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Mucho que andar y esquiar a la sombra del Mont Blanc

La región alpina de la Saboya francesa ofrece inmensos lagos de origen glaciar, pueblos medievales, reservas naturales con una rica variedad de flora y fauna y las montañas más espectaculares de Europa

Una alpinista salta sobre una grieta del glaciar Mer de Glace, en la ladera norte del Mont Blanc.
Una alpinista salta sobre una grieta del glaciar Mer de Glace, en la ladera norte del Mont Blanc.

Los departamentos franceses de Saboya y Alta Saboya, en la región de Ródano-Alpes (en el Este del país), figuran en las listas de los destinos preferidos por los amantes del senderismo y del esquí. Aquí están las más famosas pistas de los Alpes franceses, como Courchevel, Val Thorens, Tarentaise o Portes du Soleil; sin olvidar el encantador valle de Chamonix. Pero por encima de cualquier otro atractivo se proyecta la poderosa silueta del macizo del Mont Blanc, el techo de Europa occidental con sus 4.810 metros de altitud. Con tres inmensos lagos naturales —Bourget, Leman y Annecy— esta región alpina fronteriza con Suiza e Italia atesora un magnífico patrimonio que se deja ver en pueblos medievales, en los cascos históricos de sus ciudades y en las numerosas iglesias barrocas diseminadas por la zona. El antiguo territorio feudal del extinto Ducado de Saboya (1416-1847), que en su día fue la casa real más longeva del Viejo Continente, ofrece un territorio óptimo para disfrutar —tanto en invierno como en verano, aprovechando el deshielo— con multitud de actividades al aire libre. Aquí destacamos 22 experiencias para sacarle todo el jugo. Pero hay muchas más.

Dos excursionistas atraviesan el valle de Chaviere camino de la montaña de la Grande Casse, en el parque nacional de la Vanoise, en los Alpes franceses.
Dos excursionistas atraviesan el valle de Chaviere camino de la montaña de la Grande Casse, en el parque nacional de la Vanoise, en los Alpes franceses.andia (getty images)

1. Senderismo por el parque nacional de la Vanoise

Con sus impresionantes cumbres, el parque nacional de la Vanoise está cincelado por valles profundos que representan uno de los mejores escenarios europeos para practicar senderismo. Desde cualquiera de sus numerosos accesos, siendo los más comunes las localidades de Tarentaise y Maurienne, se despliegan más de 600 kilómetros de senderos señalizados para caminar por paisajes increíbles.

Cuando queda poco para que cumpla los 60 años, la Vanoise es el parque más antiguo de Francia y comparte 14 kilómetros de frontera con su hermano, el parque alpino italiano de Gran Paradiso, formando los dos juntos el mayor espacio protegido de los Alpes: 1.250 kilómetros cuadrados. Se creó para proteger el íbice o cabra salvaje de los Alpes, a punto entonces de desaparecer, pero también para salvaguardar esta extensa zona ante el creciente desarrollo de las estaciones de esquí en torno a los pueblos de montaña, que buscaban en los deportes invernales su tabla de salvación.

La Vanoise es una zona bastante soleada, encajonada entre los ríos Arc e Ísere, con una geología enrevesada y con hasta 18 cimas que se elevan más de 3.500 metros, siendo la más alta la Grande Casse (3.855 metros). Sirve de refugio a una fauna alpina y una flora muy variada y llena de curiosidades. Pero, afortunadamente, el senderismo es la única forma de actividad permitida en el centro del parque: sus senderos señalizados invitan a hacer caminatas acompañados por un guarda, o a refugiarse en alguno de los 50 refugios a lo largo del camino.

Uno de los canales que atraviesa la ciudad alpina de Annecy.
Uno de los canales que atraviesa la ciudad alpina de Annecy.Federica Gentile (getty images)

2. Venecia en los Alpes: Annecy y su lago

En el corazón del departamento de la Alta Saboya está Annecy, una ciudad de 50.000 habitantes cuyo mayor encanto es su ubicación, a orillas de un hermoso lago de aguas verdeazuladas, el Lac d’Annecy, abrigado por macizos prealpinos que invitan a trepar por ellos. La alternativa es recorrer las riberas del lago en bici, o tumbarse en las arenas de sus playas, ya sea en la misma Annecy o en un rincón más salvaje. Los viajeros más románticos pueden alquilar una barca cerca del Pont des Amours (el puente de los amores) y salir a navegar por el lago. La leyenda cuenta que la pareja que se dé un beso sobre dicho puente estará unida de por vida.

Annecy es conocida popularmente como la “Venecia de los Alpes” por su laberinto de canales y callejones junto al lago. Es fácil perderse por ellos, pero ahí reside su mayor encanto: recorrer estas viejas calles bordeadas por los ríos Thiou y Vassé que atraviesan la ciudad resulta de lo más relajante. Si hace buen tiempo, podremos bañarnos en sus aguas turquesa y si buscamos una nota romántica, la encontraremos en sus fachadas de vivos colores con balcones adornados con geranios que le dan un aire italiano. La ciudad está dominada, en lo alto, por un museo-castillo, antigua residencia de los Condes de Ginebra.

