Descubriendo Panamá: de la capital al Canal pasando por playas caribeñas y selvas tropicales
Los monumentos, restaurantes y hoteles del casco antiguo de Ciudad de Panamá, el fuerte de San Lorenzo y las fortalezas coloniales de Portobelo, una excursión para conocer la etnia emberá y una visita al Canal son los hitos de una completa ruta por el país latinoamericano
Panamá, la nación más joven de Latinoamérica, doble cordón umbilical que une América Central y del Norte con América del Sur, y el océano Atlántico con el Pacífico, es un pequeño país de enormes contrastes y grandes y muy diversos atractivos turísticos. Como pequeños corchos flotantes en la inmensa bahía, un sinnúmero de gigantescos mercantes espera su turno frente al Canal para cambiar de océano; la ciudad recorta su imponente perfil de rascacielos contra un cielo tormentoso; estamos a punto de aterrizar en Panamá. A lo largo de los próximos días visitaremos populares destinos del país y también descubriremos inesperados y remotos lugares.
Empecemos por la capital. El casco antiguo de Panamá y Panamá Viejo son la misma ciudad, pero no son lo mismo. Vayamos del presente al pasado. Ciudad de Panamá es hoy una gran urbe de apretados y elevados rascacielos. El Manhattan latino o el Hong Kong hispanoamericano; un importante centro financiero y una metrópoli moderna, cosmopolita y multirracial, con una gran oferta cultural, en la que destaca el Biomuseo, un museo de historia natural, biodiversidad y cultura panameña, diseñado por el arquitecto Frank Gehry. Su oferta de ocio y gastronomía es igualmente interesante y variada: desde poder disfrutar de la naturaleza en el cercano parque nacional Metropolitano, practicando senderismo, avistamiento de aves o gozando de unas incomparables vistas del skyline de la ciudad, hasta poder saborear la mejor cocina moderna panameña en Maito o degustar cualquier especialidad de la gastronomía tradicional del país, mientras uno se deleita con su folclore, en Sabroso Panamá (preguntar por su dueña, Daniela Melani, conocerla merece la pena).
El casco antiguo es la ciudad colonial que se construyó después de que el pirata Henry Morgan destruyese, en 1671, la primitiva capital de Panamá (hoy Panamá Viejo). Reconocido como patrimonio mundial de la Unesco desde 1997, constituye urbanísticamente un claro ejemplo de población indiana al estar proyectada de forma reticular —orientada hacia los cuatro puntos cardinales—, y teniendo como centro la clásica plaza Mayor española. Como a lo largo del tiempo sufrió repetidos incendios, su configuración actual data de finales del siglo XIX y conserva edificaciones coloniales, neoclásicas, art déco… El casco antiguo de Panamá ha sido gradual y acertadamente restaurado, invitando al visitante a pasearlo tranquilamente, disfrutando de sus monumentos y animada oferta gastronómica y comercial.
Desde siempre, la plaza Mayor, plaza de la Independencia o, popularmente, la plaza Catedral, es el epicentro del casco antiguo y testigo histórico de grandes acontecimientos patrios, como la independencia de España en 1821 y la separación de Colombia en 1913. Aquí hay dos edificios emblemáticos: la catedral basílica Santa María La Antigua, de notable empaque y claro estilo barroco-colonial, y el Central Hotel Panamá —el primero del país—, que a lo largo de sus 150 años de vida alojó grandes viajeros y personalidades, como Theodore Roosevelt. Otros interesantes lugares y monumentos del casco antiguo son la plaza Simón Bolívar, la plaza Herrera, la iglesia de la Merced, la de San José —famosa por su legendario Altar de Oro, un notable retablo barroco revestido de pan de oro—, el Oratorio de San Felipe Neri, la iglesia de San Francisco de Asís, las ruinas del convento de Santo Domingo y del convento de la Compañía de Jesús —que albergó la primera universidad panameña—. Entre los edificios oficiales y civiles destacan el Palacio Bolívar, el Palacio de las Garzas —sede de la Presidencia de la República—, el Teatro Nacional, la Casa Góngora —una de las más antiguas del país—, la Casa Boyacá, Casas Heurtematte, Mansión Calvo, la Casa Art Déco…
En el casco antiguo hay alojamientos y mesas para todo tipo de bolsillos. Entre los hoteles y restaurantes a señalar, además del ya mencionado con su estupendo Bistró Central, es recomendable uno de los últimos y más destacados establecimientos: el hotel La Compañía, construido con exquisito gusto y respeto histórico en el mismo lugar que en su día ocupó el antiguo convento jesuita; conservando restos arquitectónicos y arqueológicos de diferentes épocas, y originando otras tantas alas residenciales y restaurantes temáticos en relación con la estética y la cocina de los distintos países que tuvieron presencia o influencia histórica en Panamá (España, Francia y EE UU). Aunque no se vaya a dormir o a comer resulta aconsejable visitarlo. Otro gran y novísimo hotel es el Sofitel Legend Casco Viejo, ubicado en un emplazamiento privilegiado al borde del Pacífico y con unas insuperables vistas del skyline de Panamá Ciudad. Buenos restaurantes para disfrutar de la cocina panameña y tomarse una copa en el casco antiguo son también Casablanca y Lo que hay.
