Descubriendo el Grand-Hornu, un viaje a la edad de oro del carbón en Bélgica
Distinguido por la Unesco, este sitio minero recuerda la época en la que la hulla hizo de la Valonia belga la cuarta región industrial del mundo
Es una gran elipse, de unos 140 metros de largo. La rodea un armónico edificio circular de ladrillos rojos, con arcadas sucesivas de estilo neoclásico. El césped impecable que tapiza el centro impregna el conjunto de una sensación de quietud. ¡Quietud, por lo menos, a día de hoy! Pero no siempre fue así: un pequeño esfuerzo de imaginación basta al visitante para visualizar Grand-Hornu en su esplendor, cuando estaba lleno de ruidos, de humo, de agitación, de escombros, de chatarra oxidada. Fue hace unos dos siglos, cuando este sitio era uno de los centros de producción de carbón más activos de Europa.
La región belga de Valonia era entonces nada menos que la cuarta zona industrial del mundo, y es desde aquí que se extendió a toda la Europa continental la revolución industrial llegada de Inglaterra. Un pasado de gloria que la Unesco homenajeó al incluir en julio de 2012 este sitio, junto a otras tres explotaciones mineras de la zona, en su lista de patrimonio mundial. Una rehabilitación póstuma para este carbón que hizo sucesivamente la riqueza y, tras su agotamiento, la ruina del Borinage, región al oeste de la ciudad de Mons, en el sur de Bélgica, que no supo reconvertirse a tiempo.
Visitar hoy el Grand-Hornu es leer una página de la historia de Europa. La escrita por el promotor y alma del sitio, Henri De Gorge, un industrial de origen francés que quiso implementar aquí un capitalismo de rostro humano, algo infrecuente en esa época. Nacido en 1774, viajó a lo que es hoy Bélgica como encargado de la intendencia en el seno de las tropas de Napoleón. Aprovechó para comprar aquí dos pequeñas minas más bien decaídas, convencido de que las perspectivas de futuro eran boyantes: las vetas eran muy productivas, y Napoleón había hecho abrir un canal entre Mons y la ciudad francesa de Condé para facilitar las exportaciones. La apuesta fue acertada: entre la llegada del francés y el momento del apogeo, la producción del Grand-Hornu se multiplicó por ¡120! Pero las preocupaciones sociales fueron la aportación más original de De Gorge. Su modelo algo paternalista no era del todo desinteresado: el hombre estaba convencido de que un obrero contento producía más y mejor. Para atraer hacia las minas de carbón una mano de obra hasta entonces campesina, hizo construir nada menos que 440 pequeñas casas, sin duda más confortables que las chozas miserables (estas que pintó Vincent van Gogh cuando vivió en el Borinage) en las que sobrevivían los lugareños. El alquiler semanal correspondía a la paga de un día de trabajo. Esta especie de falansterio sigue hoy en pie: se accede todavía al Grand-Hornu a través de unas calles rectilíneas de casas iguales, con estructuras estrictamente idénticas aunque los dueños han singularizado las fachadas. De Gorge hizo también construir un consultorio médico (gratis para los obreros), una escuela (obligatoria para niños y niñas hasta los 12 años), una biblioteca, una sala de espectáculos. También creó aquí el primer ferrocarril de Bélgica, aunque todavía de tracción animal.
Un palacio entre revueltas
Nacido del maná del carbón, el Grand-Hornu se diversificó rápidamente: metalurgia, fabricación de herramientas, máquinas e incluso locomotoras. Pero algunos tropiezos empezaron a empañar el panorama: una violenta revuelta instigada por los carreteros que temían la competencia del ferrocarril provocó dos muertos en 1830. De Gorge, que escapó por los pelos, se obsesionó con la seguridad y la vigilancia, y el ambiente se resintió. Se le empezó también a subir el éxito a la cabeza: se hizo construir en el centro de la explotación un opulento palacio, que no llegó, sin embargo, a estrenar, ya que murió de cólera a los 58 años.
Tras la desaparición de su fundador, el sitio minero se mantuvo activo todavía durante más de un siglo. Pero el agotamiento de las vetas tras siglos de explotación y la nueva competencia europea que instauró la Comunidad Europea del Carbón y el Acero (CECA) a partir de los años cincuenta acabaron matando el Grand-Hornu, que cerró sus puertas en 1954. Entre 1950 y 1984, otras 50 explotaciones de la región hicieron lo mismo, hundiendo el Borinage en una terrible crisis.
Pero esta historia no termina allí. Durante décadas, el sitio estuvo abandonado, y los lugareños aprovechaban para venir a abastecerse aquí de ladrillos o chatarra. El golpe final podría haber llegado en 1969, cuando se decidió arrasar el sitio para construir el aparcamiento de un supermercado. Pero la campaña incansable de un arquitecto ilustrado, Henri Guchez, decidido a salvar este testimonio único de la historia de la región, tuvo finalmente éxito: apoyado por varios artistas, como el cantante Jacques Brel, Guchez se hizo en 1969 (¡por el equivalente de un euro!) con lo que quedaba de las construcciones. Y el reconocimiento por parte de la Unesco, cerca de medio siglo después, vino a consagrar definitivamente la gesta de este arquitecto que fue, él también y a su manera, otro visionario.
Información práctica
- Dirección Grand-Hornu: Rue Sainte-Louise, 82. Hornu (cid-grand-hornu.be/). El sitio minero se encuentra a 13 kilómetros de Mons, al sur de Bélgica. Los autobuses 7 y 9 salen hacia allí desde la estación de ferrocarriles de la ciudad.
- Horario: de martes a domingo, de 10.00 a 18.00 (entrada, 10 euros). Las autoridades provinciales han añadido a este enclave minero reflejo del pasado (¡una paradoja!) un centro de diseño e innovación ultramoderno, el CID.
- Visita guiada: hay una excelente visita guiada diaria, a las 11.00, en francés. Un guía muy recomendable es Filip Depuydt (filip.depuydt@netc.eu).
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