En el Lac d’Annecy conocen el turismo desde finales del siglo XIX, cuando empezaron a llegar los primeros visitantes para bañarse en sus aguas o practicar deportes acuáticos. Su orilla más soleada es la oriental, donde están los municipios más exclusivos como Menthon-Saint Bernard y Talloires. Aunque el lago en realidad no es uno, sino dos: al norte, el gran lago y, al sur, el pequeño, que termina en un inmenso cañaveral y que tiene fama de ser más romántico y salvaje. Alrededor del lago se han habilitado 40 kilómetros de carril-bici, en gran parte a lo largo de una antigua vía férrea, para ofrecer una ruta con preciosas vistas.

Un grupo de visitantes se adentra en la cueva de hielo del glaciar Mer de Glace, en el Mont Blanc (Francia).
Un grupo de visitantes se adentra en la cueva de hielo del glaciar Mer de Glace, en el Mont Blanc (Francia).Delphotos (ALAMY)

3. Mer de Glace, en el corazón del hielo

El zarpazo del calentamiento global ha hecho retroceder considerablemente la lengua de hielo del glaciar Mer de Glace (Mar de Hielo), el mayor de Francia, en la ladera norte del Mont Blanc, pero sus siete kilómetros de longitud y 200 metros de profundidad siguen causando un hondo impacto. Los imponentes picos que lo rodean —los Drus y las cimas graníticas de Grandes Jorasses— le confieren aún más espectacularidad. Una vez allí es obligada una visita a la gruta de hielo: una cueva excavada en el siglo XIX en el corazón del glaciar, que cada año se reconstruye.

El Mer de Glace fue descubierto y bautizado por dos ingleses en 1741: el naturalista Richard Pococke y su amigo William Windham, quien vio en él “un mar agitado por una brisa que parecía haber helado todo de golpe”. Desde Chamonix se accede al Mer de Glace a pie o en un tren cremallera rojo que lleva circulando desde 1908. En los albores del siglo XX se tardaba una hora en recorrer el trayecto de cinco kilómetros con pendientes del 20% y un desnivel total de casi 900 metros. Hoy se llega en apenas 20 minutos. Al salir del tren, en la estación de Montenvers, a una altitud de 1.935 metros, se puede divisar en todo su esplendor el Mer de Glace. A esta misma altura se ubican la Galerie des Cristaux y el Musée de la Faune Alpine y un formidable Glaciarium (centro de interpretación) que expone la historia de la formación geológica de este lugar. Por un sendero algo escarpado (unos 230 escalones) o en teleférico se desciende hasta el hielo y se accede, después de otros 300 escalones, a una asombrosa obra de arte efímero: la Grotte de Glace, que parece un curioso albergue de montaña excavado en el hielo, de tonos azulados con salón, cocina, etcétera. Solo hay cuatro grutas de este tipo en Suiza y en Francia. Los senderistas curtidos en la alta montaña sabrán también apreciar la vía ferrata del balcón del Mer de Glace o la bajada a Chamonix por Les Planards o por el pueblo de Les Bois.

Un turista suspendido sobre la cabina acristalada Pas dans le Vide, en la montaña de Aiguille du Midi, en el Mont Blanc.
Un turista suspendido sobre la cabina acristalada Pas dans le Vide, en la montaña de Aiguille du Midi, en el Mont Blanc.Ryan Carter (ALAMY)

4. Aiguille du Midi: un mirador cerca del cielo

Desde el centro de Chamonix se puede subir al teleférico más alto de Europa, que en menos de media hora alcanza la cima de más de 3.800 metros de la montaña de Aiguille du Midi, la más alta del valle de Chamonix. En realidad, para sentir que tocamos el cielo con los dedos hay que coger un ascensor que sube hasta el punto más elevado de la Aiguille du Midi… ¡a 3.842 metros de altitud!

Construido a principios de la década de 1950, el teleférico de la Aiguille du Midi supuso un desafío técnico inmenso para la época. Actualmente, en unos 20 minutos y en dos tramos, propulsa a cualquier persona calzada con sencillas deportivas hasta el pico norte de la aguja, a casi 4.000 metros de altitud. Allí en lo alto se alumbra una espectacular panorámica de 360° en la que se contemplan las grandes cimas legendarias de los Alpes: el Mont Blanc, las Grandes Jorasses, la Aiguille Verte, el Dent du Géant…

Los que se animen a tomar el ascensor hasta la Aguille, más allá del teleférico, podrán disfrutar del famoso Pas dans le Vide (paso en el vacío), una cabina de vidrio totalmente transparente con 1.000 metros de vacío bajo los pies y vistas del Mont Blanc. Una experiencia adrenalítica no apta para quien padezca vértigo. Por último, un pequeño museo muy instructivo, L’Espace Vertical, trata sobre el alpinismo y los deportes extremos de montaña.