Por último, hablemos de lo primero, de Panamá Viejo, denominación dada hoy al sitio arqueológico que conserva las ruinas del emplazamiento original de la primera ciudad de Panamá, la fundada por Pedrarias Dávila en 1519 y destruida por el pirata inglés Morgan. En su época de esplendor fue el lugar al que llegaba el oro del Perú, que después de cruzar el istmo, y cambiar de océano, era enviado a España. Entre sus ruinas conserva la vieja torre de la antigua iglesia-catedral. La amplia área que ocupan los restos de la primitiva Panamá merece, sin duda, una visita.
Fortalezas coloniales y playas caribeñas
“En un solo día conté 200 mulas cargadas con plata y oro… las pilas de lingotes de plata se amontonaban como piedras en las calles… En pocos días se cargó todo en una flota de ocho galeones y diez barcos mercantes”. Así describía el clérigo inglés Thomas Gage en 1637 el increíble espectáculo que presenció en las calles de Portobelo. Años antes, Bartolomé de las Casas había escrito algo parecido refiriéndose al enorme movimiento de metales preciosos que tenía lugar en el puerto de Nombre de Dios: “De allí se embarcaba para España, venida de Perú, la nunca vista, ni oída, ni aun soñada, enorme cantidad de oro”.
A lo largo de casi tres siglos, el Camino Real y el de Cruces, que unían la vieja ciudad de Panamá —en el Pacífico— con el Caribe, fueron en época colonial las rutas por las que más riquezas transitaron en el mundo. La conocida como Armada del Mar del Sur, creada por la Corona Española, se encargaba de proteger las ingentes cantidades de oro, plata y piedras preciosas que, provenientes del virreinato del Perú, llegaban regularmente a Panamá Viejo. Desde allí, los inmensos tesoros continuaban su viaje hasta alcanzar en la costa atlántica los puertos de Nombre de Dios, primero, y de Portobelo después; lugares desde los que la Flota de Indias finalmente hacía llegar los preciados cargamentos a España.
Para proteger de la codiciosa piratería inglesa la circulación de tanto tesoro, España levantó diferentes fortificaciones en puntos clave de las rutas comerciales que cruzaban el istmo. Una de ellas fue el fuerte de San Lorenzo sito en lo alto de un elevado acantilado que domina la desembocadura del río Chagres en el Caribe. La plaza fuerte, mandada construir por Felipe II, fue proyectada por el experto ingeniero Bautista Antonelli. A lo largo de los siglos el lugar sufrió diferentes ataques por corsarios y marinos británicos (Francis Drake, en 1596; Henry Morgan, en 1671; Edward Vernon, en 1740). La obligada visita permitirá al viajero disfrutar de unas vistas espectaculares sobre la selva, el río y el océano, así como conocer un magnífico ejemplo de arquitectura defensiva militar.
