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Las últimas horas con vida de Koussai D.

Al adolescente, muerto en un centro de menores, se le redujo con una práctica desaconsejada por riesgo de asfixia

Juan Navarro
Centro de menores Zambrana Valladolid
Un grupo de internos en el centro regional de Menores Zambrana de la Junta de Castilla y León, en Valladolid, en 2010.Ricardo Suárez (EFE)

“Está en parada”. El tiempo se congeló a las 22.15 del jueves 3 de marzo en el centro de menores Zambrana de Valladolid. Un chico yacía en el suelo de una vivienda compartida por varios chavales. Minutos antes había estado forcejeando con dos guardias de seguridad, que lo redujeron con esposas hasta que dejó de moverse y chillar. Creían que se había relajado o que fingía, algo que ya había hecho en trifulcas anteriores. Pero esta vez no. Koussai D. estaba muerto. El cadáver fue levantado de madrugada.

En ese momento, cuatro internos más permanecían encerrados en sus habitaciones y tres monitores contemplaban la escena. Al día siguiente se abrió una causa judicial para averiguar cómo falleció un chico de 14 años — la edad que dijo que tenía cuando ingresó— en un centro de gestión autonómica donde, según admiten fuentes internas, se actuó de forma inapropiada porque el joven fue contenido boca abajo, lo que eleva el riesgo de asfixia. La autopsia reveló, además, que sufría una cardiopatía y que rondaba realmente los 17 años. Lo aún desconocido es si la actuación de los guardias influyó en que dejara de respirar.

El Zambrana trata con hermetismo el caso judicializado, mientras la Fiscalía recaba información. El Defensor del Pueblo ha decidido entrar de oficio a investigar. El protocolo marca que, ante situaciones extremas, los educadores no tienen que avisar a la dirección para reclamar a los guardias. Después, elaboran un informe sobre lo ocurrido, como en este suceso. Nadie de quienes conocen lo que pasó quiere dar su nombre. Solo bajo anonimato, aseguran que el fallecido, de origen tunecino, se llamaba Koussai D. y mintió en la edad que dijo al ingresar en el centro. Fuentes fiscales confirman que el consulado del país norteafricano acredita que iba a cumplir 18, lo cual encaja con la vida del adolescente, que juraba haber llegado a los 11 años a Sicilia (Italia), donde vivía su padre, antes de viajar por Holanda, Alemania y Suiza. Desde allí recaló en tren en España, tras escapar de un hospital antes de obtener el alta tras ser operado de un problema gástrico.

Koussai se comunicaba en un español irregular con acento italiano y árabe. El chico fue localizado en Valladolid vagando el 29 de noviembre. Dos días después, la Junta de Castilla y León asumió su tutela y lo ingresó en un centro de asistencia de la provincia, donde dio problemas. Por ello, se le trasladó a otro de Zamora, donde siguió excediéndose, y finalmente acabó en el Zambrana, en Valladolid, famoso por su severidad.

El joven convivía con otros cuatro muchachos en la zona de socialización, menos firme que la de reforma, en unos chalés con habitaciones separadas con camas y mesas de hormigón para que no puedan ser usadas como armas o barricadas. No tenía apenas amigos y solo le atraía el deporte. El grupo compartía una cocina y un pequeño salón. Allí murió y, según quienes conocen lo acontecido, boca abajo: una práctica desaconsejada por su riesgo de asfixia, aunque en el Zambrana matizan que se les gira la cabeza para que respiren mejor.

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“Llevaba todo el día muy exaltado”, explican quienes saben cómo transcurrieron sus últimas horas. Antes del incidente con los guardias ya había protagonizado otro conflicto. Ocurrió a las ocho de la tarde, cuando le arrancó la mascarilla a uno de sus compañeros. Un educador le reprendió y le ordenó subir a la habitación. “Pero se puso agresivo. Le insistieron y no lo hacía”, relatan estas fuentes, que detallan que el menor se mofó e “hizo un corte de mangas”. Cuando el adulto iba a coger un teléfono para avisar a seguridad, añaden, el interno intentó abalanzarse contra él, pero chocó con otro monitor y, entre insultos, acabó claudicando y subiendo a la habitación.

En el Zambrana constaba que tenía huesos rotos y que no se dejaba tratar, pues se arrancaba las escayolas que le ponían los médicos hasta que desistieron. En el momento en que los guardias lo retuvieron esa noche, “respiraba, no hablaba, pero tensaba los brazos y apretaba los puños”, añaden esas fuentes, que dicen que se pensó que los espasmos que hacía eran simulados, “como la historia de Pedro y el lobo”, porque el joven exageraba a menudo. El 112 constató que iba en serio. Tardó unos minutos en perder el pulso para siempre.

El incidente que provocó la inmovilización

Los testigos del incidente han comparecido ya ante la Policía para explicar lo que vieron. Los investigadores les han pedido estar tranquilos, según fuentes del caso, porque las primeras conclusiones de la autopsia no revelan heridas o evidencias físicas de maltrato. Las pesquisas recogen que los guardias, una vez requeridos por la tarde por un primer incidente con Koussai, se quedaron hasta la hora de cenar ante el ambiente tenso, y presenciaron otra insubordinación del joven, que cogió la bandeja con la comida, pero se negaba a volver a la habitación. El chico miraba burlón a sus responsables, guiñándoles el ojo, y en cuanto le amenazaron con un parte, “echó a correr hacia uno e intentó agarrarlo del cuello”. El educador se protegió y los guardias se lanzaron contra el agresor. “Gritaba, estaba muy alterado y daba patadas y puñetazos”, destacan estas voces, y tal virulencia indujo a los vigilantes a esposarlo unos 10 minutos tras fracasar la contención física. Al poco, dejó de moverse. 

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Sobre la firma

Juan Navarro
Colaborador de EL PAÍS en Castilla y León, Asturias y Cantabria desde 2019. Aprendió en esRadio, La Moncloa, en comunicación corporativa, buscándose la vida y pisando calle. Graduado en Periodismo en la Universidad de Valladolid, máster en Periodismo Multimedia de la Universidad Complutense de Madrid y Máster de Periodismo EL PAÍS.

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