La presa del lago de Roselend, en el distrito francés de Saboya.
La presa del lago de Roselend, en el distrito francés de Saboya.Tinieder (getty images)

5. Lago de Roselend, una presa que creó un paisaje

A 1.557 metros de altitud y entre verdes praderas alpinas salpicadas de vacas, las aguas azul verdoso del lago de Roselend reflejan la silueta del macizo Roc du Vent. Y la gigantesca curvatura que forma la presa que retiene el caudal de agua le otorga aún más majestuosidad. Resulta difícil imaginar de otra manera este paisaje digno de postal. Sin embargo, antes de 1960, aquí había el pueblo de Roselend, dedicado al pastoreo y que empezaba a notar los primeros embates del turismo. Todo eso desapareció cuando se construyó la presa. Pero no hay mal que por bien no venga, ya que esa construcción faraónica, de 800 metros de longitud y 150 metros de altura, puso freno al incipiente turismo de masas. Además, Électricité de France, a cargo de la infraestructura, pagó indemnizaciones que permitieron, de manera indirecta, el nacimiento de la cooperativa lechera de la comuna de Beaufort. El único recordatorio que queda de la aldea sumergida es la Chapelle Sainte-Marie-Madeleine, una réplica de la original y un bonito lugar para hacer un pícnic frente al lago.

En los alrededores de Roselend hay muchas rutas de senderismo. Como la Grande Berge, una excursión familiar que se puede hacer en dos horas y media y que recorre tramos de la mítica travesía alpina del GR5. Más dificultad tiene la dura ruta del Roc-du-Vent, unas cinco horas de duración, que pasa por una impresionante formación rocosa que domina los lagos de Roselend y de la Gittaz. Por último, la ruta circular de la Roche Parstire (alrededor de cuatro horas y media), con inicio en el aparcamiento de Col du Pré, ofrece vistas panorámicas, con Roselend, el valle de Arêches y el Mont Blanc como telón de fondo.

La abadía de Hautecombe, asomada al lago Bourget, en los Alpes franceses.
La abadía de Hautecombe, asomada al lago Bourget, en los Alpes franceses.Stephanie Hager - HagerPhoto (getty images)

6. Abadía de Hautecombe, esplendor cisterciense en Saboya

Si se llega en barco, la abadía avisa de su presencia con mucha antelación. En coche, surge de la nada al girar una curva. Pero una vez allí, la impresión de grandiosa serenidad que envuelve al visitante es exactamente la misma. La abadía cisterciense de Hautecombe, fundada en el siglo XII, es la joya de la llamada costa salvaje de Bourget, el mayor lago de origen glaciar de Francia y cuyo volumen de agua equivale al consumo anual de agua potable en todo el país.

A 24 kilómetros de Le Bourget-du-Lac y a 26 de Aix-les-Bains, este antiguo monasterio fue fundado en 1139, y la abadía conoció su época dorada en los siglos XIII y XIV, cuando gozaba de un gran poder y una gran influencia espiritual. Transformada en una fábrica de cerámica tras la Revolución Francesa (1789-1799), volvió a ser ocupada por los cistercienses y luego por los benedictinos, hasta que en 1992 se instaló aquí una comunidad católica ecuménica (la comunidad del Camino Nuevo). La iglesia, uno de los únicos edificios del monasterio abiertos al público, fue prácticamente reconstruida en su totalidad en el siglo XIX en “estilo trovador”, una especie de imitación kitsch e idealizada de la Edad Media, muy en boga en esa época, de ahí su decoración sobrecargada de esculturas completamente opuesta a la sobriedad cisterciense.

La abadía también es famosa por ser el panteón de los condes y los duques de Saboya: alrededor de una cuarentena de ellos fueron enterrados aquí hasta el siglo XVII. Tampoco hay que perderse el granero-embarcadero del siglo XIII: con arcadas abovedadas que acogían a los barcos cargados con las cosechas procedentes de las tierras de la abadía situadas en la otra ribera del lago. Donde antes se almacenaban el grano y la harina, ahora se celebran exposiciones y conciertos.

El monumento a la Resistencia en Le Petit-Bornand-les-Glieres.
El monumento a la Resistencia en Le Petit-Bornand-les-Glieres.Andia (ALAMY)

7. Meseta de Glières, el refugio de la Resistencia

Esta meseta aislada, encajada entre dos crestas alpinas cubiertas de bosques, merece ser explorada tanto por sus paisajes como por la historia que evoca. En marzo de 1944, los nazis, ayudados por la milicia francesa, atacaron a los maquis que se habían reagrupado en este lugar. Más de un centenar de miembros de la Resistencia murieron durante los combates. Sin embargo, también fue en la meseta de Glières donde en agosto de 1944 los aliados lanzaron en paracaídas toneladas de armas que permitieron a los miembros de la Resistencia de la Alta Saboya liberar el departamento. Por tanto, un lugar histórico y de gran belleza, muy agradable para caminar, pedalear, esquiar…

A la meseta se accede por Thorens o por Le Petit-Bornand-les-Glières. A la altura del Col des Glières (1.440 metros), el enorme Monument National à la Résistance, obra de Émile Gilioli, uno de los representantes de la escultura abstracta francesa en la década de 1950, pretende ser un símbolo de la esperanza. Una ruta de dos horas por el sendero “Maquis des Glières” serpentea a través de la meseta y permite descubrir su historia. También se puede recorrer en bicicleta.