Desde Panamá Viejo, en el Pacífico, hasta los puertos atlánticos o caribeños se podían seguir en época colonial los dos caminos mencionados: uno por vía terrestre (Camino Real) y otro por vía terrestre, fluvial y marítima (Camino de Cruces). Ambos conducían hasta la ciudad de Nombre de Dios y, más tarde, hasta la de Portobelo. Como la ciudad de Portobelo reunía mejores condiciones que Nombre de Dios para organizar la defensa del enclave, con el paso del tiempo toda la actividad comercial se centró en la primera. Por ello, Portobelo conserva restos de varias fortificaciones que protegían su bahía y su puerto natural, siendo las más importantes el fuerte de San Jerónimo, el fuerte de San Fernando y el fuerte de Santiago. Todos estos recintos defensivos, a diferencia del de San Lorenzo, están todavía esperando su merecida restauración. No obstante, a la puesta de sol, sus viejos sillares —buena parte de ellos de piedra de coral— y los muchos cañones diseminados a la vera de sus muros aseguran una muy estimulante y evocadora experiencia. Las fortificaciones de Portobelo están también declaradas patrimonio de la Unesco desde 1980.
El que sí está recién restaurado es el espléndido e histórico edificio renacentista de la Real Aduana, construido en 1630, y sede en su día del control del comercio transoceánico colonial. La iglesia de San Felipe, que alberga el famoso y venerado Cristo Negro de Portobelo, es otra de las paradas obligadas. Deambulando por la ciudad y echándole algo de fantasía, uno puede imaginar el frenético y caótico ajetreo que viviría la ciudad en el mes o mes y medio que duraba la feria tras arribar la Flota de Indias con productos de la Península, y llegar desde Panamá Viejo a la gigantesca recua de mulas cargadas con toda clase de riquezas y mercancías exóticas. Si haces un alto para tomar algo, un buen sitio para comer, y con magnífica terraza frente al mar, es El Castillo. Y para alojarse, sin duda, Casa Congo, donde también se come estupendamente.
Los alrededores de Portobelo ofrecen cantidad de oportunidades para realizar caminatas en los cercanos parques naturales o disfrutar de las paradisíacas aguas y rincones caribeños repartidos por todo el litoral de la zona. Un buen plan puede ser recorrer en lancha la costa en dirección a Isla Grande, donde hacer noche en el Hotel Candy Rose o en el Bananas Village. Pero antes, y a lo largo del día, hay que procurar sacarle todo el partido a la jornada, navegando entre manglares, dándose un chapuzón, tomando el sol o haciendo esnórquel en alguna de las muchas calas o parajes acuáticos que se encuentran en el recorrido. Es buena idea comer en el pequeño poblado costero de Cacique; allí se puede elegir entre varios sitios, aunque tomarse unos camarones y un pescado frito con patacones en el pequeño restaurante caribeño de Margarita no decepcionará. Ella lo hace todo: cocina, sirve las cuatro mesas que tiene y regalará todo su encantó personal.
Selvas tropicales y paraísos perdidos
Llegar a Playa Muerto no es fácil ni rápido. Primero, desde Panamá Ciudad hay que hacer cinco o seis horas de coche por carreteras no muy buenas, y, después, desde Puerto Quimba, tres horas más en lancha rápida recorriendo el río Iglesia, bordeando la costa del Pacífico hasta llegar, por fin, al extremo nororiental del parque nacional del Darién —Reserva de la Biosfera y patrimonio mundial—, donde en un recóndito lugar, al que no se puede acceder más que por mar, se halla un pequeño paraíso perdido difícil de creer. Y un poblado de gentes de la etnia emberá con una forma de vida tan en armonía y estrecha relación con la naturaleza que parecen de otro tiempo. Una comunidad indígena naturalmente conservacionista; celosa de preservar su identidad cultural, sus tradiciones, su entorno y, además, de una llamativa afabilidad, no en vano emberá significa “hombre bueno”. Apartados del mundo, al borde de la selva y de una salvaje y paradisíaca playa repleta de palmeras, viven en sus palafitos 200 miembros de este peculiar grupo humano, cultivando todo lo que necesitan (plátano, yuca, arroz, maíz, café…) y pescando todo lo que les hace falta, bien en la desembocadura del río Jesús o en el Mar del Sur que Vasco Núñez de Balboa divisó no muy lejos de allí. Los emberá tienen su propio idioma, se adornan y pintan el cuerpo vistosamente y, aunque no son ajenos a ciertos adelantos y comodidades de la sociedad moderna, perseveran en mantener vivos sus ritos y costumbres ancestrales. Las mujeres, por ejemplo, suelen ir con los senos al aire, cocinan directamente sobre el fuego de leña y sirven los alimentos y bebidas en cuencos y recipientes obtenidos a partir de la cáscara endurecida y labrada del calabazo (una especie de fruto grande parecido al coco).
