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Un Ejército para exterminar el coronavirus

Militares armados de motobombas con lejía y drones para fumigar cultivos luchan por extinguir la pandemia

Miembros de la UME entrando en una residencia de mayores en Leganés (Madrid), el pasado jueves. En vídeo, así trabaja la UME para acabar con la crisis del coronavirus. Vídeo: Víctor Saínz | Luis Almodóvar
Miguel González

A las 7.30, con el termómetro a dos grados y las calles de Madrid desiertas bajo el estado de alarma, el cuartel general de la Unidad Militar de Emergencias (UME), en la base de Torrejón de Ardoz (Madrid), es un hervidero. Las patrullas se afanan en recoger equipos de protección y bolsas con bocadillos, mientras se imparten las últimas instrucciones antes de subir a los vehículos.

Es el día 19 de la Operación Balmis y la primera unidad que salió a la calle cuando se mandó zafarrancho de combate contra la pandemia no levanta el pie del acelerador. “Toda la UME está movilizada. Cada día sacamos a la calle más de mil militares y otros muchos les dan apoyo”, explica el teniente coronel Felipe Ruiz Gómez, jefe de Operaciones. Estamos en temporada baja de incendios, cuando muchos en la UME tomaban vacaciones, pero los permisos se han suspendido hasta nueva orden.

El JOC (Centro de Operaciones Conjuntas) es una instalación crítica. A la entrada, un soldado toma la temperatura y ofrece gel para desinfectar las manos. Los miembros del Estado Mayor guardan distancia física y mantienen turnos separados para evitar que un contagiado pueda contaminar a su relevo. “Tenemos gente aislada, pero es una minoría. Tomamos medidas para protegernos y de momento lo estamos logrando”, afirma el teniente coronel. Fuentes de la UME aseguran que el porcentaje de aislados ronda el 5%, pero que el virus ha llegado de su entorno familiar y social, no a través de la unidad.

El brigada Félix Rodríguez Lozano, jefe del pelotón de transporte, ultima la salida de tres camiones y un jeep sobre los que se han montado cañones nebulizadores. Se diseñaron para eliminar polvo en suspensión de canteras y obras, pero ahora pulverizan un cóctel de agua e hipoclorito de sodio (lejía) al 5% sobre fachadas, accesos de hospitales o viales públicos.

Sus depósitos de 4.000 litros almacenan la misma mezcla que cargan en sus mochilas los 15 militares que manda el teniente Alejandro Cruz Martín, que se enfundan su traje de buzo (gafas, mascarilla, mono y botas impermeables) antes de cruzar el umbral de una residencia de mayores en Leganés.

En el fragor de los primeros días, nadie contó el tiempo que pasaban los soldados expuestos a emanaciones tóxicas en espacios cerrados y muchos se quejaban de jaquecas y náuseas. Ahora limitan las tareas de desinfección a 45 minutos por hora, con un cuarto de hora para airearse.

Es una residencia de cuatro plantas, con 180 camas. El reconocimiento previo indica que puede haber 53 contagiados, pero el teniente Cruz evita confirmarlo. Antes de empezar la desinfección, con ayuda de dos motobombas de las que se usan para combatir incendios, se reubica a los internos, aislando a los que tienen síntomas. La situación del centro, asegura al militar, es aceptable; cuenta con médicos, enfermeros, auxiliares y personal de mantenimiento.

Los ancianos no parecen alarmados por la irrupción de los soldados. Algunos reconocen sus galones de cuando hicieron la mili y uno les regaló incluso la galleta (etiqueta) con su apellido que lució en el uniforme.

Antes de irse, instruyen al personal en la prevención de infecciones: poner en la entrada un trapo con lejía para los zapatos y frotar diariamente pomos, picaportes y todo lo que esté al alcance de la mano. Sus consejos, asegura el teniente, se cumplen a rajatabla y en algunas residencias el aluminio ya blanquea.

Cinco de los militares llevan un mono amarillo, en vez del blanco de sus compañeros, y mascarillas de fieltro. Pertenecen al Grupo de Intervención de Emergencias Tecnológicas y Ambientales (Gietma), preparado para afrontar accidentes químicos o fugas radiactivas. Sus 145 miembros se encargan de las llamadas “zonas rojas”, donde han estado enfermos de coronavirus y para cuya desinfección no basta la lejía y se usan productos más potentes, como peróxido de hidrógeno (agua oxigenada) o sanosil con iones de plata.

“Los más duro es ver el sufrimiento de la gente. Especialmente en las residencias”, explica su jefe, el teniente coronel Antonio Núñez Ortuño. “Todos tenemos padres o abuelos y es fácil identificarse con esos mayores que lo están pasando mal. Algunas residencias están mejor y otras peor, pero la situación es mala en general. Esto ha desbordado a todo el mundo”.

El Gietma asume las tareas más peligrosas. “Quizá lo que más riesgo entraña”, explica Núñez Ortuño, “es el traslado de pacientes y el embolsamiento y preparación de los cadáveres, por la gran carga emocional que conlleva. Tratamos de hacerlo de la forma más digna posible. Y más segura también”.

“Nuestra principal preocupación”, agrega, “es no exponer a nuestras familias. En el trabajo estamos concentrados en lo que hacemos, confiamos mucho en nuestro material, nuestra instrucción y nuestros procedimientos y no percibimos el riesgo pero, cuando llegas a casa, empiezas a pensar que quizá podrían contagiarse tus seres queridos”.

El cabo 1º Javier Santos y el soldado Javier Sánchez acuden al Ayuntamiento y a la Guardia Civil de Becerril de la Sierra (Madrid) para informar de su llegada. Junto a la casa cuartel aparcan su vehículo y despliegan los drones que traen en el maletero. Uno pesa 18 kilos, tiene 45 minutos de autonomía y lleva una cámara óptica y otra térmica. Incorpora un altavoz que puede sobresaltar al imprudente excursionista con una voz llegada del cielo advirtiéndole de que vuelva a casa si no quiere ser sancionado.

El otro dron lo ha prestado una empresa española. Lleva un depósito de 10 litros con insecticida para fumigar cosechas, pero ahora se usa para desinfectar grandes extensiones (hasta dos campos de fútbol) o lugares inaccesibles.

“En los incendios e inundaciones ves el riesgo. El fuego se ve, las casas inundadas se ven, el nerviosismo se palpa. Aquí estamos luchando contra algo que hasta que no nos afecta de lleno no lo vemos”, reflexiona el teniente Cruz. “Esto se está prolongando en el tiempo. Las inundaciones de Murcia fueron 10 días, un incendio cuatro o cinco. Aquí ya llevamos 19. Es una situación a la que no estábamos acostumbrados, ni por medios ni por procedimientos”, reconoce el teniente Cruz.

“Esta es una emergencia que nadie esperaba”, remacha el jefe de Operaciones de la UME, “una situación excepcional a la que nos hemos tenido que ir adaptando”. Sobre la marcha.

La estrategia de ataque a un incendio forestal tiene varias fases. Primero hay que perimetrarlo, contener su avance dentro de unos límites; después estabilizarlo, controlarlo, extinguirlo y al final vigilarlo y enfriarlo para evitar que resurja de sus rescoldos. En la UME saben por experiencia que, una vez frenada la expansión del contagio, solo estará hecho la mitad del trabajo.

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Sobre la firma

Miguel González
Responsable de la información sobre diplomacia y política de defensa, Casa del Rey y Vox en EL PAÍS. Licenciado en Periodismo por la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB) en 1982. Trabajó también en El Noticiero Universal, La Vanguardia y El Periódico de Cataluña. Experto en aprender.

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