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España reclama medidas urgentes a Bruselas

El país destruye miles de empleos al día desde el estado de alerta; el PIB trimestral cae a ritmos del 12%. Patronales, sindicatos y ‘think tanks’ españoles exigen al Gobierno más contundencia en la UE ante la crisis

Pedro Sánchez, a su llegada a la cumbre de Bruselas, el 12 de diciembre de 2019. En vídeo, el presidente del Gobierno defiende un Plan Marshall articulado desde la Unión Europea.Foto: JULIEN WARNAND | EP

España destruye 100.000 empleos al día en la primera semana de confinamiento, según los datos que maneja el Gobierno. El Ejecutivo decretó el estado de alarma el día 14, sábado; el lunes las empresas empezaron a acudir a las oficinas de empleo, y el jueves se había eliminado ya toda la creación de puestos de trabajo del último año: los 360.000 generados entre febrero de 2019 y el mes pasado, y 50.000 adicionales, aunque este dato aglutina despidos y suspensiones temporales. Son aún muy pocos días y hay que tomar los números con precaución, pero el resto de indicadores apuntan a que esto supone solo el principio. Más allá del terrible impacto de los contagios y las muertes por la Covid-19, se avecina un trimestre del diablo, con la economía en punto muerto. Las estimaciones provisionales, aún cogidas con alfileres, apuntan a caídas del 12% del PIB trimestral. Ese mordisco puede ir a más: España depende de sectores como el automóvil y el turismo, cuyo batacazo puede considerarse sideral. La sanidad está al límite, la economía se tambalea y la respuesta política se enfrenta a un desafío formidable: es “uno de esos momentos de la verdad” para el presidente Pedro Sánchez, según expresa gráficamente uno de sus más estrechos colaboradores.

Tras las vacilaciones iniciales, el Gobierno reaccionó con un plan de choque de 200.000 millones para liquidez y ayudas. Varios países han hecho lo mismo, aunque en conjunto esos planes parecen un montón de remiendos mal cosidos de muchos colores. El BCE despertó de su letargo con un bazuca de 750.000 millones que ha anestesiado los mercados. Pero en ese puzle falta la pieza: la recesión en la UE va a ser del 10% en el escenario negativo, precisó la responsable del BCE, Christine Lagarde, en la última cumbre comunitaria, y ese agujero requiere respuestas genuinamente europeas. Francia e Italia reclaman ya medidas por tierra, mar y aire; Bruselas solo ha dado manga ancha con el déficit y las ayudas de Estado. España va a sumarse a la presión: el Ejecutivo exigirá a la UE una respuesta contundente y rápida, según las fuentes consultadas en La Moncloa, las instituciones europeas y el Eurogrupo.

La sociedad reclama exactamente eso: CEOE, UGT y CC OO, la patronal bancaria, los principales think tanks y economistas de todo el espectro ideológico apremian al Ejecutivo a que reivindique mayor acción de Bruselas, según una docena de voces consultadas por EL PAÍS. Joaquín Almunia, exvicepresidente comunitario, sostiene que esta crisis evidencia “la necesidad de una Europa capaz de reaccionar”. “Los líderes de la UE deben estar a la altura. No hay excusas”, indica.

“España no puede esperar a que la UE rompa su irresponsable inacción”, afirma Antón Costas, del Círculo de Economía. “O Europa reacciona o hasta los más convencidos europeístas veremos este proyecto con una mezcla de decepción y amargura”, ataca José María Roldán, de la patronal bancaria. FAES, el think tank del PP, coincide en que el Gobierno “tiene que presionar”. Pero quizá la voz más contundente sea la del siempre comedido Banco de España: “Hay que mutualizar la deuda”, ha escrito en este diario el gobernador Pablo Hernández de Cos. Hace falta un paraguas europeo para capear el temporal; sin él, la tormenta se convertirá en eurodesencanto.

En 1890, justo antes de una crisis brutal, Rudyard Kipling terminó su primera novela, La luz que se apaga, una historia de amor que publicó con dos versiones: una corta con final feliz que hizo las delicias de su madre y otra extensa de desenlace trágico. En una esquina de Santa María de la Cabeza, en el corazón de Madrid, Miguel Ángel Pérez lleva meses construyendo un cine en el que se ha dejado medio millón, los ahorros de toda la vida más el inevitable crédito. Tenía que levantar la persiana en unos días. Como casi todo lo demás, sus planes están en el aire: “Si la coronacrisis dura un par de meses quizá salgamos adelante. Si dura más, tendré que decir aquello de Michael Corleone: casi me han eliminado”. La luz que se apaga, versión española: final feliz o trágico en función de lo que se alargue la pesadilla, esa es la disyuntiva para toda la economía, con el Gobierno obligado a jugar una mala mano con habilidad.

Hay un consenso transversal sobre la UE: “Europa debe demostrar que sirve para algo o su crisis de legitimidad será brutal”, dispara Unai Sordo, líder de CC OO. Él y su homólogo de UGT, Pepe Álvarez, reclaman protección para los países vulnerables: “El Gobierno tiene que forzar la máquina”, un mensaje compartido en la orilla empresarial: “La Moncloa debe reclamar políticas comunes para reactivar la economía cuando pase lo peor”, afirma Antonio Garamendi, jefe de CEOE.