Playa Muerto es un destino perfecto para aquellos viajeros deseosos de vivir experiencias en íntimo contacto con la naturaleza más intacta y exuberante; durmiendo, comiendo y viviendo como lo hacen los nativos del lugar. Hoy por hoy los escasos visitantes que se aventuran a llegar aquí o bien son pasajeros de algún pequeño crucero que alcanzan en zódiac la playa y pasan un rato con la comunidad aborigen o pequeños grupos que se adentran en la selva para explorarla y hacer rutas de varios días en su interior, teniendo como base el poblado emberá. Practicar en estos privilegiados entornos trekkig, hiking, observación de aves (especialmente la emblemática águila arpía), localizar huellas o ejemplares de jaguar, puma… es posible, pero son muy pocas las organizaciones locales que lo ofrecen; entre las más profesionales y recomendables están Ecotour Darien y Dynamo Travel. Sus respectivos responsables, Erasmo de León y Gustavo Zevallos, además de ser los personajes más autorizados de la zona para introducirte y hacerte disfrutar de la flora y fauna del ecosistema prácticamente virgen del Darién, están ayudando a la población nativa de Playa Muerto —junto con la Autoridad de Turismo de Panamá— a mantener su cultura proporcionándoles los recursos necesarios, y creándoles las oportunidades adecuadas para que su comunidad pueda disfrutar de un desarrollo sostenible. A todo ello se suma que, en la época apropiada, en Playa Muerto, pueden verse también ballenas y la puesta de huevos de varias especies de tortugas.
Y, por supuesto, el Canal
Según Jerónimo Welchs, experto guía del principal operador turístico panameño —Aventuras 2000—, nadie que visite Panamá debería irse del país sin conocer el Canal. Fue el emperador Carlos V el primero que, en 1534, mandó estudiar la posibilidad de construir un canal en Panamá que uniera el Atlántico con el Pacífico por la parte más estrecha (82 kilómetros) del istmo panameño. Pero hubo que esperar hasta 1880 para que el ingeniero francés Ferdinand de Lesseps intentase llevar a cabo el proyecto. Tras más de ocho años, y 20.000 trabajadores fallecidos, se suspendieron las obras hasta que fueron retomadas por EE UU, que concluyó el canal en 1914. Desde entonces, ha seguido y sigue funcionando con normalidad; aunque para permitir que barcos más grandes también pudieran cruzarlo, en 2006 se decidió crear prácticamente un segundo canal, con nuevas esclusas más anchas, más largas y más profundas, que fueron inauguradas en 2016. Hoy el Canal de Panamá sigue siendo una de las principales fuentes de ingresos del país (el 6,8% del PIB), representando el 6% del transporte comercial del mundo.
Esta impresionante obra de ingeniería moderna, y también la maniobra de paso de algún gran buque de carga desde el lago Gatún al océano Atlántico, pueden contemplarse desde el Centro de Visitantes de Agua Clara, donde también se puede disfrutar de una ilustrativa producción audiovisual que da a conocer todo tipo de detalles sobre el lugar: historia, función del lago artificial Gatún, biodiversidad del entorno, operativa de las esclusas, número y tipos de barcos que cruzan al día, precios que se pagan… Mas cerca de Ciudad de Panamá también es posible conocer todo lo relativo al Canal —desde el lado del Pacífico— en el Centro de Visitantes de Miraflores.
Como, entre otras cosas, intenta transmitir el eslogan de turístico del país, en Panamá hay muchas cosas que vivir; las que hemos contado y otras muchas por descubrir: “Panamá vive por más”.
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