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San Miguel, en la pacífica isla de volcanes, lagos, jardines y termas de las Azores

El archipiélago portugués ha sido un gran secreto desde su hallazgo, cuando se prohibió su aparición en los mapas para evitar el ataque de piratas. Ahora es más accesible que nunca, así que es el mejor momento para animarse a descubrir su isla más grande

Vista de la caldera de Sete Cidades desde el mirador Boca do Inferno, en la isla de San Miguel (Azores).
Vista de la caldera de Sete Cidades desde el mirador Boca do Inferno, en la isla de San Miguel (Azores).Alamy / Cordon Press

Hay una tierra verde en medio del mar de la que los españoles hemos oído hablar desde pequeños cuando nos contaban lo del anticiclón de las Azores, pero a la que muy pocos han llegado. Hasta hace algunos meses, el viaje era una verdadera odisea. Ahora, SATA Azores vuela todo el año desde Barcelona y en verano también desde Bilbao directamente a Ponta Delgada en un cómodo (y bastante económico) vuelo directo.

Las nueve islas del archipiélago de las Azores, pertenecientes a Portugal y, por tanto, parte de la Unión Europea, son las islas de los cuatro elementos. El fuego, el de sus volcanes. La tierra, roja con el azul de las hortensias. El agua, blanca en las cascadas, azul oscuro en las playas negras y marrón y sulfurosa en las termas. Y el aire, el de los vientos que llevaron al Nuevo Mundo. Este paraíso de volcanes, fumarolas, termas, cascadas, jungla tropical, vacas en los prados y lagos color esmeralda ―y hasta avistamiento de ballenas―, está por fin a nuestro alcance. Es el momento de ir ahora que todavía es un secreto bien guardado y antes de que el resto de la humanidad lo descubra.

Los grandes descubrimientos han sido fruto de casualidades. La penicilina se encontró por un olvido, Colón buscaba las Indias, pero descubrió América, y los portugueses se toparon en el siglo XV con un regalo inesperado cuando arribaron a un archipiélago desconocido y deshabitado, con tierra fértil, volcanes y cascadas de agua caliente. Durante años se dio orden de que las islas no aparecieran en los mapas y fueron un secreto que corría de boca a boca entre los capitanes lusos mientras se proveía a mandar colonos y soldados. Lisboa temía que si este territorio se llegaba a conocer sería atacado por los piratas o, peor aún, reclamado por las naciones enemigas. No sucedió así, nadie se atrevía a desviarse demasiado de la ruta en el peligroso y largo viaje en el gran océano, donde cualquier retraso podía significar la muerte.

Las Azores no fueron nunca conquistadas y en las nueve islas nunca ha habido guerra. En este lugar de paz ha crecido una cultura propia. Como las fiestas del Espíritu Santo, que se celebran en verano en todos sus pueblos. Os invitarán al vino de la isla y podréis disfrutar de la generosidad y amabilidad de sus habitantes, poco acostumbrados a los visitantes.

A las Azores las llaman “la Islandia portuguesa” y cuando el avión aterriza en Ponta Delgada sorprende lo vivo de los colores, que tienen matices nuevos en estas islas sin contaminación que son el lugar más al oeste de la Europa Occidental. El verde adquiere dimensiones épicas en la isla de San Miguel, la más grande de las nueve y la protagonista de este viaje.

A ambos lados de las carreteras las hortensias azules nos acompañan. Toda la isla es un jardín y no se sabe quién lo ha plantado. A pocos minutos de Ponta Delgada están las plantaciones de la famosa piña de las Azores, un tipo especial de piña que dicen que es la mejor del mundo y que solo puede encontrarse aquí. Los invernaderos en los que crece son una atracción en sí mismos con sus graciosos remates de madera azul. Después de la visita podemos probar la cerveza de piña, la mermelada o simplemente las rodajas de esta variedad única.

