Invocar tiempos de pactos ante el enrocado enfrentamiento
En la llamada a la ejemplaridad de Felipe VI está implícita la raya que le separa de su padre
En este 24 diciembre de 2021 el Rey se ha visto en la necesidad de sobrevolar de alguna manera la España de estos 40 años de democracia. Problemas que parecían suturados se han vuelto a abrir; actitudes políticas atemperadas se han despertado iracundas; la negativa entre fuerzas mayoritarias a cualquier acuerdo ha ganado terreno. El desempeño cabal y ejemplar exigible a los representantes públicos tiene que ser recordado, ha subrayado el Rey. Aunque algunos lo demanden, no es imprescindible que mencionara a Juan Carlos I. Felipe VI no puede ocultar que en esa llamada a la ejemplaridad queda implícita la raya que le separa de su padre. Y ha dado muestras ostensibles, e incluso dramáticas desde la perspectiva personal y afectiva, de repudiar el comportamiento de su antecesor, al margen de que exista finalmente o no un reproche judicial.
La situación del rey emérito es un problema que cae sobre Felipe VI, pero cuando está a punto de concluir 2021 hay otros muchos frentes abiertos. La pandemia se encuentra a la cabeza de los males de España, con todas sus consecuencias, sanitarias y económicas. Los esfuerzos de las administraciones para aumentar la cohesión social no cunden lo suficiente como para detener o disminuir el crecimiento de las desigualdades.
La función del Monarca no es la de regodearse en las desgracias, pero sí la de ser consciente de la situación del país del que es la primera magistratura. Desde hace mucho tiempo, Felipe VI sabe que se le escudriña con minuciosidad, por lo que ha sido muy explícito a la hora de señalar los problemas estructurales, los nuevos y los que han salido de rescoldos más apagados. La otra cara, inevitable en un jefe de Estado, ha mostrado vías para la mejora de todos ellos, algunas de actitud.
Después de siete años de reinado, se ha visto impelido a recordar algunas crisis de tiempos pasados y cómo hubo voluntad institucional y social de superarlos. “El momento es difícil, desde luego, pero detenernos hoy es quedarnos atrás; es retroceder”, ha afirmado en su discurso. No es una frase vacía, tiene aviso. Se abre un futuro que exige a todos “responsabilidad, voluntad de colaborar y voluntad de entendimiento”.
No es este el discurso del Gobierno, aunque su contenido lo conoce el Ejecutivo. Los agujeros negros que señala el Rey los dicta su criterio. Es su propia cartografía. La línea que une La Zarzuela con La Moncloa, sin embargo, se aprecia en las llamadas a la concordia, al esfuerzo común, al entendimiento y al pacto. Felipe VI sabe que esas llamadas al pacto y al acuerdo no tendrán una plasmación práctica, al menos entre los dos grandes partidos. El acuerdo del Gobierno, los sindicatos y la patronal para la reforma laboral es el paradigma de las recomendaciones o aspiraciones expuestas por el Rey en la noche navideña. Habrá seguramente votos suficientes para sacarla adelante en el Congreso, pero el PP anunció, nada más conocerse el acuerdo, que votará en contra.
En la alocución de Felipe VI hay optimismo de la voluntad, pero también preocupación profunda. Su remembranza ante los españoles denota por dónde van sus aspiraciones. La democracia y la libertad en España se han debido al esfuerzo de millones de ciudadanos y a muchas razones. Felipe VI enumera: “Sentido de la historia, grandes acuerdos, generosidad, responsabilidad y visión de futuro”.
El Rey quiere que la Monarquía restaurada no resulte una experiencia fallida. Su voluntad es la continuidad: después de él, la princesa Leonor. Nada peor para esa aspiración que una España convulsa.
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