Acordar el desacuerdo. La sonrisa inteligente de Javier Aristu
El escritor, profesor de Literatura y referente de la izquierda andaluza ha fallecido en Sevilla a los 72 años
Discrepar puede ser un gozo dialéctico o una bronca a garrotazos. Javier Aristu, de apellido vasco, nacimiento murciano y filiación inequívocamente andaluza ha fallecido el domingo día 19 en Sevilla a los 72 años, cuando, al fin, había hecho la última revisión del que, sabía perfectamente, sería su libro póstumo. Aristu Mondragón, profesor de literatura —hasta su jubilación en la Escuela de España de Bruselas—, militante temprano del PCE clandestino, concejal en los primeros años de la democracia local, secretario general cuando los comunistas sevillanos se fajaban en crisis, uno de los fundadores de Izquierda Unida, aunque abandonó la política activa en los años noventa, no renunció jamás a seguir ejerciendo de intelectual y ciudadano crítico y comprometido.
Con solo hacer un repaso a su brillante hoja de servicios, tanto contra la dictadura como en la democracia, ya merecería la pena hacerle un tributo como a un sobresaliente de aquellos españoles a los que tanto debemos, pero sería un retrato en sepia y falso. Aristu nunca vivió en el pasado y aún menos en la queja o el rencor y hasta el último minuto de su vida andaba trajinando en proyectos que le llenaban las manos de barro y el ánimo de estímulo. Su pasión por la reflexión crítica y el espanto ante cualquier signo de autocomplacencia le han pesado más que los placeres de un retiro de libros, atardeceres gaditanos, familia y buenos amigos.
Precisamente con amigos, alguno antiguo camarada, como el catedrático Carlos Arenas y el sindicalista Josep Lluís López Bulla, había puesto en marcha revistas y blogs de debate: En campo abierto (homenaje a Max Aub) y Pasos a la izquierda, para compartir preguntas sin eludir ninguna de las respuestas. Lo suyo era el análisis político con anclaje en la ensayística y la literatura del pensamiento, lejos de los dictámenes apresurados y de obviedades de aplauso fácil e inmediato. Siempre desde una fina ironía y una incansable capacidad de asombro que lo vacunaban de la siempre tentadora comodidad ideológica o la soberbia moral.
En 2018, tras la herida del 1-Octubre en Cataluña, urdió una plataforma, Con-Diálogos, desde la que se empeñó en el debate desde las periferias con la idea de construir un espacio concreto de divergencias y coincidencias, más allá de las emociones exaltadas de banderas y preces identitarias. Un proyecto a pachas con Javier Tébar de manera que, en tono festivo, merecieron el apelativo de los “Javis” de la política periférica.
Acordar el desacuerdo como actitud y también como única forma práctica de convivencia y superación de distancias infranqueables. Se valió de consagrados intelectuales de todo el país (a algunos los sacó del sopor o de la pereza o del hartazgo) para demostrar que había tiempo y espacio aún para la conversación y que podría resultar incluso divertido. Tras esos encuentros en Barcelona y Sevilla puso en marcha una plataforma de ideas —Nuevo diagnóstico de Andalucía―, implicando a profesionales veteranos y consagrados, como el sociólogo Manuel Pérez Yruela, y también a investigadores jóvenes a los que siempre quiso escuchar.
Nada le era ajeno, nada falto de interés. A poco de comenzar la pandemia le diagnosticaron un cáncer de pulmón que afrontó con disciplina en el tratamiento y consciencia del sentido del tiempo. Siguió comunicándose por mensajes de Whatsapp o de mails y dejó el que sabía su último libro, titulado al menos en su última versión, Señoritos viajeros y periodistas, miradas sobre la Andalucía del siglo XX. Sabiendo que le quedaban días, aparte de dejarse querer y cuidar por una familia que era parte fundamental de su bienestar vital, se dedicó a corregirlo y a mandar mensajes de despedida. Sin dramatismo, sino con afán de gratitud por lo vivido: Dignidad en el final y ética en los principios, santo y seña de un hombre que vino al mundo para mejorarlo. Y lo hizo. Con alegría y lucidez.
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