Una cabina del teleférico que transporta hasta la cima de Caron, en Val Thorens.
Una cabina del teleférico que transporta hasta la cima de Caron, en Val Thorens.lucag_g (ALAMY)

8. La cima de Caron: el mirador de los mil picos alpinos

Los 3.195 metros de altura de la cima de Caron no son suficientes para ser el punto más elevado de la zona de Val Thorens y Les Trois Vallées. Pero su cumbre, que se alcanza en menos de cinco minutos en teleférico, ofrece una de las panorámicas más majestuosas de los dos departamentos saboyanos: una vista circular sobre más de un millar de picos de los Alpes franceses, suizos e italianos, entre ellos el macizo del Mont Blanc, la Vanoise, el Queyras (monte Viso), el Thabor y los Écrins.

Desde aquí se contempla también la cosmopolita estación de esquí de Les Menuires frecuentada por familias pero también por jóvenes esquiadores. Aunque predominan los bloques propios de cuando se creó en los años sesenta, las nuevas construcciones se inspiran en los chalés saboyanos e intentan integrarse con mayor armonía en el entorno. A una decena de kilómetros de allí, Val Thorens, a 2.300 metros, es la estación de esquí más alta de Europa.

La afluencia de esquiadores, y en verano de excursionistas, ha desarrollado en la zona una buena oferta para comer y dormir. Por ejemplo, en el restaurante-granja Chez Pépé Nicolas, un lugar único, a dos kilómetros de Les Menuires por la carretera a Val Thorens. Es un negocio familiar que permite conocer de forma genuina las tradiciones rurales. Entre su oferta sobresalen actividades como la elaboración de queso, las visitas a los pastos alpinos acompañados de un pastor y el ordeño manual de las cabras. Todo ello rematado con un restaurante en el que sirven especialidades saboyanas, con vistas al pico de la Masse y del glaciar de Péclet-Polset.

9. Lemán: vacaciones en el mar interior de los Alpes

Al norte de Saboya, en su frontera con Suiza, el lago Lemán, el mayor de Europa occidental, con 582 kilómetros cuadrados, es también un auténtico mar interior. Los vecinos de la zona también lo llaman el “lago de Ginebra”. Sus playas están en su mayor parte cubiertas de hierba y sombreadas, y ofrecen una tranquilidad revitalizante. En algunos tramos el lago alcanza una profundidad de más de 300 metros y sus 167 kilómetros de ribera impresionan.

Tranquilo y sereno en verano, sus aguas pueden llegar a agitarse mucho los días de tormenta, para placer de los windsurfistas que se mofan del llamado “cierzo del lago”. En verano, una flota de barcos de vapor estilo belle époque surca sus aguas hasta los puertos suizos.

Bañarse aquí tiene el aliciente de gozar de espectaculares vistas a la montaña, pero no siempre es fácil encontrar buenos rincones sin conocer la zona. La playa de Excenevex, la única de arena fina, está especialmente concurrida en verano y es muy popular entre las familias con niños. Paseando por la orilla es fácil ver mansiones lujosas y desde la toalla, las vistas son magníficas, especialmente si dirigimos nuestra mirada a la Dent d’Oche, en el macizo de Chablais.

Otro arenal concurrido es el de Sciez-Songy, con césped, bar, restaurantes, juegos para niños, baño vigilado en verano… mientras que las playas de la localidad de Anthy-sur-Léman son populares entre los habitantes de la zona, especialmente la playa municipal de Recorts, con tramos de hierba y otros de guijarros.

10. Col des Aravis, una meca para los ciclistas alpinos

Los aficionados al ciclismo conocen muy bien este nombre. A casi 1.500 metros de altitud, en la frontera entre los departamentos de Saboya y Alta Saboya, el puerto de Col des Aravis y sus sobrecogedoras cornisas ofrecen magníficas vistas sobre el Mont Blanc. Conocido por sus impresionantes desniveles, este alto de montaña es un punto de partida ideal para realizar tranquilos paseos a pie, pero también excursiones de altura. Entre la Aiguille Verte y el monte Tondu se puede observar el macizo del Mont Blanc y la Tête du Torraz. Los amantes de las vías ferratas también aprecian mucho este lugar central de la región.

