Relaciones Puig y Bonig: una anomalía democrática
No es de recibo que la situación de incomunicación entre el titular del Consell y la principal dirigente de la oposición se prolongue por más tiempo
La modélica relación entre el presidente del Gobierno portugués, el socialista Antonio Costa, y el conservador líder de la oposición lusa, Rui Rio, nos sitúa frente a un espejo que empequeñece a la clase política española. La ortopédica rigidez que define el trato entre Pedro Sánchez y Pablo Casado o, ya en tierras valencianas, entre Ximo Puig e Isabel Bonig, resulta bochornosa en comparación.
Entre las muchas frases pronunciadas por Rui Rio durante la crisis pandémica y convertidas en virales por su singularidad, hay una que es un tratado de sensatez y elegancia política: “No voy a crear dificultades al país solo para crear dificultades al Gobierno”.
Los dos políticos portugueses despachan de manera cotidiana desde que el coronavirus irrumpió en nuestras vidas. Presidente y líder de la oposición han aparcado sus diferencias, que las tienen, claro, porque ambos son conscientes de que el delicado momento histórico exige actitudes a la altura. Ambos han renunciado a las impúdicas exhibiciones mediáticas y a los fatuos protagonismos, tan habituales en nuestra geografía.
Sin salir de la Unión Europea, la alemana Ángela Merkel ha aprovechado la pandemia para intensificar los diálogos ciudadanos que bajo el título Conversaciones con la canciller se traducen en encuentros telemáticos de Merkel con representantes de diferentes sectores sociales. A través de la aplicación zoom la dirigente alemana escucha a jóvenes aprendices que han visto cercenado su futuro laboral, policías, personas dependientes y sus cuidadores, estudiantes, etcétera. Más allá de los rigurosos informes que sus asistentes elaboran para ella, la canciller se ha aplicado a conocer por sí misma, sin intermediarios, cómo viven y sufren los ciudadanos las consecuencias de esta época perturbadora e incierta. Resultado: tras quince años de mandato y a uno de su retiro político, la popularidad de Merkel registra niveles de récord.
Los dirigentes lusos y la canciller alemana ejercen el liderazgo, manifiestan una empatía con sus administrados, que suscita orfandad en los ámbitos donde se confunde liderazgo con ignorar, cuando no machacar, al contrario; y donde el verbo empatizar no forma parte del vocabulario político.
En España el líder del PP, Pablo Casado, aprovechó días atrás la celebración de una cumbre telemática de primeros ministros del Partido Popular Europeo para denunciar ante la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, la anomalía democrática que supone la escasa comunicación con Pedro Sánchez durante la ya larga crisis desatada por la covid-19.
En la Comunidad Valenciana esa anomalía no es menor. Ximo Puig e Isabel Bonig se reunieron por última vez el pasado 22 de octubre, dentro de la ronda de contactos que el presidente de la Generalitat mantuvo con los agentes sociales y los síndicos de todos los grupos parlamentarios ante la adopción de una decisión tan importante como dictar toque de queda en la autonomía. La última vez que ambos se encontraron a solas es material de análisis para arqueólogos: tres años atrás. En privado, Bonig se queja del trato que le dispensa el titular del Consell. No se refiere la dirigente popular en exclusiva a la dificultad de mantener una relación fluida. Sus quejas alcanzan al tono displicente que recibe y la acritud con que le responde Puig en el hemiciclo de las Cortes Valencianas. En el último debate de Política General, celebrado el pasado mes de septiembre, Bonig llegó a expresar ante los informadores su creencia de que el presidente de la Generalitat “tiene un problema con las mujeres, sinceramente”. Estaba soliviantada la dirigente del PP por la agresividad recibida en contraposición al estilo amable y elegante con que el Molt Honorable distingue al líder de Ciudadanos, Toni Cantó.
Entramos en lo que se conoce como época política valle; es decir, un momento en el que las urgencias electorales han desaparecido y no hay a vista de calendario ninguna convocatoria inminente ante las urnas. Es cierto que la gestión de la pandemia ocupa las agendas y altera la normalidad política. Pero no es de recibo que esta situación de incomunicación entre el titular del Consell y la principal dirigente de la oposición se prolongue por más tiempo. A Puig le puede molestar el tono entre mitinero e histriónico de que hace gala Bonig. De hecho, le irrita. Pero es la misma Bonig que en pleno confinamiento cerró filas con el Gobierno valenciano, suavizó sus formas, y firmó, en contra del criterio de muchos de los suyos, el llamado Pacto de Reconstrucción que el Presidente del Consell exhibe con orgullo más allá de nuestras fronteras. A la postre, Bonig y el PPCV representan a más de medio millón de ciudadanos valencianos que les otorgaron la confianza de su voto.
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