Sánchez y la estrategia del dolor de muelas
La Moncloa concede a Pablo Casado “unos días” de tregua antes de poner a prueba el giro del líder del PP
Lejos de ser un drama con un clímax —a pesar del parloteo tronante en las redes sociales y en las tertulias—, la democracia es una suerte de rutina sin apenas picos. Muy de vez en cuando, ese ritmo desesperadamente lento se acelera en un súbito pandemonio: el brillante discurso de Pablo Casado en el Congreso es uno de los raros momentos en los que la política pierde esas tonalidades como de fotocopia. Un Casado que había ido de menos a menos desde las elecciones fue capaz de dar el jueves un puñetazo sobre la foto de Colón. Para el bloque de la derecha es un aquí mando yo; para la política española es un nuevo orden narrativo. Las fuentes consultadas en La Moncloa admiten —a regañadientes— que el líder del PP recupera iniciativa y abre una ventana de oportunidad en dos direcciones: hay una posibilidad de rebajar el ruido político, y de permitir acuerdos en los denominados asuntos de Estado, particularmente en el poder judicial.
El Gobierno recibe ese cambio de actitud con la mano tendida. Pero en La Moncloa conviven dos escuelas de pensamiento: hay quien cree que Casado ha hecho por fin lo que le pedía el presidente Sánchez desde hace meses y por lo tanto merece una tregua. Y hay quien apuesta a la estrategia del “dolor de muelas”: poner a Casado en continuos bretes para ver si se queda en el radiante discurso del otro día o si de veras pasa de las musas al teatro.
Las encuestas sirven para escuchar el estruendo de la batalla. Y los primeros números hablan de un claro impulso a la imagen del presidente del Partido Popular: más del 70% de los españoles considera acertada su negativa a la moción de censura, según Metroscopia, a pesar de que iba contra las preferencias iniciales de sus propios simpatizantes. El análisis cualitativo del Ejecutivo es menos complaciente: “Casado ha asumido, por fin, que parte de sus antiguos votantes no van a volver, y a partir de ahora deberá gestionar la guerra civil dentro del bloque de la derecha, aunque eso no supone que se vayan a romper las coaliciones en Andalucía y Madrid. La situación política se destensa: hay margen para pactar el poder judicial. Pero Casado no va a dejar de decir que no a casi todo lo demás, y el Gobierno le va a someter a un examen constante para que demuestre si su pretendido giro tiene sustancia”, apuntan fuentes de La Moncloa.
En plata: el Ejecutivo percutirá de nuevo sobre la foto de Colón y no tardaremos en ver viejos clichés saliendo de los labios del presidente y sus ministros —el trifachito y demás— si no hay concesiones. Pero ojo: si Casado es receptivo a las ofertas de La Moncloa, el problema lo tendrá en el eje de la derecha; con Vox y Cs. “Ciudadanos queda desdibujado tras esta jugada y necesita reivindicarse, y en Vox cabe esperar turbulencias”, subrayan fuentes gubernamentales. Las primeras pruebas del algodón no tardarán en llegar. Los presupuestos están al caer, así como la reforma de las pensiones. Y Casado se ve con las grandes empresas familiares este mismo lunes, con los patronos más cerca últimamente de la coalición PSOE-Podemos que del PP.
Sánchez barajaba la opción del no de Casado, pero su contundente discurso no aparecía con tanta claridad en los radares: la prueba son las dificultades del vicepresidente Pablo Iglesias y de la portavoz socialista, Adriana Lastra, para articular una réplica a la altura de las sensacionales castañas del líder del PP a Santiago Abascal. A partir de aquí el horizonte se aclara, aunque quizá no tanto. Durante nueve meses, Casado ha sido “un impostor dialogante”, según la definición de La Moncloa: en la gestión de la pandemia y de la economía decía tener la mano tendida, pero era imposible cerrar acuerdos porque lo apostaba todo a un final abrupto del Gobierno. “Con esta caída del caballo viene al espacio que le reclamábamos, y de momento el presidente lo recibe con un tono conciliador. Ahora solo hay que comprobar si ha dejado de lado ese papel del impostor dialogante”, añaden las fuentes consultadas.
Nadie espera que Casado apoye los Presupuestos. Ni que baje el tono en la llamada guerra cultural, en los proyectos de ley de eutanasia, memoria histórica o aborto. En el menú de posibles pactos, el plato principal es el gobierno de los jueces, y ni siquiera ahí las cosas van a ser sencillas: el PP sigue manteniendo condiciones imposibles (una especie de veto a Podemos), y en el Gobierno se abre paso la posibilidad de pactar el número de vocales (11 para los socialistas, que luego se repartirían con Podemos, y nueve para los populares) con derecho de veto por ambas partes para evitar propuestas con sesgos demasiado claros. Un sistema, en fin, que permita salvar el bloqueo aunque recuerde al lampedusiano que todo cambie para que todo siga igual.
A la democracia se le da muy bien aplazar el desastre. Hace 10 años el paro alcanzó el 25% y Europa salió al rescate de los bancos a cambio de una devaluación interna sangrante que disparó la desigualdad: el sistema sigue intacto, si bien la sacudida acabó con el bipartidismo y dejó un desafío constitucional aún irresuelto en Cataluña. Esta vez el paro va camino del 20%, hay una incertidumbre prácticamente insondable sobre la evolución de la economía y los datos sobre la pandemia son estremecedores: quizá el discurso de Casado acabe apaciguando el berenjenal político, pero estamos como estábamos. No en tablas, sino en jaque.
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