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A Ibiza también se va a caminar

Cuatro sencillas rutas senderistas entre densos pinares, higueras y calas recónditas para adentrarse por los paisajes de la mayor de las Pitiusas

Paisaje visto desde lo alto de Sa Talaia, el punto más alto de Ibiza.
Paisaje visto desde lo alto de Sa Talaia, el punto más alto de Ibiza.mauritius images (Alamy)
Nacho Sánchez

En Ibiza el campo tiene aroma a sal. El escaso desnivel de la isla balear invita a caminatas sencillas entre higueras y almendros, torrentes y valles, aljibes y bancales. Paseos en los que es posible encontrar esos paisajes de interior que visitó Walter Benjamin en los años treinta del siglo pasado. “Los más vírgenes que he visto en tierras habitables”, aseguraba el filósofo y ensayista alemán. De su afición al senderismo surgió un relato, Al Sol, pero también la certeza de que la naturaleza, la cultura y la historia se daban la mano en cualquier recorrido por este territorio. Un siglo después, la mayor de las Pitiusas mantiene alguna de aquellas vistas a las que el feroz urbanismo todavía no ha contaminado. Se pueden conocer gracias a un puñado de rutas senderistas. La mayoría discurren por densos pinares con vistas al Mediterráneo que, a veces, incluyen paradas en calas recónditas. Un chapuzón fuera de temporada también es posible.

Es Caló de s’Illa

Un camino destrozado parece la última opción para descubrir los secretos de Ibiza. Lleno de baches y sin indicaciones, se trata de una vieja pista forestal a pocos metros de la playa de Benirrás y se adentra en un paraje inquietantemente silencioso. En el bosque, el aire mece las copas de los pinos hasta crear un sonido similar al de las olas del mar, que aquí se pierde de vista durante un rato. Hay que ascender unos 20 minutos para otearlo en el horizonte desde un joven pinar repoblado tras el incendio de 2010. A lo lejos se ve también el destino del paseo: la punta de levante, a cuyos pies se esconde Es Caló de s’Illa, una de las calas más pequeñas y alejadas de la civilización de la isla. Hasta llegar allí, el sendero se estrecha para zigzaguear en tierras arenosas y, finalmente, adentrarse en un cauce de adelfas y zanahorias silvestres. Este es uno de los baños más solitarios de toda Ibiza, así que incluso en otoño merece la pena. Son apenas 3,5 kilómetros que se pueden recorrer de vuelta o, por qué no, lanzarse a una ruta circular entre casas de ensueño y un paisaje típico mediterráneo para volver a Benirrás ocho kilómetros después.

La parroquia de Sant Josep de Sa Talaia.
La parroquia de Sant Josep de Sa Talaia.MELBA PHOTO (alamy)

Sa Talaia

A 475 metros sobre el nivel del mar, Sa Talaia es el punto más alto de Ibiza. Su ascensión, cómoda, resume lo que ofrece el interior de la isla. Las lagartijas corretean junto a los viejos muros y entre las pequeñas plantas de tomillo que aromatizan el entorno. Hay higueras de sorprendentes formas y olivos que dan la impresión de llevar ahí unos cuantos siglos. También pequeñas huertas y un pinar con vistas al lejano islote de Es Vedrà. La ruta parte de una callejuela empedrada en la zona oeste de Sant Josep de Sa Talaia, muy cerca de la parroquia que da nombre al pueblo. La subida es constante pero suave, alternando entre senderos y pistas forestales al sur de la cumbre, que se rodea hasta alcanzarla siguiendo la ruta oficial, aunque también hay alternativas más directas. La bajada es más tranquila y permite, incluso, una escapada a la capilla de Ses Roques Altes, construida en los años setenta en honor a las 104 víctimas mortales de un accidente de aviación.

El faro des Moscarter, en la isla de Ibiza.
El faro des Moscarter, en la isla de Ibiza.L. Apolli (getty images)

Faro des Moscarter

Es difícil describir las sensaciones a los pies de un faro que se levanta 52 metros del suelo. Con destellos aislados cada cinco segundos, el faro des Moscarter marea con sus bandas helicoidales blancas y negras. Es el más alto de las Baleares y se levanta sobre unos acantilados junto a un bosque de retorcidas sabinas. La excursión hasta él es sencilla. Nace en la cala de Portinatx y pasea por un terreno rocoso bordeando el Mediterráneo, con algún que otro sobresalto para quienes sufran de vértigo. Es una corta caminata de apenas kilómetro y medio que continúa después hacia el este hasta la Punta des Gat y, ya hacia el sur, se dirige hasta abrirse a la singular cala d’en Serra. Ahí, el sendero se bifurca: una carretera que vuelve hacia Porti­natx (recorriendo un total de seis kilómetros) y una pista que baja hasta la playa y engancha con otra senda que rodea un poco más la zona, hasta volver al punto de partida completando una jornada de 12 kilómetros. El restaurante El Puerto (971 32 07 76) y el del hotel Los Enamorados son dos excelentes ideas para retomar fuerzas.

Es Portitxol

Desde la cala de Portinatx hay unas pequeñas embarcaciones que realizan una bonita travesía hasta la cala de Es Portitxol, rincón de aguas transparentes alejado de la civilización. El sabor de boca al descubrirla es mucho mejor si se llega desde tierra y tras el esfuerzo de una caminata. “Aquí se viene a experimentar la Ibiza rural, la de sus valerosos vecinos, mitad agricultores y mitad pescadores; la Ibiza luchadora y tenaz, la que logró subsistir a pesar de los ataques piratas y de las inconveniencias del paisaje”, anima Miguel Ángel Álvarez en su guía Todas las playas de Ibiza. Para encontrarla no hay más que dirigirse hasta Sant Miquel de Balansat, tomar dirección a Sant Mateu y seguir las indicaciones hasta la urbanización Isla Blanca, donde la carretera muere en un gran aparcamiento. Varias señales indican desde ahí el camino, que discurre inicialmente entre una vegetación densa, con grandes zarzas de moras silvestres. En el trayecto, preciosas vistas al mar, viejas caleras, eras y antiguas terrazas con higueras. Dos kilómetros después, la cala se extiende como un pequeño lago turquesa abierto al mar. La ruta se puede hacer circular, salvando el imponente desnivel de la montaña hasta el punto de partida. Momento de saborear las pizzas y los montaditos de Can Sulayetas (971 33 45 67), uno de esos rincones que aún guardan la esencia de una isla que agradece recorrerla a pie.

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