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Puerto Morelos, el placer de la calma también se puede vivir en la Riviera Maya

El Caribe se asocia a frenesí y algarabía, pero siempre hay excepciones. A 30 kilómetros de Cancún, en esta localidad se congregan hoteles con estilo de antiguas posadas, manglares, arrecifes y cenotes donde bañarse

Vista aérea de Puerto Morelos, en el Estado mexicano de Quintana Roo.
Vista aérea de Puerto Morelos, en el Estado mexicano de Quintana Roo.Mardoz (Getty Images/iStockphoto)

El Caribe se asocia a frenesí y algarabía, pero siempre hay excepciones. En Puerto Morelos, una pequeña localidad del Estado mexicano de Quintana Roo, el viajero aprecia enseguida la quietud y la calidad del silencio. Eso es casi total de noche y de muy aceptable nivel de día, dado que el mayor barullo es el que arman los pelícanos en el muelle. El mar llega muy manso a la playa urbana tras superar el arrecife. Palabras mayores tratándose del Gran Arrecife Maya, parte del Sistema Arrecifal Mesoamericano, la segunda barrera coralina más grande del mundo tras la australiana. Es como una gran corona de coral que ciñe Yucatán (México) y los países de Belice, Guatemala y Honduras. Un mundo donde nunca vociferan los peces salvo con sus encendidos colores. Todo lo cual empieza a 500 metros escasos de la playa.

Pero Puerto Morelos, con sus aproximadamente 30.000 habitantes, no es un lugar tan perdido o recóndito de la Riviera Maya. El aeropuerto internacional de Cancún dista una treintena de kilómetros y esa ciudad, creada a partir de 1971, ya ha superado el millón de habitantes. Por el otro lado, Puerto Morelos confina con Puerto del Carmen, otro enclave turístico de la Riviera Maya lleno de animación y de ferris para escapar hacia Cozumel y otras islas del Caribe mexicano.

Puerto Morelos se ha quedado en medio, sin aglomeraciones y con pescado fresco abastecido por su pequeña pero eficiente flora pesquera. Mientras, en su cenefa terrestre resiste el manglar salvado de la voracidad constructora. La zona de manglares está protegida y, a su vez, defiende el arrecife. Ahí salen los llamados “ojos de agua”, con sus chorros salobres, fomentando remolinos y biodiversidad. Un acicate más de esta zona declarada parque nacional Arrecife de Puerto Morelos.

Interior del restaurante Punta Corcho, en la localidad mexicana de Puerto Morelos.
Interior del restaurante Punta Corcho, en la localidad mexicana de Puerto Morelos. @SHOTDCF

No es poco: manglar, playa y arrecife. Y su fauna consiguiente, pues aún quedan caimanes entre los mangles. Y, por supuesto, las maravillas del Caribe están al alcance de los submarinistas y de los aficionados al esnórquel. Los peces saludan sin dar gritos, como las rayas que vuelan, o los tiburones nodriza, que aquí tienen reputación de no mordedores, aunque nunca se sabe. Los calamares sí que acabarán adentellados por peces y humanos, aunque aquí en el parque son más bien para ser vistos, como las langostas bailarinas. Mientras, las gorgonias de tonos violeta son como palmas que extienden sus anchos dedos para peinar la corriente marina, o abanicarla de caliente como está. Y, claro, ese pez trapezoidal, de color cambiante y hocico de perro, tiene unos ojos tan listos que solo los puedes ver segundos antes de que él se esfume. El boquinete solo se deja pescar con arpón y gracias por permitir que luego probemos fritas sus tersas carnes blancas en alguno de los restaurantes playeros de Puerto Morelos. Otro día igual hay huachinango, un pargo de carne rojiza, y con más suerte uno se marcaría un filete de mero o de dorado. La cerveza suele llevar en su gollete una rodaja de limón.

El faro inclinado de la playa de Puerto Morelos.
El faro inclinado de la playa de Puerto Morelos. Alamy Stock Photo

En sus afueras, Puerto Morelos no se priva de unos pocos y espaciados resorts de todo incluido. Pero en su casco urbano se encuentran hoteles con estilo de antiguas posadas, cómodas y asequibles. También sorprende en medio del breve Paseo Marítimo toparse con el Faro Inclinado. Construido en 1946, sobrevivió a los embates del huracán Beulah que arrasó esta costa en 1967. Contra todo pronóstico, el faro, con cimientos en la propia arena, no se vino abajo. Se quedó como un corpulento Quasimodo de 10 metros de altura, corcovado, pero ágil y arrogante a su modo. A efectos prácticos se construyó después otro faro, a pocos metros del primero, en suelo más firme, y es el que funciona avisando a los barcos de los escollos.

Después de todo, este pueblo tiene el puerto más veterano de Quintana Roo. Se remonta a 1898, cuando se llamaba a este lugar Punta Corcho. Desde aquí se exportaba esa corteza, y la valiosa fibra del henequén y vainas de vainilla. Cultivos arrancados a la selva yucateca.

Un basilisco marrón (’Basiliscus vittatus’) en el Jardín Botánico Dr. Alfredo Barrera Marín.
Un basilisco marrón (’Basiliscus vittatus’) en el Jardín Botánico Dr. Alfredo Barrera Marín. Alamy Stock Photo

Una manera útil de entender lo que fue esa selva es visitando el Jardín Botánico, llamado Dr. Alfredo Barrera Marín en homenaje a ese etnobotánico mexicano, especialista en el mundo natural de los mayas y náhuatles. El jardín tiene 65 hectáreas y destaca su parte dedicada a una cincuentena de plantas medicinales usadas por los indígenas. Entretanto, el visitante quizás sea observado por los monos araña o interpelado en silencio por las iguanas.

Aquí tampoco faltan los cenotes. Por la conocida como Ruta de los Cenotes se pueden visitar decenas de ellos. En muchos ya proponen tirolinas, y conducir quads, y por fin darse un baño en esas cuevas, casi superficiales, y a veces sin techo, que sirvieron de santuarios a los antiguos mayas. Y donde siempre revigoriza su agua dulce y fresca. Dos cenotes en concreto a tener muy en cuenta: Las Mojarras, por sus dimensiones (tiene 67 metros de diámetro), y Ha’ —significa agua en maya— por su naturaleza (lirios y murciélagos).

Una de las atracciones acuáticas de la Ruta de los Cenotes.
Una de las atracciones acuáticas de la Ruta de los Cenotes. Alamy Stock Photo

La estación de las lluvias va de mayo a septiembre. Otra cosa es el imprevisto ritmo del cambio climático. Pero lo que no suele fallar es la aparición de sargazos desde abril hasta agosto. Se han de limpiar las playas con tractores, pero lo peor de esas macroalgas es la densa manta flotante que dificulta la entrada en el mar desde la orilla. A menudo los sargazos extienden sus propias barreras por decenas de metros. Por supuesto, aquí se dista mucho del famoso Mar de los Sargazos, “el terror de los antiguos navegantes”, como escribió Lévi-Strauss en su iniciático Tristes trópicos. El Mar de los Sargazos fue también para el gran etnólogo como su bautismo de una extraña América, la del silencio, la calma chicha, el viento negado, tras atravesar el azul del Atlántico, tan lleno de vida. El joven Lévi-Strauss no perdía detalle, ni siquiera de las flotillas de nautilos que navegaban sacando sus membranas de color malva como si fuesen velas.

Los sargazos flotan con sus vejigas vegetales y se recogen por toneladas en la playa. Muchos bañistas optan por la piscina. Pero el Caribe, limpio de velos, y colmado de silencios, empieza en el cercano arrecife.

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