Refugio de montaña en el lago Blanc, en la reserva natural de las Agujas Rojas, en Chamonix. (Francia)
Refugio de montaña en el lago Blanc, en la reserva natural de las Agujas Rojas, en Chamonix. (Francia)GFC Collection (alamy)

11. Aiguilles Rouges, una reserva natural con vistas al sur

El macizo de las Agujas Rojas (Aiguilles Rouges, en francés) mira de frente a la cadena del Mont Blanc. Desde sus laderas, las vistas a la montaña más alta de Europa occidental son insuperables. Además, atesora un valioso catálogo de fauna y flora: íbices, rebecos, tritones, águilas reales, perdices nivales, gamuzas, lirios martagones, gencianas, rododendros…A este gran macizo situado en el flanco norte del valle se le conoce como “balcón sur” porque está expuesto al sol. Debe su nombre a la presencia de hierro en sus rocas, que al oxidarse adquieren un tono rojizo muy particular. La zona alberga diversas reservas naturales como la propia Aiguilles Rouges, Carlaveyron o el Vallon de Bérard. También pueden verse aquí preciosos lagos alpinos (Lac Blanc, Lacs Noirs, lago Cornu, lago del Brévent). Entre Argentière y Vallorcine, en el Col des Montets, desde el chalé de acogida de la Réserve Naturelle des Aiguilles Rouges unos escalones fáciles serpentean por la cima del puerto. Los senderistas pueden avanzar entre impresionantes valles y crestas afiladas, esculpidas pacientemente por el tiempo y los elementos, y contemplar majestuosos circos excavados por los glaciares.

El macizo montañoso de Tournette, en la Alta Saboya, en la región francesa de Ródano-Alpes.
El macizo montañoso de Tournette, en la Alta Saboya, en la región francesa de Ródano-Alpes.Thomas Pollin (getty images)

 12. Col de la Forclaz y la Tournette, entre cabras montesas

Al sur del lago de Annecy, el puerto de Col de la Forclaz revela un panorama excepcional sobre el espejo lacustre y las montañas que lo rodean. Los caminantes más valientes pueden subir al pico de la Tournette desde el vecino Col de l’Aulp; que ofrece una de las postales más hermosas de la Alta Saboya, con vistas al lago y también a los picos de los Aravis, el macizo del Mont Blanc y el de los Bauges.

Una de las rutas más populares es la que va desde Annecy siguiendo la orilla oriental hasta Écharvines (entre Menthon y Talloires) y luego continúa en dirección al Col de la Forclaz. Las vistas son excepcionales, con el lago en primer término y como fondo las cimas de los Bauges, el Semnoz y los Dents de Lanfon. En este punto muchos se lanzan en parapente, para después saborear una especialidad saboyana en uno de los restaurantes del lugar, como el Chalet La Pricaz.

Otra desde las excursiones inolvidables es la ascensión hasta el refugio de la Tournette (1.774 metros), con la rotunda presencia del circo del Casset, el lago de Annecy y las cimas que lo rodean. Los excursionistas más experimentados pueden continuar hasta llegar a la cresta central (2.351 metros), desde donde contemplarán uno de los más bellos espectáculos de los alrededores: unas magníficas panorámicas de toda la región con el macizo del Mont Blanc en el horizonte. No es raro toparse con cabras montesas.

Una perspectiva aréa del pueblo alpino de Bonneval-sur-Arc, considerado uno de los más bonitos de Francia.
Una perspectiva aréa del pueblo alpino de Bonneval-sur-Arc, considerado uno de los más bonitos de Francia.agustavop (getty images)

13. Bonneval-sur-Arc, uno de los pueblos más bellos de Francia

En los habituales rankings de los pueblos más bonitos de Francia, siempre despunta Bonneval-sur-Arc, una auténtica joya de la arquitectura de montaña. Es una villa de casas de piedra con balcones de madera y tejados de pizarra, preservadas de cualquier indicio de modernidad, que consiguen crear una magnífica sensación de armonía. En Bonneval uno tiene la impresión de estar en el fin del mundo. Es el último pueblo antes del Col de l’Iseran, a 1.850 metros de altitud, en los confines de la Alta Maurienne. Parece un milagro que la llegada del turismo no haya alterado la economía del pastoreo tradicional. Lo más característico son sus casas tradicionales, que se aprietan en torno a su iglesia dejando entre unas y otras solo estrechos callejones. Bonneval está además magníficamente restaurado: ni una antena, ni una parabólica, ni un cable eléctrico o poste perturba la sensación de atemporalidad. Algunos habitantes aún secan en sus calles los greubons, pequeños ladrillos de estiércol de vaca o de carnero que sirven de combustible durante el invierno.

Merece la pena también acercarse a L’Écot, una aldea formada por las casas de arquitectura tradicional que dominan el valle, y a su pequeña Chapelle Sainte-Marguerite (del siglo XII), cuyo conjunto ofrece una panorámica grandiosa a 2.000 metros de altitud. Una única familia vive aquí todo el año, pero la aldea sirve de punto de partida de numerosas rutas de senderismo.

