Fase 0 en el Congreso, y bajando
Cuando desbordan Twitter y recalan en WhatsApp, los tuits más exitosos ya están maduros para transportarse al Congreso, donde los diputados los interpretan entre aspavientos
El Congreso es el Estudio Estadio de Twitter, el resumen semanal de los tuits más aclamados, ingeniosos o agresivos repetidos al micrófono por sus autores, los diputados, o de la autoría del resto de usuarios de la red social, citados o directamente plagiados. Twitter, una herramienta ágil y fértil, obliga a condensar los mensajes en 280 caracteres pero da la oportunidad de hacer hilos, escribir varios mensajes uno detrás de otro sin que el lector se pierda. Hay diferentes tipos de tuits y de hilos, tantos como temas de conversación, pero una norma es sagrada: los más demagógicos, iracundos y sentenciosos son los que más se comparten y los que proporcionan a sus autores más seguidores. Si además de eso son mentira, el éxito se multiplica de forma exponencial. Cuando desbordan Twitter (un microcosmos que periodistas y políticos hemos exagerado, paradójicamente, construyendo microparcelas dentro de tal forma que cuanto más pequeño es nuestro mundo, mejor creemos que representa la realidad) y recalan en los WhatsApp, esos tuits ya están maduros para transportarse al Congreso, donde los diputados los interpretan entre aspavientos, entonándolos como mejor saben, siendo automáticamente aplaudidos por los suyos. Pedro Sánchez es el que más escapa a esta práctica porque él ya es una red social propia en la que, a lo largo de los años, se ha dicho todo y lo contrario de los más graves asuntos de la nación, hasta las pizzas.
Pablo Echenique y Gabriel Rufián son, por su parte, los mejores representantes de esta subcultura de la subconversación, heredera del desplante taurino, una palabra que aborrecía Rafael Sánchez Ferlosio (“el ahí queda eso me parece el paradigma del alma-hecho-gesto de la españolez”); que los dos quieran prohibir los toros no es casual: ya torean ellos, haciendo al final de cada tuit, entre olés, ese gestito de levantar la cabeza con la barbilla muy arriba y darle la espalda al toro, zasca. Dieron hoy una lección, si bien Rufián puede darse de vez en cuando el lujo, al fin y al cabo es el único diputado al que no le importa decepcionar a los suyos, algo que se extraña en los demás. Echenique, que pasó el martes explicando a los españoles por qué acosar a la familia de un político de derechas no es lo mismo que acosar a una de izquierdas, y de hecho hasta tiene una etimología diferente, vino a decir que España sin Madrid tendría menos infectados, menos Champions, su valoración sería mejor, la desescalada iría más rápido. Lo cierto es que Madrid fue, con Barcelona, la ciudad más importante en la que ha tocado poder Podemos, y cómo sería la cosa que la perdió al cruzar la puerta del Ayuntamiento; tirarle los muertos de Madrid a Ayuso tiene los mismos indicadores morales que tirarle los muertos de España a Sánchez, salvo que Echenique y Simancas solo asuman los fallecidos de pueblos, provincias y comunidades mandadas por PSOE-UP. Aún habrá algún Excel al respecto.
Observando la sesión, ese cruce de mensajes sencillos y directos lanzados con el objetivo de agrandar distancias, nunca recortarlas, se llega a la misma vía muerta que llegó en un momento de su discurso Adriana Lastra, cuando se dirigió a un diputado del PP, José Ignacio Echániz: “¿Me estás amenazando?”. Echániz, médico y portavoz de Sanidad, le dijo: “Te vas a enterar”. Hay pocas cosas peores que escuchar eso de un médico; entre esas cosas peores, que lo diga en el Congreso. Pero no es una frase suelta sino el resultado de la dramatización que su jefe, Pablo Casado, lleva semanas fabricando ―la última con ETA— para encontrar ni siquiera su hueco en la oposición sino en su partido, entre Almeida (el ‘chico nuevo’ que toda izquierda necesita para sentirse mejor) y Ayuso, que vive directamente en una película de Batman. Con la participación de Abascal, que dijo que a Iglesias no le gustan “los viejos”, se entiende que por eso se ha cargado a miles (inevitable referencia a Justino, el asesino de la tercera edad, o el paciente del balneario de Un pingüino en mi ascensor), se desliza una idea para almas sensibles que empieza a prender en las calles de España: nos quieren encerrados para imponer una dictadura de facto. Se reclama la democracia pero la buena, la de derechas. Un argumento altamente contagioso que amenaza con extenderse con el mismo objetivo de siempre: devolvednos no la libertad, que nunca la han perdido, sino el poder.
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