La venganza de un pueblo manchego contra Matías, el falso vecino que les increpa en Facebook
“Yo no soy Matías”, clama la regidora de Ventas de Retamosa (Toledo) principal sospechosa de haber abierto el perfil, en un pleno convocado para dirimir esa cuestión
Hay lunes, pero pocos así. Hace tres días, un correo electrónico apareció en el buzón del periódico a las 10.08 horas de la mañana con un asunto clave: “NOTICIA”. Parece sencillo trabajar así en un diario, y lo es. El e-mail se acompañaba de un documento con 17 folios junto a un pequeño texto: “Buenos días. Os adjunto un enlace en PDF para haceros conocedores de una historia donde la alcaldesa se crea un perfil falso para insultar a la gente del pueblo. El próximo miércoles 30 de marzo se va a celebrar un pleno extraordinario en Las Ventas de Retamosa para tratar la presunta autoría”. Fin.
Inicio. Las Ventas de Retamosa es un municipio manchego de unos 4.500 vecinos, a 45 minutos en coche de Madrid y a media hora de Toledo, con un gran polígono industrial, un casco histórico de casas bajas, pisos de dos o tres plantas, chalés unifamiliares de piedra, de ladrillo visto, blancos, algunos de colores. Ventas es conocido, sobre todo, porque aquí se encuentra Bolton, la fábrica de las marcas Ketchup Prima, los desatascadores WC Net, o los geles íntimos Chilly, famosos por su eslogan: “Yo, en lo más íntimo, quiero Chilly”.
El pueblo, cuentan los más veteranos del lugar, se ha multiplicado en los últimos años. Si en los años noventa vivían alrededor de 500 vecinos, ahora ya son casi 5.000 habitantes; la mayoría de mediana edad, con niños, autónomos, funcionarios, y trabajadores de la gran industria local. Todos se conocen. Es más, existe un grupo de Facebook público con el nombre del pueblo. Son 4.016 miembros. Casi todos están aquí dentro. Narran sus problemas, planes, recados, necesidades varias. El último mensaje es de hace solo unas horas: “Buenas”, escribe la vecina Gema Martín. “Necesito un albañil para hacer unas reformas en casa”. Los vecinos, al verlo, inmediatamente le pasan teléfonos de allegados: “Te recomiendo a Jaime y a Héctor, toma”. “Nosotros te lo hacemos”. Un tablón de anuncios virtual, acorde con los nuevos tiempos.
Pero ―siempre hay peros en las redes sociales― en mayo de 2020 apareció un lugareño nuevo en el foro: el vecino Matías González. La cuenta, sin más detalles, utilizaba en su foto de perfil una cara dibujada de un joven rubio, muy apuesto, con ojos azules y perilla blanquecina. En la imagen superior, ya como un humano, Matías esquía enfundado en un traje rojo y blanco. Fin del perfil.
La decena de vecinos consultados dice que Matías no aceptaba amistades digitales. Que él solo hablaba en el tablón del foro, a su manera. El 9 de enero de 2021, por ejemplo, el paisano Martín sugirió al Ayuntamiento que limpiara su calle, hasta arriba de nieve por la gran nevada de Filomena. Necesitaba hacer la compra para sus niños. No había manera de salir por la puerta.
Matías González, sin embargo, le contestó: “¿Un día incomunicado y ya tiene problemas de comida?”. Otra tarde, la vecina Sagrario criticó a la actual alcaldesa por la gestión de estos asuntos. “Disfruten lo votado”, escribió. Inmediatamente, Matías entró al trapo: “Disfrutamos de la herencia de TU AMIGA que dejó al pueblo arruinado. Hay que tener poca vergüenza”. Matías, con el paso del tiempo, se iba soltando, e increpaba cada vez con más confianza. Le dio por insultar a los vecinos más críticos con la actual corporación. A la vecina Rosa: “Estamos mejor sin gente como usted en el pueblo”. A una pareja: “Que os den, petardos”. Y así.
“¿Quién narices será este Matías González?”, se preguntaba la mayoría de los vecinos afectados por las barrabasadas durante estos dos últimos años. Era obvio que Matías vivía en el pueblo. Les conocía, sabía de sus vidas, el nombre de sus hijos. Hasta dónde trabajan. Un día, una vecina dio con la tecla, harta. “Dé la cara”, comenzaron a espetarle en los comentarios. El pasado 22 de marzo, el Ayuntamiento, que también cuenta con una página oficial en Facebook, publicó un anuncio donde se informaba a los vecinos de una gala benéfica a favor del pueblo ucranio: “¿Quién se apunta?”.
Un grupo de vecinos recomendó a la corporación municipal una escuela de danza privada del municipio. El Ayuntamiento, sin embargo, pasó de largo. Muy molesta, la vecina Ana Monroy mostró sus quejas en público: “Me parece ver cierta discriminación al no contar con esta escuela”. Y de nuevo, Matías González, más rápido que ninguno, apareció el primero en el foro: “Tu hija participó en una gala el otro día y fue una vergüenza”. Los grupos de WhatsApp de familiares del pueblo no hablaban ya de otra cosa: “¡Otra vez Matías!”. “¡Otra vez él!”. ¿Estaría Matías también en estos grupos?, ¿Un topo en cada casa? A saber.