14. Col de l’Iseran, el rey de los puertos

Muy cerca de allí se encuentra el Col de l’Iseran, frontera natural entre los dos grandes valles saboyanos de Maurienne y Tarentaise y parte integrante del parque nacional de la Vanoise. Pero Iseran es, sobre todo, el puerto de carretera más alto de los Alpes, con sus 2.764 metros de altitud. Un poderoso reclamo para los organizadores del Tour de Francia, que hasta en ocho ocasiones lo han incluido en la gran carrera ciclista europea. También es uno de los puertos más salvajes, especialmente en la ladera de Bonneval-sur-Arc.

Para los valles de Maurienne y Tarentaise, el puerto es una especie de fin del mundo, una impresión que queda reforzada por un paisaje espectacular a la vez que austero e inquietante. Desde su cima descienden algunas de las pistas más bonitas de Val-d’Isère. Cada año, a finales de primavera, hace falta alrededor de un mes para despejar la carretera del puerto, bloqueada por varios metros de nieve. Construida en el período de entreguerras, la carretera del Iseran actualmente forma parte de la Route des Grandes Alpes, una ruta turística de 720 kilómetros que atraviesa los Alpes franceses de norte a sur, pasando por 17 puertos de montaña, seis de los cuales se encuentran a más de 2.000 metros sobre el nivel del mar. Si uno se siente con fuerzas de subir en bicicleta este puerto, catalogado como de categoría especial, se aconseja lo siguiente: empezar la ascensión en Bonneval-sur-Arc (en el lado de Maurienne), más bonito y agreste (14 kilómetros hasta el puerto); salir a primera hora de la mañana para evitar el tráfico denso (hay que tener cuidado con los motoristas), y tener cuidado con las marmotas, que tienen la costumbre de cruzar la carretera.

15. Tarentaise, el paraíso del esquiador

Con sus tres zonas de esquí legendarias, Les Trois Vallées (una de las mayores zonas de esquí del mundo), Paradiski y Tignes-Val-d’Isère, el valle de Tarentaise concentra una quincena de estaciones y más de 1.300 kilómetros de pistas. Algunas se han vuelto míticas, como la Face de Bellevarde, en Vald’Isère, con una pendiente máxima de más del 70%. No todo son desafíos para esquiadores expertos; los principiantes también encontrarán fantásticas pistas verdes y azules.

Cerca de la comuna de Modane esperan también agradables y pequeñas estaciones que son una puerta de entrada hacia la gran zona de esquí de Les Trois Vallées. Son pistas como Valfréjus, una pequeña estación nueva bajo el monte Thabor que ha aprendido de los errores de sus hermanas mayores y ha intentado fundir su arquitectura con el bosque. Además de un ambiente juvenil y familiar tiene muchas actividades aparte del esquí, como una pista de trineo iluminada, con virajes y túneles, o una escuela de speed-riding (una modalidad entre parapente y paracaidismo, con esquís en los pies).

Otra estación alternativa es La Norma: de fácil acceso, 65 kilómetros de pistas, desnivel considerable (1.350-2.750 metros) y fuertes pendientes que la hacen interesante también para los avezados en la práctica del esquí y el snowboard. Situada frente al macizo de la Vanoise, ofrece además bellos paisajes. El centro de la estación está reservado a los peatones, y esto hace de ella una opción ideal para familias, pese a que La Norma sea la más fiestera de las estaciones de Maurienne. Los esquiadores pueden considerar también la opción de alojarse en Orelle, que aunque no es una estación propiamente dicha, sino un pueblo, está unido a Val-Thorens y a Les Trois Vallées gracias al segundo mayor telecabina de Europa (sube de 880 metros a una altura de 2.350, por encima de Val-Thorens).

16. Probando el queso de los pastores alpinos

Para degustar la gastronomía más típicamente alpina es imprescindible entregarse al reblochon, un queso que nació en el valle de Thônes en época medieval. La experiencia no solo pasa por probarlo sino también por ver cómo lo elaboran. Y es que un gran número de explotaciones agrarias de la Alta Saboya abren sus puertas para mostrar las distintas etapas de este fromage reconocible por su corteza y su color azafranado. También es posible disfrutar del intenso sabor del reblochon fundido en una deliciosa tartiflette gratinada (receta local a base de queso, patatas cocidas, cebollas, bacon, nata, pimienta y vino blanco) tras una intensa jornada descendiendo por las pistas.

El reblochon debe su nombre al verbo reblocher, que significa “reordeñar”. En el antiguo sistema de aparcería se trataba de una astucia de los campesinos que consistía en ordeñar por segunda vez sus vacas por la noche para reducir las rentas que les debían a los monjes. La leche de este segundo ordeño, más cremosa y más rica en materia grasa, era ideal para transformarla en queso. El reblochon de granja se reconoce por la pastilla verde que lo acompaña, mientras que el frutero (el de las cooperativas) lleva una pastilla roja. Un tercio de la producción granjera se fabrica en la localidad de Le Grand Bornand.

