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En el Piamonte italiano, cerca de Neviglie —un pueblo de 400 habitantes—, estaba la casa donde la aristocrática familia Bona pasaba los veranos. Llevaba tres décadas abandonada. La vegetación la había conquistado y casi sepultado. Así que cuando la estilista italiana Martina Hunglinger y su marido, el fotógrafo danés Mads Mogensen, consiguieron abrir el portón de hierro, lo que encontraron no fue una casa sino un jardín: castaños centenarios, olivos, arbustos convertidos en árboles, hiedra, lirios y un mar de peonías: decenas en todos los colores. Mads y Martina viven hoy en esa casa —que sigue llamándose Casa Bona porque es una buena casa— con sus hijos, Clement y Sofia. Llevan 20 años allí. Y saben que jamás la terminarán. Tras un ejercicio de limpieza y actualización dramática —desde rescatar el agua y la electricidad hasta descubrir las vigas de madera—, llegó la buena vida. Hoy, pavimentos del pasado y castaños conviven con espacios más amplios, un huerto de verduras y una piscina ubicada, lejos de todo pragmatismo, bajo la sombra de esos castaños “por el gusto de contemplar esa imagen medio año”. Con la memoria de la familia Bona sumada a la de la familia Mogensen, esta vivienda materializa la idea de Álvaro Siza de que una casa es una aventura. También un trabajo que no se termina nunca. En la imagen, el salón, con varios rincones, y el comedor ocupan cinco estancias de la antigua vivienda. Junto a la chimenea, la pantalla de hierro es una celosía de la artista amiga Jacqueline Tune. La lámpara de pie es el modelo Costanza, que diseñó Paolo Rizzatto en 1986. El puf de lana es el Rasta, de Paulo Haubert, para Avec Arcade, y el taburete lo construyó un pastor siciliano.
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Más que una maravillosa casona con jardín, esto es un maravilloso jardín con casona

Buscaban una casa y se compraron un jardín. El fotógrafo danés Mads Mogensen y su esposa, la estilista Martina Hunglinger, llevan 20 años arreglando una antigua casona italiana donde residen junto a sus dos hijos.

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