Jamal el Anbi, aquel niño descalzo
Tras años de lidiar con la burocracia, el economista marroquí consigue la nacionalidad española
Jamal el Anbi, aquel niño descalzo, ya es español. A los diez años, jugaba en las calles de tierra de Larache y vio partir a su padre, analfabeto, en busca de cualquier salida que le permitiera, en España, combatir el hambre con la que a él y a su familia lo amenazaban el porvenir y la historia. El hombre hizo el viaje gracias a un visado que le costó mucho más de lo que tenía, y tres años más tarde trajo a su familia. Jamal estudió aquí, se hizo un economista de prestigio, ganó un premio de la Fundación Princesa de Girona, saludó al Rey y a su familia, trabajó para el Banco de España, opositó con éxito para el Banco Central Europeo, pero le fue vedado el camino a Fráncfort porque estaba atascada en Illescas su solicitud para ser ciudadano español.
Durante años, su expediente (el 721-14) durmió entre los legajos digitales de la burocracia. En mayo de 2019, EL PAÍS contó la historia de ese expediente quieto y, según Jamal, unos días después el papel que lo retenía como marroquí se movió un milímetro y pasó a llamarse Expediente de Nacionalidad R-1. Estos días ya se movió del todo, y Jamal, aquel niño descalzo que vino a reunirse con sus padres en Chozas de Canales, en Toledo, cerca de Illescas, ya podría ser, por ejemplo, funcionario español en el Banco Central Europeo de Fráncfort. “Todavía no tengo la documentación, pero ya juré. Soy español”. Tiene 28 años.
Aquel niño descalzo de Larache sigue en él, naturalmente. “Pero si este momento hubiera llegado antes, además de aquel niño hubiera sido ahora, también, un becario español en Europa… Y no creo que sea un problema de la burocracia, pues trabajé en el Banco de España y ahí la gente no paraba. Es que depende de quién te toque, y es insólito que tengas que esperar que quien te atienda sea amable para que tu porvenir tenga uno u otro color. Tienes todos los requisitos, llevas los papeles que tienes que llevar, pero, aun así, vas con miedo a que te toque alguien xenófobo que te ponga trabas por ponértelas. A mí eso no me pasado, pero gente de mi entorno sí ha sufrido las consecuencias de ese desdén”.
No, no cree que este sea un país xenófobo, pero sí hay gente que expresa de distintas maneras los tópicos que califican de ladrones o terroristas a los inmigrantes. “Lo ves en las redes y se te ponen los pelos de punta”. El pasaporte le llegará pronto. Ahora él ya está compuesto de dos piezas, “el corazón marroquí y el corazón español, aunque en la entrada o salida del aeropuerto ya no tendré que hacer la cola de la emigración”. Seguirá queriendo que, en el fútbol, gane cualquiera de los dos equipos, el marroquí o el español, aunque haya dudas cuando se enfrenten.
Ahora trabaja de consultor, aspira a dar un vuelco a su vida, ayudar a los que están en el margen, a aquellos que ahora son como él fue al llegar a este país al que ya pertenece de pleno derecho. De aquella infancia que quedó atrás le resulta imborrable la imagen de los niños descalzos con los que jugaba en Larache. No es que no tuvieran zapatillas, “es que ir descalzos nos daba una sensación de libertad cuando andábamos bajo la lluvia recogiendo caracoles”. Creció luego en Chozas de Canales. De ahí es también, “de fuera del barullo”, igual que sigue siendo de Larache.
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