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Los caminos del poder en el PP se enredan siempre en Madrid

Aguirre y Gallardón se enfrentaron en 2008 con un trasfondo similar al actual: la posible sucesión del líder del PP -entonces Rajoy- si perdía las elecciones

Rajoy besa a Aguirre en un mitin del cierre de campaña de las elecciones de 2015.
Rajoy besa a Aguirre en un mitin del cierre de campaña de las elecciones de 2015.
Carlos E. Cué

“Hegel dice en alguna parte que todos los grandes hechos y personajes de la historia universal aparecen, como si dijéramos, dos veces. Pero se olvidó de agregar: una vez como tragedia y la otra como farsa”. Desde que Karl Marx escribiera estas palabras en 1851, en el libro 18 de Brumario de Luis Bonaparte, cada acontecimiento político o histórico busca su antecesor.

Pocos son tan exactamente miméticos como el de la batalla por el control del PP de Madrid, que reproduce casi con precisión la guerra vivida entre Esperanza Aguirre y Alberto Ruiz-Gallardón entre 2004 y 2008, con un trasfondo muy similar al actual: ambos querían el control del PP de Madrid, con sus alcaldes, su poder mediáticos, sus miles de cuadros y sus militantes como trampolín para dar el salto al liderazgo nacional.

Entonces, en 2008, hace 13 años, cuando se desató la batalla final en la llamada crisis del ascensor, Aguirre y Gallardón pensaban que, si Mariano Rajoy perdía sus segundas elecciones, ellos serían los más firmes candidatos a la sucesión. Ahora, de nuevo, con los mismos cargos como protagonistas —el líder del PP, la presidenta de Madrid y el alcalde de la capital— el posible asalto al máximo poder después de las próximas elecciones está detrás de muchos movimientos. Madrid es mucho Madrid, y en un congreso abierto es una plaza clave, como comprobó el propio Casado, que tiene en esta comunidad su territorio natural y desde ella dio el asalto al poder que le llevó a ganar a María Dolores de Cospedal y Soraya Sáenz de Santamaría en 2018.

¿Cuánto puede durar esta guerra?, se preguntan escandalizados muchos dirigentes del PP, especialmente fuera de Madrid, donde nadie entiende cómo se puede llegar tan lejos justo cuando los populares estaban mejor en las encuestas y con perspectivas de rearmarse gracias al hundimiento de Ciudadanos.

La historia de Aguirre y Gallardón demuestra que la batalla puede ser larguísima, porque en juego está el máximo trofeo: la posibilidad de dirigir el PP y por tanto algún día llegar a La Moncloa. Y ahí no hay empates ni pactos posibles: o se gana o se pierde. Aquella duró al menos cuatro años, desde que en 2004 la mano derecha de Gallardón, Manuel Cobo, intentó enfrentarse a Aguirre por el liderazgo del PP madrileño, aunque se acabó retirando, hasta ese martes 15 de enero de 2008 que ninguno de los protagonistas podrá olvidar.

Gallardón, que era el hombre de Rajoy para intentar frenar a Aguirre, como ahora Almeida es el de Casado para aplacar las ansias de poder de Ayuso y su gurú, Miguel Ángel Rodríguez, estaba convencido de que contaba con el apoyo del líder para su gran ambición: ir en las listas del Congreso por Madrid como diputado en esas elecciones de 2008, para las que quedaban menos de dos meses. El alcalde quería ese puesto porque si Rajoy caía tras esas elecciones, tendría una enorme ventaja para la sucesión: ser diputado. Aguirre, sin embargo, había lanzado un órdago: si él iba en las listas, ella también. Igualdad de condiciones para la sucesión.

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El problema es que Gallardón podía ser alcalde y diputado pero Aguirre tenía que dejar de ser presidenta para ir al Congreso, con lo que estaba llevando a Rajoy al límite: se ponía en riesgo Madrid, la joya de la corona, que quedaría en manos de Ignacio González, que años después acabaría en la cárcel por corrupción.

Rajoy citó a los dos en la calle Génova. Gallardón estaba convencido de que su amigo le daría lo que quería. La cita era a las 20.00. A su mujer le dijo que solo podían ser buenas noticias, que fuera al estreno en el Teatro Real de Tristán e Isolda, de Wagner. “Llegaré en el intermedio”, le prometió. Nunca llegó, porque Rajoy le cortó las alas: ninguno de los dos iría en las listas.

—Llevo 16 años de mayorías absolutas ininterrumpidas, presidente. Puedo aportar mucho al partido ―clamó el alcalde.

—Si es por resultados, yo he sacado los mejores de toda la historia del PP de Madrid en las últimas elecciones. Hemos ganado hasta en Pinto ―replicó Aguirre.

—No me podéis hacer esto. Llevo 30 años en este partido, ayudé a fundarlo, me he dejado la vida y nunca he pedido nada. Es la primera vez que lo hago, era mi ilusión ―explotó Gallardón, que allí mismo anunció que dejaría la política, aunque finalmente no lo hizo: seguiría de alcalde y sería ministro en 2011, aunque dimitió por la fallida ley del aborto.

Bajando en el ascensor de Génova, Aguirre le decía:

—Alberto, no sé por qué te pones así. El día 9 [las elecciones] vas a estar igual que hoy. Si se gana, podrás ser vicepresidente si Mariano te lo pide. Y si Mariano pierde, tú y yo estaremos en iguales condiciones, como los demás [para la sucesión].

Rajoy perdió, pero no se fue. Aguirre se movió para sucederlo, pero no tenía la fuerza suficiente, pese a controlar Madrid. Andalucía y Valencia acudieron en auxilio de Rajoy en ese durísimo 2008. 13 años después, Casado también está decidido a quedarse, gane o pierda las próximas elecciones. Pero esta vez, al contrario que Rajoy, él quiere tener controlado Madrid. Por aquello de “más vale un ‘por si acaso’ que un ‘quién diría”.

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