El circo de Fer-à-Cheval , en el departamento de Alta Saboya, en los Alpes franceses.
El circo de Fer-à-Cheval , en el departamento de Alta Saboya, en los Alpes franceses.Giovanni Caruso (getty images)

17. Fer-à-Cheval, un anfiteatro que llora en forma de cascadas

En la cara norte del Mont Blanc, el inmenso anfiteatro de acantilados calcáreos que es el circo del Fer-à-Cheval resulta uno de los parajes más excepcionales y majestuoso de los Alpes franceses. Con una longitud de cinco kilómetros, es todo un espectáculo, sobre todo en primavera, cuando el deshielo deja caer una treintena de cascadas que surgen de sus flancos, en medio de un tumulto increíble.

Dominado por la Corne du Chamois este inmenso circo acordona el sector Este del valle de Giffre sin que por ello quede totalmente cerrado. Los escarpados acantilados descansan sobre los flancos irregulares del pico de Tenneverge (2.985 metros) y alcanzan de 500 a 700 metros de altura. Es el segundo circo montañoso de Francia, después del de Gavarnie, en el departamento de Altos Pirineos. En verano además, el circo del Fer-à-Cheval permite todo tipo de excursiones: a pie, en bici y a caballo.

Como en cualquier montaña o paraje alpino, no faltan las leyendas y las historias de alpinistas y esquiadores: Jacques Balmat, el primer guía de montaña que culminó el Mont Blanc (acompañando al alpinista Michel Paccard, en 1786), murió en este circo en 1834, cerca del monte Ruan. Estuvo toda su vida obsesionado con la búsqueda de un filón de oro en estos parajes. Buscó sin descanso entre el circo del Fer-à-Cheval y Vallorcine. Aquí se explotó un poco el hierro, pero jamás se encontró rastro alguno de oro.

La fuente de los Elefantes, también conocida como 'Los cuatro sin culo', en el casco histórico de la ciudad francesa de Chambéry.
La fuente de los Elefantes, también conocida como 'Los cuatro sin culo', en el casco histórico de la ciudad francesa de Chambéry.Hemis (ALAMY)

18. Chambéry: el refugio de montaña de Rousseau

No todo son montañas, glaciares y pistas de montaña en Saboya. Chambéry, su capital, es una ciudad magnífica, dominada en lo alto por el castillo de los Duques de Saboya. Hay que tomarse tiempo para perderse tranquilamente por el laberinto de callejuelas sombrías adoquinadas del centro medieval, sin miedo a tomar los sorprendentes atajos (allé) que permiten pasar de una calle a otra, sin ser vistos, a través del patio de un edificio. El viajero puede acceder a algunos de ellos, sobre todo por detrás de las coloridas fachadas de la Place Saint-Léger, antiguo centro de la ciudad. Otros, cerrados con puertas con código de acceso, solo pueden conocerse mediante visita guiada.

Chambéry nos da la oportunidad de sumergirnos en el corazón de la historia de Saboya. Fue un lugar muy querido por Jean-Jacques Rousseau, un centro comercial muy relevante y una elegante ciudad residencial para nobles y burgueses que levantaron palacetes que hoy le dan un toque de distinción. Aunque tal vez su símbolo más conocido sea su famosa Fontaine des Éléphants, conocida afectuosamente como “¡los cuatro sin culo!” (la fuente solo deja ver la parte delantera y la cabeza de los cuatro elefantes).

La ciudad, en plena transformación, ha cambiado mucho en los últimos años, esforzándose sobre todo en convertirse en un apacible lugar para recorrer el centro en bicicleta. Visita obligada es el castillo de los Duques de Saboya, antigua residencia ducal que se construyó en muchas fases a partir del siglo XIII. Actualmente alberga la sede del Consejo General y de la Prefectura del departamento, pero permite a los turistas ver algunas de sus salas. En la torre Yolande está instalado el Gran Carillón de Chambéry que, con sus 70 campanas, es uno de los más grandes del mundo.

Chambéry tiene también una catedral de estilo gótico, con el conjunto de trampantojos más grande de Europa (del siglo XIX), y numerosos palacetes (hôtels particuliers) en el casco antiguo, de estilos muy diversos: renacentistas, italiano, neoclásicos… que nos van dando lecciones de historia de la ciudad. Y por supuesto, no falta la Casa de Rousseau, Les Charmettes, donde el intelectual francés vivió entre 1736 y 1742 con Madame de Warens, su protectora y amante. Esta casa de campo, que se halla ubicada en un pequeño valle, se convirtió en lugar de peregrinaje tras su muerte. Hoy la vivienda conserva gran parte de su encanto y su jardín botánico ofrece un marco ideal para un pícnic a la sombra de manzanos. Desde el centro se puede llegar a Les Charmettes dando un bonito paseo pasando por el Parc de l’Étincelle.

El lago de Bourget, a la altura de la localidad de Aix-les-Bains, en el departamento francés de Saboya.
El lago de Bourget, a la altura de la localidad de Aix-les-Bains, en el departamento francés de Saboya.Lac du Bourget, Aix les Bains, Savoie , France

19. Mirando las profundidades del lago de Bourget

Desde Chambéry la escapada más sencilla hacia el norte es al lago de Bourget, la balsa de agua dulce más grande y profunda de Francia, con 18 kilómetros de largo. Bajo la Dent du Chat, el imponente pico vecino, el lago conserva un aspecto salvaje que los amantes de la naturaleza aprecian especialmente. Sus colores cambiantes a lo largo de las estaciones sumergen al visitante en fantasías románticas, como hicieron sus ilustres predecesores del siglo XIX, Honoré de Balzac, George Sand o Alphonse de Lamartine.

