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La crisis del coronavirus
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El oasis político valenciano en mitad de la pandemia

Un intercambio reciente de tuits amables entre Ximo Puig e Isabel Bonig llegó a emocionarme. Este confinamiento nos ha vuelto muy flojos

Amparo Tórtola
Ximo Puig en una reunión telemática con los portavoces parlamentarios valencianos.
Ximo Puig en una reunión telemática con los portavoces parlamentarios valencianos.GVA (Europa Press)

En su ensayo sobre la convulsión que noqueó al mundo en 2008 –La gran crisis: cambios y consecuencias (2014)- Martin Wolf, el insigne articulista económico del Financial Times, relata la siguiente anécdota: en plena calamidad económica la reina británica Isabel II visitó la London School of Economics, considerada una catedral mundial de la ciencia económica. En sintonía con el perfil que de la soberana británica trazan los guionistas de la serie The Crow -una dama con capacidad para razonar sobre algo más que perros y caballos- la monarca descolocó a sus académicos anfitriones al lanzarles la misma pregunta que millones de ciudadanos en todo el mundo nos hicimos en aquel momento y nos replanteamos ahora: “¿Por qué nadie se dio cuenta?”.

Narra Martin Wolf: “En respuesta a la pregunta de la reina, la Academia Británica convocó un foro el 17 de junio de 2009. Poco después de las deliberaciones, se envió una respuesta a su majestad. En resumen, argumentaba que los grandes fracasos estribaban en no reconocer cuán grandes eran los riesgos para el sistema en su conjunto, lo mala que era la gestión del riesgo, y cuán importante resultaría ser el desastre legado por la crisis.”

Han pasado doce años, pero pregunta y respuesta son pertinentes, adecuadamente adaptadas, a esta triple crisis -sanitaria, económica y política- provocada por la pandemia del Covid-19: no se reconocieron los riesgos, pese a las advertencias de la OMS y el escenario chino; no se gestionaron bien los riesgos y se lanzó al personal sanitario a librar una batalla “sin espadas”, como declaraba días atrás una atribulada enfermera española; y ya nadie cuestiona que el “desastre legado” por la crisis actual será de órdago. Un reciente estudio elaborado por la Cátedra Prospect Comunitat Valenciana 2030, vinculada a la Universidad de Valencia, estima que en España el impacto económico de la pandemia ascenderá a 435.000 millones de euros y conllevará la destrucción de 2,7 millones de puestos de trabajo. Sus autores advierten de que la recuperación no será en forma de “V” y recomiendan a las administraciones intervenciones sectoriales diferenciadas, en función del nivel de afectación, así como un apoyo especial a los trabajadores invisibles, aquellos que trabajan en la economía sumergida y quedan, por tanto, fuera de las prestaciones y ayudas ordinarias. El informe está en sintonía con las previsiones del FMI, cuyos analistas pronostican para el año en curso la mayor recesión conocida desde la Gran Depresión de 1929.

En su libro, Wolf se hace eco de una frase utilizada con frecuencia por el financiero Warren Buffet: “Solo cuando baje la marea se sabrá quién nadaba desnudo”. Nada como una buena crisis para que queden expuestas las flaquezas de los sistemas y de aquellos que elegimos para que nos representen y los defiendan.

Sobre las flaquezas de nuestro sistema sanitario y asistencial basta con repasar la hemeroteca del confinamiento para comprobar que sí, que las cosas deberían haberse hecho mejor antes. No hay mayor símbolo de fragilidad e inoperancia que lo acaecido durante la pandemia en las residencias de la tercera edad, donde han muerto por centenares y languidecen miles de coetáneos de nuestros padres y abuelos.

Las flaquezas de nuestros políticos quedaron retratadas en el pleno celebrado el pasado jueves en el Congreso durante el debate sobre la ampliación temporal del estado de alarma. Más de 15.000 muertos no son cadáveres suficientes para hacerles abandonar las perpetuas trincheras y enarbolar discursos que nos den una tregua a los angustiados ciudadanos.

Sorprende gratamente el oasis político en que ha devenido la Comunidad Valenciana, descontada la crisis entre PSPV-PSOE y Compromís. Seguro que el oasis es un espejismo que se fracturará cuando el ambiente se relaje, las instituciones de debate recuperen su pulso y llegue el momento de hacer balance de los aciertos y fracasos en la gestión autonómica de la crisis. Ximo Puig, presidente del Consell, ha tratado con respeto a los partidos de la oposición y estos, en consonancia, salvo alguna salida de tono prontamente corregida, han respondido con el mismo acento. Un intercambio reciente de tuits amables entre Puig e Isabel Bonig (PP) llegó a emocionarme. Este confinamiento nos ha vuelto muy flojos.

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