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Seis días a merced del monstruo

Crónica de la semana en la que un ‘superincendio’ arrasó Sierra Bermeja ante la impotencia de los bomberos

Las llamas devoran el monte en el incendio de Sierra Bermeja.
Las llamas devoran el monte en el incendio de Sierra Bermeja.JORGE GUERRERO (AFP)

Todo empezó como un punto rojo en el horizonte. El miércoles 8 de septiembre, Lorena llamaba por teléfono sin parar a los servicios de emergencias desde su apartamento en la urbanización Las Abejeras, en las faldas de Sierra Bermeja que van a dar al municipio costero de Estepona (Málaga), uno de los núcleos principales de la Costa del Sol Occidental. El fuego corría desde el horizonte en el monte, hasta que, sobre las 3.30 de la madrugada del jueves, aporrearon su puerta y la de unos 1.000 vecinos más en la zona.

El incendio que ha ardido con furia durante una semana en la serranía malagueña ha sido calificado como el primero de sexta generación registrado en España, por la virulencia del fuego y la capacidad de provocar sus propias condiciones meteorológicas. El superincendio se cobró la vida de un bombero forestal y arrasó casi 10.000 hectáreas en un paraje endiabladamente abrupto, donde la maleza descuidada sirvió de combustible en una semana en la que solo la lluvia podía ayudar —y finalmente lo hizo— a aplacar al monstruo. Las llamas llegaron a afectar a ocho municipios.

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El jueves 9 de septiembre, en Genalguacil se observaban las llamas desde desde primera hora con nerviosismo. “El fuego avanza sobre la cordillera hasta que llega al punto en que separa la Costa del Sol del interior, el Valle del Genal, cuando comienza el fuego a bajar el miércoles por la noche y empieza a entrar en la parte de la Costa del Sol el jueves por la mañana, vemos que los medios se van yendo”, recuerda Miguel Ángel Herrera, alcalde de Genalguacil, cuyas críticas a la gestión del incendio han sido las más agrias. “Tampoco había muchísimo daño en la zona nuestra, era como si aquí estuviera semi-controlado y no necesitara muchísimo esfuerzo, eso era lo que sentíamos los vecinos”.

Ese mismo día, cuando la formación de pirocúmulos provocados por las altas temperaturas dejaba claro que aquel incendio iba ser algo nunca visto, el Infoca activó el nivel 2 del dispositivo de actuación tras reconocer que el fuego estaba fuera de la capacidad de extinción.

Las llamas que atraparon a Carlos, el bombero forestal fallecido, tuvieron a su merced a todo su retén, atrapado en el puerto de Peñas Blancas, a la entrada de Los Reales, uno de los reductos más singulares del pinsapo. Allí, el fuego bailaba en corrillo llevado por vientos caprichosos. La dirección técnica decidió el viernes 10 retirar a los efectivos por tierra ante las condiciones adversas. “Nos tocaba descansar y, nada más salir, vemos que los compañeros que iban a entrar, vuelven”, explican bomberos de un retén de Marbella que actuaron en la zona. “No lo entendíamos, pedimos entrar nosotros, pero nos dijeron que incluso el humo era muy peligroso”.

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El sábado 11 de septiembre las llamas se colaban en el horizonte de Júzcar, a 22 kilómetros de Estepona en línea recta hacia el norte. Ese mismo día amaneció con esperanza. Las labores por tierra se reanudan y regresan a casa los primeros desalojados, en Estepona. El frente sur estaba controlado, pero el monstruo iba a despertar por la noche.

Una vecina limpia la entrada de un inmueble en el pueblo de Genalguacil tras quedar controlado el incendio de Sierra Bermeja.
Una vecina limpia la entrada de un inmueble en el pueblo de Genalguacil tras quedar controlado el incendio de Sierra Bermeja. Garcia-Santos (El Pais)

El alcalde de Genalguacil, Miguel Ángel Herrera, pedía ayuda ya desde la mañana ante unos focos peligrosos, al menos para humedecer el terreno y evitar que el fuego se propagara y acabara formando el efecto chimenea que en la madrugada del domingo abrió un nuevo frente cuando el paveseo (material incandescente) prendió frente a Jubrique. Llamó a todos los teléfonos posibles y acabó por explotar, “achicharrado”, ante los medios. A las 5.30 del domingo 12, se ordenó el desalojo de los 400 vecinos del pueblo y de 520 en Jubrique. “Como genalguacileño escuchas en televisión que en el fuego de Sierra Bermeja hay 40 medios aéreos y 500 efectivos terrestres, sales a tu balcón y te preguntas dónde están”, clama, “y ves que se está quemando el bosque, no solo eso, ves que ya ha pasado de suelo público y se mete en las fincas privadas y, claro, para mi las fincas privadas tienen nombres y apellidos”.

