicia. Carmen González (PP), con “más de 60 años” y 30 de alcaldesa de Carballeda de Valdeorras (1.500 habitantes, Ourense), vio cómo ardían 13.000 hectáreas de sus montes en pocos días, y cómo “cerca de 40 vecinos” perdían sus casas. “No se había visto nada igual”, recuerda. “Hemos pasado de una pena enorme que apenas nos dejaba reaccionar, a la ilusión de la reconstrucción”, cuenta. Galicia es la segunda región donde se han registrado más incendios este verano: ocho. La mayoría en la provincia de Ourense, donde se han quemado 23.000 hectáreas, aparte de las 13.500 calcinadas por el fuego de Folgoso de Courel (1.000 habitantes, Lugo). La pluralidad de focos apunta a que fueron provocados, “pero la investigación sigue”, señala la regidora. “El medio rural está deshabitado, hay una crisis demográfica importante. Si un pueblo está trabajado, cuidado, no arde, pero aquí el 90% de las parcelas está a nombre de los abuelos, es casi imposible acceder a la titularidad, y como dice el refrán: “El que tenga hacienda, que la atienda”, cada uno tiene que limpiar sus tierras, es un deber moral con su lugar de origen y con el planeta, el pueblo no es solo para venir a ver a los mayores”, analiza González. Y concluye con otra clave: “La ganadería es determinante para limpiar los montes, y en los últimos tiempos la gente ha optado por trabajos más cómodos”.
16-17 de julio, quema sobre quemado. Cuando parecía que Zamora ya se había llevado su parte y que Cebreros, en Ávila, también, el año anterior, el fuego volvía de la forma más virulenta a ambos lugares en el ecuador del verano. En el de Losacio (90 habitantes, Zamora), las llamas —supuestamente provocadas por la caída de un rayo— arrasaron en tres días 30.000 hectáreas de monte. Ha sido el incendio más destructivo y mortífero del verano, cobrándose tres vidas humanas: la de un pastor que trataba de salvar a sus animales (Victoriano Antón, 69 años), la de un bombero forestal experimentado (Daniel Gullón, de 62 años) y la de un vecino que quiso poner a salvo a su padre nonagenario y murió abrasado en su coche, Eugenio Ratón, de 65 años.
El de Cebreros (3.000 habitantes, Ávila), donde ardieron más de 4.000 hectáreas de sus parajes más preciados, casi acaba con la moral de un pueblo: “Directamente nos declararon fuera de las capacidades de extinción del operativo antiincendios”, recuerda su alcalde, Pedro Muñoz.
“Nosotros somos la antesala de Galicia, nuestro entorno era todo verde, lleno de arbolado, ahora todo es negro y el silencio que nos rodea es aterrador”, dice Paquita Gutiérrez (PSOE), teniente de alcalde de Tábara (760 habitantes, Zamora), uno de los municipios más afectados de esa comarca zamorana. “La gestión del incendio se está investigando, pero todo apunta a que había pocos medios y llegaron tarde, tardaron una hora y media en llegar desde que se dio el aviso, pero la verdad solo tiene un camino: el contraste de los datos registrados”, apunta, el mismo día que van a enterrar a su vecino, Eugenio Ratón. Es la tercera víctima de ese incendio, fallecida a causa de las quemaduras el pasado martes en la Unidad de Quemados del Hospital de Getafe de Madrid. Gutiérrez, que todavía es incapaz de hablar sin emocionarse hasta las lágrimas, pasó dos noches durmiendo en el coche, dentro de las naves de la explotación de su hermano, “para salvar a las 400 ovejas, no podían morir abrasadas”, recuerda. “La gente aquí vive de la ganadería y la agricultura, principalmente, pero ahora todo está devastado, los animales no tienen ni dónde pastar, y gracias a la solidaridad de otras poblaciones y otras explotaciones se están salvando, porque las ayudas, siempre llegan después”, dice, asumiendo que la zona ha quedado muy mermada económicamente.
18 de julio, un fuego que arrasa explotaciones agrarias. En Ateca (1.700 habitantes, Zaragoza), el fuego, presumiblemente originado por una chispa que saltó de unas máquinas que hacían trabajos de reforestación, y que arrasó 10.500 hectáreas, “tuvo una característica especial: no solo quemó masa forestal, monte y pasto, sino que se llevó por delante las explotaciones agrarias de cerca de un centenar de familias”, dice Ramón Cristóbal (PSOE), alcalde del municipio maño. Muchas de ellas “corresponden a familias que vivían exclusivamente de la agricultura y que ahora necesitan ayudas de las administraciones para volver a empezar y para soportar este periodo sin ingresos”, señala, al tiempo que recuerda la “despoblación galopante” que asola los pueblos.
15 de agosto, Bejís y Castellón y Alicante en llamas. En la recta final del verano arde la Comunidad Valenciana. Sin que formen parte aún de las estadísticas, los incendios de Bejís (350 habitantes, Castellón) y Vall d’Ebo (200 habitantes, Alicante) suman más de 30.000 hectáreas quemadas. El primero acaba de ser estabilizado tras avanzar durante una semana sin control y mantiene infinidad de amenazantes puntos calientes. El segundo fue controlado el viernes.
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