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La Casa del Rey teme el daño que pueda causar a la Corona un emérito “fuera de control”

La Zarzuela quería una visita discreta y austera, pero la conducta de Juan Carlos I se da de bruces con su código ético

Juan Carlos I, este sábado a bordo del 'Bribón', en el Real Club Náutico de Sanxenxo.Foto: SAMUEL SÁNCHEZ | Vídeo: Agencias
Miguel González

La primera visita de Juan Carlos I a España desde que se expatrió en Abu Dabi, hace ya casi dos años, está resultando un quebradero de cabeza para la Casa del Rey, que teme el daño que la conducta del anterior jefe del Estado pueda estar causando a la imagen de la institución, según fuentes gubernamentales.

Felipe VI impuso a su padre una única condición para su estancia en España: que no pernoctara en el Palacio de la Zarzuela. Fue una exigencia de La Moncloa, que alega que el palacio no es solo la residencia de la Familia Real española, sino también la sede de la Jefatura del Estado. Don Juan Carlos ha cumplido este requisito pero, en todo lo demás, ha hecho su propia voluntad y el eco que está teniendo su estancia en el país es justo el contrario del que pretendía La Zarzuela.

La Casa del Rey no quería, como exige el Gobierno, que el anterior monarca ofreciera explicaciones o pidiera disculpas por los delitos que presuntamente cometió, según los autos de la Fiscalía del Supremo que archivaron las diligencias abiertas por estar ya prescritos, amparados por la inmunidad de la que gozaba como jefe del Estado o neutralizados por las sucesivas regularizaciones. Sí quería, en cambio, que la primera visita a su patria fuera discreta y austera, justificada por alguna motivación que el conjunto de la sociedad pudiera entender e incluso empatizar, como un chequeo médico –don Juan Carlos se sometió en 2019 a una intervención a corazón abierto en la que se le implantaron tres bypass— o una reunión familiar.

Lejos de eso, ha vuelto para asistir a unas regatas, rodeado de sus amigos, de cientos de cámaras y de incondicionales que lo han vitoreado y jaleado. La llegada del rey emérito al aeropuerto de Vigo se ha retransmitido en directo por varias cadenas como si fuera un acontecimiento histórico o una visita de Estado y el Real Club Náutico se ha convertido en escenario de una romería de curiosos e improvisado plató de televisión.

Dos bandos irreconciliables

Lo peor, sin embargo, para el futuro de la Monarquía es que la visita ha dividido a los partidos políticos en dos bandos irreconciliables, entre quienes disculpan cualquier acto ilegal que haya podido cometer don Juan Carlos bajo el paraguas de la inviolabilidad y quienes descalifican a la Corona por los comportamientos personales de su antiguo titular. Para una institución que aspira a representar a todos los españoles no hay pendiente más peligrosa que su identificación con una parte.

Tampoco se entiende que lo primero que hiciera el rey emérito tras poner pie en España no fuera presentarse en la Zarzuela para saludar y ponerse a las órdenes de Felipe VI. No solo porque es el jefe del Estado, sino también el jefe de la Casa de Borbón y de la Familia Real, de la que Juan Carlos I forma parte. Lejos de eso, se marchó directamente a Sanxenxo y solo el lunes, antes de regresar a Emiratos, pasará por la Zarzuela, según informó la Casa del Rey en un comunicado.

La excusa que implícitamente ha dado la Jefatura del Estado para justificar que Juan Carlos I anteponga sus aficiones náuticas al cumplimiento de sus obligaciones institucionales es la ausencia de la reina Sofía, que esta semana se encontraba en Miami (Estados Unidos), participando en los actos conmemorativos del 500 aniversario de la primera circunnavegación del globo, y no regresa hasta este domingo. Nada hubiera costado, sin embargo, coordinar las agendas de los dos reyes eméritos.

No menos preocupante ha sido que, existiendo vuelos directos entre Dubái y Madrid (tanto el jueves, cuando llegó, como el lunes, cuando se marcha), Juan Carlos I haya preferido viajar en un jet privado. Se trata de un Gulfstream G-450 con bandera de Aruba (Antillas holandesas) propiedad de una compañía angoleña de alquiler de aviones de negocios. No se ha informado de quién ha pagado ese vuelo, cuyo coste asciende a decenas de miles de euros, pero supone un incumplimiento flagrante del código ético de la Familia Real, que prohíbe a sus miembros aceptar regalos “que superen los usos habituales, sociales o de cortesía”.

El rey emérito ya tuvo que pagar, en febrero de 2021, 4,4 millones a Hacienda para regularizar precisamente los vuelos en aviones privados que le financió la Fundación Zagatka, que se consideraron pagos en especie. Ahora no se plantea esa cuestión, ya que Juan Carlos I tiene residencia fiscal en Emiratos Árabes Unidos (EUA) y ni siquiera tributa en España. Pero la situación no es menos grave, pues entonces se sabía que los vuelos los sufragaba su primo Álvaro de Orleans y ahora se desconoce quién los paga.

En realidad, la vida del rey emérito en Abu Dabi, como invitado del emir Mohamed bin Zayed, se da de bruces con los principios de ejemplaridad y probidad que Felipe VI ha querido imponer desde el inicio de su reinado en la Familia Real, cuyo miembro más veterano es Juan Carlos I.

Las fuentes consultadas creen que el rey emérito no es consciente del daño que su conducta hace a la imagen de la Corona. Con 84 años, apuntan fuentes gubernamentales, se comporta a veces como un adolescente caprichoso. No tiene conciencia de haber actuado mal y siente que ha sido tratado injustamente, un sentimiento alimentado por quienes se presentan como sus amigos. Fuentes del entorno del rey emérito alegan, en cambio, que ha hecho “lo que se le dijo” (tras unas negociaciones a tres bandas entre Zarzuela, Moncloa y Juan Carlos I) y que la expectación generada por su presencia en Sanxenxo es algo que fácilmente se podía haber previsto de antemano.

En la Casa del Rey parecen haber asumido que don Juan Carlos está “fuera de control”, según fuentes gubernamentales, y se limitan a marcar distancias. Ya han advertido que el encuentro del lunes en La Zarzuela con Felipe VI y la reina Sofía (al que no se sabe si asistirán su nuera, la reina Letizia, y su nieta, la infanta Sofía) tiene carácter estrictamente privado. No figura en la agenda pública de la Casa del Rey y no se ha anunciado cobertura informativa, pero ningún acto oficial del Rey ha despertado tanta expectación en mucho tiempo.

De los antiguos presidentes del Gobierno se dice que son como jarrones chinos: nadie sabe dónde colocarlos para que no estorben ni se rompan. Pero el exjefe del Estado no se está quieto en un rincón: en menos de un mes, del 10 al 19 de junio, tiene previsto regresar a Sanxenxo para la copa del mundo de su categoría de veleros.

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Sobre la firma

Miguel González
Responsable de la información sobre diplomacia y política de defensa, Casa del Rey y Vox en EL PAÍS. Licenciado en Periodismo por la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB) en 1982. Trabajó también en El Noticiero Universal, La Vanguardia y El Periódico de Cataluña. Experto en aprender.

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