“Yo estaba en mi terraza, en la parte alta del pueblo, a las 5.00 y eran bombas, como explosiones, llovía fuego”, recuerda Alberto Benítez, alcalde de Jubrique. “De noche, además, que se veía mucho más cerca… Lo pienso todavía y se me ponen los pelos de punta”. Herrera, el alcalde de Genalguacil, prosigue: “El problema de nuestra sierra es que es muy difícil, es una zona muy complicada donde hay mucha masa forestal. Los fuegos en el Valle del Genal, esta parte de Sierra Bermeja, son como una gasolinera”.

La mayoría de personas que estuvieron sobre el terreno durante aquellos seis días describen una experiencia frustrante. “Trabajabas toda una mañana en abrir un cortafuegos y al rato veías cómo saltaba una pavesa y prendía a 200 o 500 metros”, explica un bombero forestal. “No servía para nada”. El color del manto que cubre la sierra da cuenta del antojo de las llamas, que en muchos casos apenas corría por el suelo, como reptando, dejando el verde en las copas de los pinos y calcinando las raíces de los árboles de las que aún esta semana salía humo.

El paisaje por la carretera es dantesco. La tierra negruzca emana un hedor potenciado por las lluvias que ayudaron a controlar el fuego. El paisaje, veteado de neblina, se antoja fantasmagórico allá donde la bruma ha tomado el relevo al humo. La lluvia ayudó el pasado martes 14 a controlar el fuego y convirtió la ceniza en barro que cubre la carretera, donde las barreras quitamiedo aparecen retorcidas y tiznadas en las curvas donde regatearon las llamas. En cada pueblo de la sierra, los vecinos se enteraron de los sucesivos desalojos a través de los grupos de Whatsapp, en los que los respectivos alcaldes informaban de cada novedad.

La mañana del domingo 12, Patxi, malagueño de 50 años y regente de la Posada del Recovero, en Genalguacil, recogió a su mujer y a Francisco, artesano del mimbre y el esparto a quien un ataque de artritis obliga a andar con bastón a sus 60 años. Los tres enfilaron a Algatocín, la primera parada del desalojo. La dueña de uno de los supermercados que conoce les prestó una casa para pasar solo una noche. “El lunes nos levantamos y se escuchaba que iban a desalojar también Algatocín y decidimos irnos para Málaga, donde tenemos casa”, cuenta.

Tras Genalguacil y Jubrique siguieron Farraján, Pujera, Júzcar y Alpandeire. Conforme los vecinos se iban, entraban los efectivos de la Unidad Militar de Emergencias (UME), activados un día antes con la misión de proteger la entrada a los pueblos. En Júzcar, la orden de evacuación llegó a las 14.00 del domingo, cuando empezaron a entrar las furgonetas y ambulancias del 112 para asistir en el traslado de los más mayores hacia Ronda, donde se les acogió en hoteles, pensiones y residencias. “Mucha gente no se quería ir de las casas, decían que se quemaban antes de marchar”, recuerda el regidor. “Aquí hay personas mayores que en sus tiempos, de jovencitos, estuvieron repoblando pinos”. El valle es tan abrupto que desde cada pueblo se divisan solo las lomas y cumbres por donde las llamas ardían. “Han llegado [al pueblo] cortezas de árboles de 30 centímetros, cortezas de eucalipto carbonizadas, estamos hablando de un kilómetro o dos que hay hasta la loma”, prosigue el alcalde de Júzcar. “Han volado dos kilómetros las pavesas, menos mal que llegaron apagadas”.

Ese lunes 13, los nervios ya estaban a flor de piel. En Benarrabá, los vecinos se organizan para empezar a trabajar en un cortafuegos en el cauce del río. En el horizonte se ve el fuego. Llegan voluntarios de toda Málaga, como José, que se acerca desde Coín. Por la tarde, en torno a las 19.00, abandonan la tarea. La nube ha entrado en el valle y se puede esperar cualquier cosa, pese a que han empezado a caer las primeras gotas de agua. La visibilidad es nula y podrían llover briznas incendiarias. “Al final tuvimos que salir por patas porque se nos venía otro frente encima”, explica Jose, que llegó desde Coín a participar como voluntario. “Es muy raro que desde Protección Civil no se hayan coordinado grupos de voluntarios, nos organizamos entre nosotros, lo que no sé yo si será del todo seguro”.

Ante la frustración, se esperaba el milagro. Esa noche, la lluvia hizo acto de presencia. Herrera, el alcalde de Genalguacil, la pasó a la intemperie: “Me fui a la plaza, me senté en un banco allí mirando a la sierra con una manta. Qué iba a hacer en mi casa, si no podía dormir...”. Al día siguiente, martes, 14 de septiembre, el incendio se da por controlado y regresan los vecinos. “Fue también un momento muy bonito”, cuenta Herrera. “Pero ahora es extraño, porque está súper silencioso, queda como un luto”.

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