Bañistas en las piscinas naturales de Ponta da Ferraria, en la isla de San Miguel.
Bañistas en las piscinas naturales de Ponta da Ferraria, en la isla de San Miguel.Alamy / Cordon Press

Es de visita obligada la caldera de Sete Cidades. Se trata de dos lagos gemelos, uno verde y otro azul, ubicados en el interior de la caldera de un volcán dormido. Es uno de los lugares más fotografiados de las fotogénicas islas y la mejor manera de visitarlo es subir a cualquiera de los miradores: Miradouro da Grota do Inferno, Miradouro da Vista do Rei y Miradouro do Cerrado das Freiras. Cada uno está a una altura diferente, así que ofrece una vista distinta. Si se tiene tiempo y energía, también es una excelente idea el trekking alrededor de la caldera, ya que la panorámica es espectacular. Los senderos están muy bien indicados y no se necesita un guía, aunque es una buena idea contratar con uno. Hay rutas de dos horas y la más larga son unas cinco horas.

Después de la caminata se puede conducir hasta Ponta da Ferraria para disfrutar de un baño en una piscina natural en las rocas volcánicas. La isla no tiene muchas playas, pero abundan estas piscinas volcánicas en las cuales la temperatura es cálida y constante todo el año. Media hora más en coche y se puede ver la Praia dos Mosteiros, una playa de arena negra que es uno de los mejores lugares de la isla para ver la puesta del sol en las islas del Poniente.

Dirección costa norte

Al día siguiente, partimos en busca de las aguas termales y visitamos el Parque Terra Nostra, un jardín botánico encantado en torno a un gran estanque de aguas sulfurosas y un jardín encantado con estatuas y plantas de todos los continentes, construido por Thomas Hickling, un hombre de negocios americano, en 1775.

Tampoco hay que partir de la isla de San Miguel sin probar el tradicional cozido das Furnas, un guiso de carne y verduras cocinado sobre las chimeneas abiertas del volcán al lado de la Lagoa das Furnas. Aquí las fumarolas, nubes de vapor ardiente del volcán, se escapan como géiseres hasta el cielo. Para admirarlos, nada mejor que subir al Miradouro do Pico do Ferro.

Varios trabajadores extraen una olla de 'cozido das Furnas', uno de los platos estrella de la isla de San Miguel que se cocina a fuego lento en las entrañas del volcán das Furnas.
Varios trabajadores extraen una olla de 'cozido das Furnas', uno de los platos estrella de la isla de San Miguel que se cocina a fuego lento en las entrañas del volcán das Furnas.Alamy / Cordon Press

En la costa norte de San Miguel, y después de una carretera panorámica, espera la plantación de té más antigua de Europa: la Gorreana Tea Factory, más de 38 hectáreas que se pueden descubrir por cuenta propia o con uno de los guías de la fábrica. Después, a disfrutar la degustación de las diferentes variedades de té en la cafetería, con hermosas vistas a unas terrazas que transportan al sudeste asiático. En la zona norte está también el parque natural de Ribeira dos Caldeirões, rodeado de arroyos y cascadas.

Si vamos hacia el este de la isla, encontramos las partes más salvajes y menos turísticas. Después de dos miradores ―Miradouro da Ponta do Sossego y Miradouro da Ponta da Madrugada―, se llega a Praia do Lombo Gordo, una playa de arenas negras con olas altísimas perfecta para el surf y la meditación. En el este está también el Miradouro da Ponta do Arnel, desde el que vemos el faro de Arnel y la inmensidad del océano por el que llegaron los navegantes.

Vista aérea del paisaje y del Miradouro da Ponta do Sossego, en el norte de la isla de San Miguel.
Vista aérea del paisaje y del Miradouro da Ponta do Sossego, en el norte de la isla de San Miguel.Alamy / Cordon Press

Sin duda, San Miguel es una isla para caminarla. Un sendero recomendable es el que parte de Lagoa do Fogo y discurre alrededor de la antigua caldera del volcán entre el bosque y del lago. Si las piernas lo permiten, se puede llegar hasta la cascada Salto do Cabrito y, desde allí, no hay que perderse la Caldeira Velha, dos piscinas termales en medio de una jungla tropical, como las que debieron existir en el Jardín del Edén. Eso sí, hay que pagar una entrada y reservar en temporada alta si queremos bañarnos.

San Miguel es un mundo por descubrir y merece la pena probar sus alojamientos ecológicos y llenos de sorpresas. Uno de ellos es Pico do Refúgio, el refugio para artistas y viajeros que ha construido la fotógrafa española Andrea Santolaya, o el coqueto Santa Barbara, al borde de un acantilado.

Uno se va con ganas de volver pronto para visitar las ocho islas que quedan del reino del Poniente.

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