En verano, sus cristalinas aguas a 25 grados atraen a los turistas aunque tan solo cuenta con una decena de playas accesibles a los bañistas: la playa de Brison-Saint-Innocent (punta del Ardre), un extenso terreno cubierto de hierba, parcialmente a la sombra, que da a una playa de guijarros; o la de Châtillon, una pequeña playa frecuentada sobre todo por locales en el extremo norte del lago, cerca del pueblo de Chindrieux, junto al encantador puerto de Châtillon. O Les Mottets, la playa familiar por excelencia, con juegos para niños, barbacoas, pista de patinaje/skate, y un espacio pedagógico en el cañaveral de les Mottets, donde se han reintroducido 30 galápagos europeos.

20. El esquí con encanto: las estaciones-pueblo del Chablais

En la Alta Saboya, entre el Mont Blanc y el lago Lemán, podemos saborear la autenticidad de los pueblos de la región histórica del Chablais. En las antípodas de las factorías de esquí, las pequeñas estaciones-pueblos diseminadas por el valle del Arve, el valle de Giffre o incluso en la Vallée Verte mantienen un ambiente tranquilo y resultan más baratas que las grandes estaciones. Habère-Poche, Morillon o Praz de Lys Sommand son perfectas para los esquiadores o los excursionistas que buscan calma y autenticidad.

Estas estaciones-pueblo son pequeños rincones para quienes no buscan ni grandes restaurantes ni buenas comunicaciones. Son lugares como por ejemplo el Vallée Verte, un valle a unos 20 kilómetros al sur del lago Lemán que agrupa ocho municipios, como Habère-Poche, Habère-Lullin, Saxel, Bogève… Como bien sugiere su nombre, este territorio se presta a las actividades al aire libre: excursiones a pie o a caballo, bicicleta de montaña, pesca… O como el contiguo Vallée du Brevon, concentrado en torno a las villas de Bellevaux y Lullin. Merece la pena visitar el hermoso lago de Vallon, surgido de un desprendimiento de tierra y muy frecuentado por pescadores y excursionistas. Y también podremos dar el salto al Val des Usses, quizá menos secreto que los anteriores porque está menos aislado. Este valle surcado por el río de Usses, y cuya principal cabecera es el municipio de Frangy, ofrece múltiples posibilidades de excursiones.

Y para buscar alojamientos más íntimos que los apartamentos de las estaciones de esquí, en el valle de Giffre hay pueblos encantadores como Taninges, que presume de su carrillón con 40 campanas y su cartuja del siglo XII. O como Taninges, cuna del parapente y que sigue atrayendo a los amantes de las sensaciones fuertes y los paisajes espectaculares.

21. Mont Revard, un mirador de vértigo sobre el vacío

El monte Revard es el segundo lugar más visitado de Saboya (después de la Abbaye d'Hautecombe). Y todo se debe a una plataforma de cristal sobre el vacío que constituye el mirador más impresionante sobre el lago de Bourget. Situado a 1.537 metros, ofrece una visión de 360°, desde la conurbación de Chambéry hasta el pico del Mont Blanc, pasando por el macizo de los Bauges. En el lado oeste, varias plataformas, incluida una con el suelo de cristal, sobresalen por encima del vacío y permiten admirar todo el lago de Bourget y sus alrededores. Al este se pueden contemplar los Bauges, con los Alpes y el Mont Blanc de fondo. In situ, el restaurante Les Quatre Vallées ofrece honesta cocina saboyana.

Chartreuse d’Aillon, un antiguo monasterio cartujo del siglo XII, sirve de sede para la Maison du Patrimoine du Parc des Bauges. Restaurada tras haber sido víctima de varios incendios, la cartuja alberga hoy exposiciones interactivas sobre el patrimonio geológico, histórico y cultural del macizo, así como sobre la historia religiosa del lugar.

Una turista observa la fortificación de Esseillon.
Una turista observa la fortificación de Esseillon.Hemis (alamy)

22. Barrera del Esseillon: fortalezas militares al borde del abismo

Esta impresionante serie de fortificaciones militares se erigió a principios del siglo XIX para defender el reino de Piamonte-Cerdeña frente a una eventual invasión francesa. Cuarenta años más tarde, la Barrera dejó de ser estratégica y se abandonaron las fortalezas. Situados en una arista natural bajo el pueblo de Aussois, los cinco fuertes llevan los nombres de los miembros de la familia real de Saboya y están unidos por un sendero peatonal. Tres de ellos se pueden visitar. Esta línea de fortificaciones militares realmente impresiona, tanto por su tamaño como por su situación.

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