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Frente a esa extraña unanimidad, en el Gobierno hay dos escuelas de pensamiento que han ido convergiendo. “Los ministerios económicos, con Nadia Calviño y María Jesús Montero a la cabeza, han optado por la idea de que esta es una crisis transitoria; creen que no hay que hacer un esfuerzo excesivo porque el margen fiscal es estrecho y eso alimentaría las expectativas sobre un parón brutal”, explica un secretario de Estado bajo anonimato. José Luis Escrivá, Pablo Iglesias y José Luis Ábalos son más pesimistas y piden mambo: más ambición. Ambas partes limaron diferencias para pactar los 200.000 millones, pero las fisuras van más allá del análisis. “Con Italia nunca, detrás de Italia nunca”, llegó a decir una ministra en una reunión. España no quiere que le perjudique el paralelismo con Italia, pero lo que pide Roma le beneficia.

Y Roma ha movido ficha: reclama que el mecanismo europeo de rescate (Mede), creado tras la Gran Recesión, dispare toda la artillería, 410.000 millones. España va ya en esa línea. El Eurogrupo baraja dos opciones: crear un nuevo instrumento para movilizar recursos, o activar las líneas de créditos de precaución, ya existentes, con una condicionalidad light: circunscrita a que el gasto se destine al impacto del virus. Traducción bastarda: rescates para países vulnerables sin obligación de sacar la tijera de la austeridad.

Respuesta contundente

España es partidaria de esa opción. “Es imprescindible una respuesta europea contundente y veloz, para la semana que entra”, dijo este sábado a EL PAÍS Nadia Calviño. “Lo óptimo sería un coronabono que permita mutualizar deuda. Pero hay que tener algo ya: la Comisión tiene que movilizar recursos del presupuesto, el Banco Europeo de Inversiones tiene que ofrecer garantías y vamos a empujar para activar los fondos del mecanismo de rescate”.

Los analistas llevan días hablando de eurobonos, una especie de anatema en Alemania: “No habrá mutualización [de la deuda] mientras yo viva”, avisó la canciller Angela Merkel hace 10 años. Y Merkel sigue viva y coleando: mantuvo un discreto silencio en la última cumbre cuando apareció esa idea. Holanda, Finlandia y el resto de sospechosos habituales de la ortodoxia avalan esa posición. Pero ni La Haya ni Helsinki ni Berlín están en el ojo del huracán: Madrid es la zona cero de las capitales europeas; Italia, el país más golpeado. Los contagios aumentan en el Norte, pero la presión para esos Gobiernos es mucho menor. El peligro es que las narrativas Norte-Sur empiecen a diferir, como en la Gran Recesión.

El ejército español construye hospitales de campaña con 5.000 camas. El sector turístico da por perdida la Semana Santa, y puede que el verano. Las imágenes de los ataúdes en Bérgamo y de las residencias de mayores en Madrid son perturbadoras: es lógico que el frente sur exija contundencia. “Lo que no es lógico es que Bruselas siga discutiendo en plena supercrisis de la entrada de Macedonia del Norte: o Europa es consciente del estremecimiento que recorren el espinazo del sur o la imagen de Roma ardiendo y los eurócratas tocando la lira va a hacer muchísimo daño”, explican fuentes diplomáticas. “Ante ese panorama tan devastador, el tono de España va a ser mucho más duro en los próximos días”, vaticina un embajador norteño.

Flexibilidad fiscal

El primer paso de la respuesta europea ya está ahí: flexibilidad fiscal en Bruselas y bazuca en Fráncfort. El segundo está cerca: ante el azuloscurocasinegro de las previsiones, Roma y Madrid deberían conseguir la baza del mecanismo de rescate, una especie de mutualización por la puerta de atrás. Puede haber un tercero, si la munición se agota y la crisis sigue: “Solo al borde del abismo Merkel y los halcones permitirían los eurobonos, en parte con razón: si Europa hace demasiado, los populismos van a crecer en el norte; si hace demasiado poco habrá problemas en el sur. Hay que hallar un camino en el medio”, declara una alta fuente europea.

La pelota está en el tejado del presidente. “La duda es si estar a la vanguardia o un paso por detrás, pero con las cifras de contagios y muertos España tiene toda la legitimidad para pedir contundencia”, concluye un asesor de Sánchez. El error fundamental de José Luis Rodríguez Zapatero fue minusvalorar la crisis: Sánchez sabe que no puede permitirse tropezar en la misma piedra.

El coronavirus es una incursión en lo desconocido y a la vez un crescendo desestabilizador: en esos momentos de zozobra se forjaban antes los Robespierre y ahora los archipopulistas. “Las grandes crisis son como las metamorfosis kafkianas: una crisis sanitaria deviene en crisis económica y suele acabar convertida en una cucaracha en forma de crisis política y social”, apunta el economista Paul De Grauwe. “Si no actuamos con rapidez, el euro y la UE pueden estar en peligro”, avisa Federico Steinberg, del Instituto Elcano. “La Unión se la está jugando”, añade Pol Morillas, del think tank barcelonés Cidob. Kipling y sus dos finales, una vez más: si la crisis dura un par de meses y Europa, el BCE y los Gobiernos consiguen alinearse con políticas monetarias y fiscales como las de los anglosajones, estamos a tiempo de un final medianamente feliz. De lo contrario, gana enteros el desenlace trágico: “Cuando la economía se tambalea, la democracia se quiebra”, prevé Charles Kupchan, exasesor de Obama.

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