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La Costa del Sol ajusta cuentas con los sicarios

La Unidad de Delincuencia y Crimen Organizado crea un grupo de trabajo exclusivo para la resolución de este tipo de crímenes

Nacho Sánchez
Agentes de policía trasladan el cadáver del hombre asesinado en diciembre en Cabopino (Marbella).
Agentes de policía trasladan el cadáver del hombre asesinado en diciembre en Cabopino (Marbella).APZ (EFE)

Más de mil llamadas para saber qué taxista, sin saberlo, trasladó a un sospechoso o un arduo trabajo analizando 100.000 documentos. La Unidad de Droga y Crimen Organizado (Udyco) de la Policía Nacional en Málaga cuenta desde comienzos de 2019 con un grupo dedicado en exclusiva a investigar los ajustes de cuentas de la Costa del Sol. Los resultados demuestran su eficacia: la inmensa mayoría de los ocurridos el año pasado están resueltos. “Nos exigimos mucho, esto es un trabajo sin descanso”, dice uno de estos agentes especializados. Ya hay 16 personas detenidas, la mayoría como autores materiales o intelectuales de los asesinatos.

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The specialized police unit cracking down on hitmen on Spain’s Costa del Sol

El último crimen resuelto se cometió en enero de 2019. Un empresario del ocio marbellí recibió una quincena de disparos cuando llegaba a su casa de madrugada. Dos individuos que le esperaban junto al garaje le tirotearon. Fue el caso que inició un año negro en la Costa del Sol. A finales de febrero, la policía detenía a los dos presuntos sicarios y otros cuatro compinches, todos procedentes de los Países Bajos y pertenecientes a una peligrosa banda. Trabajaban para grandes organizaciones criminales y viajaban allí donde estuviera el objetivo. De hecho, fueron arrestados cuando se dirigían a cometer un nuevo asesinato en España.

Seis asesinatos

El otoño fue especialmente sangriento en la Costa del Sol, con media docena de casos. Uno de ellos ocurrió el 15 de noviembre en la urbanización Andasol, en Marbella. Dos desconocidos tirotearon a dos personas. Una, de 66 años, falleció en el acto. La otra, de 55, sobrevivió gravemente herida. Minutos después, varios miembros del nuevo equipo de la Udyco llegaban al escenario del crimen y comenzaban una “investigación muy compleja”. Los indicios apuntaban a un vuelco —el robo de mercancía o dinero entre narcotraficantes— debido a dos factores: el uso de armas de fuego y los antecedentes de las víctimas. La experiencia hizo a los policías relacionar el suceso con un viejo conocido, un narco español. A los cinco días ya sabían quién eran los presuntos autores, dos rumanos, que fueron detenidos días después en su país. Más tarde, también se arrestó al autor material, asentado en Marbella, así como a la víctima del tiroteo y a su mujer por un supuesto delito de tráfico de drogas.

Estos 11 detenidos se unen al autor de los 14 balazos a quemarropa a un ciudadano búlgaro en octubre. Su cadáver fue encontrado en una cuneta a las afueras de Marbella. Tras el hallazgo, los agentes comenzaron un trabajo que describen como “metódico, ordenado, minucioso, constante y sin horarios”. Peinaron el entorno al milímetro. Y, aunque al principio no encontraron nada, el éxito llegó bastante lejos. Un casquillo localizado a mil metros del cuerpo fue la primera pista que seguir. Diez días más tarde identificaron al asesino, de origen búlgaro. Poco después fue hallado en Alemania, donde lo detuvieron con la ayuda policial germana. Su vehículo fue intervenido y en él se encontraron restos de sangre de la víctima a pesar de que había sido sometido a una exhaustiva limpieza. “La cooperación internacional también es básica”, subrayan fuentes de la Udyco.

Uno de los grandes problemas de este tipo de casos es que “nadie habla”. Incluso los familiares más directos de las víctimas dicen no saber por qué han sido asesinadas ni dejan entrar a los agentes a sus domicilios. Se plantan con su abogado en la puerta y hay poco que hacer. “Y si hay alguna colaboración, es más que probable que sea para despistar”, dicen los policías. A ello se une que los sicarios vienen del extranjero. “Ejecutan y se van”. Se tapan la cara con máscaras o queman el coche en el que han viajado.

La creciente presión policial y las constantes incautaciones de droga han puesto nerviosos a los narcotraficantes, que sufren grandes pérdidas económicas. Ahora, cualquier error se paga caro: se buscan nuevas rutas y se ponen garantías personales. Si la operación sale mal y la droga es aprehendida por la Policía, “alguien debe pagar por ello”, señalan los agentes. Las deudas superan las siete cifras y algunos acaban pagando con la vida.


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