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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Un 12 de octubre bajo mínimos

El mínimo común denominador de la política conmemorativa española se ha visto reducido

Javier Moreno Luzón
La familia real, en el desfile del 12 de octubre del 2019.
La familia real, en el desfile del 12 de octubre del 2019.Europa Press (Europa Press)

El 12 de octubre, aniversario de la llegada de Cristóbal Colón a las Indias, se convirtió en día festivo bastante tarde, cuando un Gobierno nacional presidido por el conservador Antonio Maura y formado por representantes de casi todos los partidos monárquicos lo declaró, en junio de 1918, fiesta de la Raza. Así es como se llamaba por entonces esa enorme comunidad imaginada que abarcaba a España y a la América hispana y que adoptó luego otros nombres, como la Hispanidad y, junto a otros países, la Comunidad Iberoamericana de Naciones. La iniciativa, sin embargo, no había partido del Estado español, sino de asociaciones hispanoamericanistas que habían logrado su celebración por primera vez en 1892, con motivo del IV centenario de la gesta colombina, y también de países latinoamericanos que la oficializaron antes que la Madre Patria. Desde 1918 hasta la actualidad, y pese a la turbulenta historia contemporánea de España, esta efeméride no ha desaparecido de su calendario, pues la festejaron incluso ambos bandos durante la Guerra Civil.

Su persistencia da cuenta del enorme peso que adquirió la vertiente ultramarina en la identidad española durante el siglo XX y los comienzos del XXI. Una especie de imperio de sustitución desde la pérdida de los restos del auténtico en 1898, el recuerdo de la gran epopeya americana representó en el españolismo un papel sólo comparable al de la Guerra de la Independencia o al de las figuras cervantinas. La exploración y conquista de América se consideraba, sencillamente, lo más grande que los españoles habían hecho nunca, motivo de orgullo patriótico y una vía para, reconciliados con las antiguas colonias, adquirir algún protagonismo —siquiera menor— en un planeta dominado por potencias imperiales. Se transformó, de hecho, en el mínimo común denominador entre los católicos, que rememoraban la evangelización de los indígenas; y liberales y demócratas, que preferían fijarse en las grandes posibilidades de futuro de una lengua transatlántica.

Las dictaduras militares de Miguel Primo de Rivera y Francisco Franco explotaron hasta el agotamiento la versión reaccionaria del mito.

Al morir el último dictador, la fecha se mantuvo y se erigió, no ya en una más de las diversas fiestas nacionales, sino en la fiesta nacional de España, la más importante de las que pautan cada ciclo anual. Si la Segunda República había consagrado el 14 de abril, día de su proclamación, el franquismo había primado el 18 de julio, el del golpe que había iniciado su cruzada. Así que a la monarquía parlamentaria, recién estrenada en 1978, le tocó buscar su propia conmemoración festiva. Durante unos años, la izquierda defendió el 6 de diciembre, día de la Constitución, como una ocasión para ensalzar una sociedad política cimentada en los valores democráticos. Pero las derechas preferían el 12 de octubre, emblema de una nación antigua y gloriosa que no había surgido con la Transición a la democracia, por lo que no hubo acuerdo hasta que la mayoría socialista de Felipe González cedió y en 1987 elevó por ley la celebración americanista. En este giro influyó sin duda la proximidad del V centenario, orquestado como la apoteosis de una España moderna y rica, puente entre América y Europa que encabezaba un monarca reconocido como patriarca ultramarino. Una oportunidad perdida, no obstante, para fijar una idea cívica y constitucional del país, en vez del añejo relato hispánico, al cual le habían salido por otro lado adversarios indigenistas.

Desde los tiempos de José María Aznar, el 12 de octubre se resumió en un desfile de los ejércitos retransmitido por televisión, sin que los intentos de la ministra de Defensa socialista Carme Chacón consiguieran popularizarlo. Poco más que un pretexto para tomarse un largo fin de semana, la fiesta languideció hasta que el procés catalanista reforzó a un nacionalismo español que se envolvía en banderas constitucionales pero reivindicaba, con el respaldo de una legión de ensayistas, las grandezas de España en el Nuevo Mundo. Hoy Vox se enseñorea de los símbolos nacionales, también de este, en mitad de una terrible crisis que no cesa. El mínimo común denominador de la política conmemorativa española se ha visto reducido a una fiesta nacional bajo mínimos.

Javier Moreno Luzón es catedrático de Historia en la Universidad Complutense de Madrid.

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