El 12 de marzo, una vecina que prefiere mantenerse en el anonimato, y cansada ya de Matías, probó a enviar una amistad a Matías González, reacio a este tipo de relaciones digitales desde que apareció por los foros del municipio. “¡Y aceptó!”. La vecina fue inmediatamente a la pestaña de información de Matías, oculta para el resto de vecinos. Aquí aparecía la fecha de nacimiento: 15 de enero de 1980. Por si fuera poco, Matías también tenía un número de teléfono. La vecina lo copió y lo pegó rápidamente en su móvil. Nerviosa, no daba crédito: “Ana Gómez, alcaldesa”. ¿Es Matías González la alcaldesa del pueblo?
Como un rayo, un vídeo comenzó a circular por todo el municipio con estos detalles, casa por casa. La dueña de la compañía de danza colgó el vídeo en el foro del Ayuntamiento: “Vaya, vaya. ¿Quién es Matías González?”. Hay venganzas dignas de Paco Martínez Soria. “¿Se pilla antes a un mentiroso que a un cojo, eh, señor Matías? Digo señora”. Decenas de comentarios con retintín comenzaron a inundar el foro. La oposición, sin pensarlo, activó la maquinaria. Matías González tenía los días contados. El PP escribe en su perfil de Facebook: “Buenas noches, vecinos, presuntamente nuestra máxima autoridad se escondía tras un perfil falso que insultaba a los vecinos”. Ciudadanos: “Se ha pasado tres pueblos”. El PSOE: “Siempre hemos condenado a cara descubierta todos los actos no democráticos”. Y todos ellos piden un pleno extraordinario.
Matías González, mientras tanto, guarda silencio. La alcaldesa de Las Ventas de Retamosa es Ana García. Gobierna con una agrupación vecinal tras alcanzar el 40% de los votos en 2019. Horas después de que se hiciera viral, ella misma publica un comunicado, negando ser Matías González: “Como informática, profesión a la que me he dedicado durante más de 30 años, y acostumbrada a la utilización de las redes sociales, no se me ocurriría poner un teléfono cuando esa opción no es obligatoria”.
Más tarde, en aras de su defensa, publica una petición en la plataforma Change.org para toda España: “Obligatoriedad de pedir un DNI a una cuenta de redes sociales”. Lleva 13 firmas de apoyo. El 14 de marzo, a media tarde, Matías González desaparece sin dar explicaciones. Ya no existe. No queda rastro del hombre que puso patas arribas al pueblo.
Un dato. Para crear un perfil en Facebook, la red social pide siempre un número de teléfono o un correo electrónico, donde la plataforma pueda confirmar la veracidad de la cuenta. Si el usuario opta por el móvil, recibirá una clave de cinco dígitos para continuar con la creación de la cuenta.
Este miércoles, la alcaldesa citó a la oposición a un pleno extraordinario, abierto para todo el pueblo y en una hora impropia: las dos de la tarde. Al salón de actos del Ayuntamiento acuden hasta tres policías municipales con chalecos antibalas. Seis vecinos del pueblo se acomodan en las butacas del público: “Ella es Matías”, cuchichean. “No se puede grabar”, les recuerdan los agentes tras observar un móvil que sobrevolaba la sala como un periscopio.
La alcaldesa aparece, la última. Activa el micrófono. Mira a sus vecinos y a los concejales, nada nerviosa:
―Quiero dejar claro que yo no estoy detrás de Matías González.
Un runrún comienza en el pleno. “La imagen de mis números es fácil y manejable”, continúa. “Si no lo he denunciado es porque me han dicho de la nula viabilidad de esta denuncia. Aun así, lo he denunciado a Facebook”. La alcaldesa critica a la oposición por traerla hasta aquí. “No voy a contestar a preguntas, porque no las han entregado en plazo”.
De pronto, suena el móvil del secretario del Ayuntamiento. El secretario no duda. Coge el teléfono. “¿Y si es Matías?”, pensaría. “Siempre me llamas al que no es. No te puedo atender. Luego te llamo”, contesta al aparato. Al colgar, la alcaldesa habla de nuevo:
—Sigamos.
El público no da crédito. El concejal del PP, muy cabreado, toma la palabra:
―¿Por qué no ha denunciado?
―No necesito cerrar bocas.
―¿Usted conoce a Matías?
―Si usted tiene tan claro que soy yo, demuéstrelo.
―¿El número de teléfono le pertenece?
―Sí.
―¿Está destinado a la alcaldesa?
―Sí.
―Propongo una votación para ir a denunciar todos juntos a comisaria la supuesta suplantación de su teléfono.
―No, no hay votación.
Un vecino grita: “¡Tiene que dimitir, coño!”.
El pleno dura 25 minutos. La alcaldesa, molesta y sin dejar intervenir al resto de concejales, dice: “Se ha terminado, buenos días”. Al salir, tampoco quiere atender a este periódico: “No tengo nada que decir. La prensa no está cuando yo la necesito”. Se adentra en el ascensor acompañada de un policía local y, como en el programa Lluvia de estrellas, desaparece. Quien sabe si, al cambiar de planta, ya es otro personaje.
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