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Escapadas

Asomados al Adriático, de Trieste a Rijeka

De la ciudad italiana a la croata para descubrir dos enclaves con un pasado común y convulso que hoy guardan un atractivo legado

La zona céntrica de Rijeka, en Croacia. 
La zona céntrica de Rijeka, en Croacia. Julia Lavrinenko (alamy)

Algo más de una hora de coche dista de Trieste a Rijeka, dos ciudades, dos mundos, dos culturas que por su posición geográfica —ambas asomadas al mar Adriático— fueron otrora motivo de disputas. Primero entre Italia y el Imperio Austriaco (las famosas guerras de independencia del siglo XIX) y después en los dos conflictos bélicos mundiales, que alteraron mapas, fronteras y puentes… Al menos hasta la disolución del telón de acero, que a su vez ejerció como detonador en la desintegración de la antigua Yugoslavia. El pasado es tan sumamente difícil de afrontar que en ocasiones se cierra con llave ante la incapacidad de superar o admitir los errores. En medio de esta ruta de cicatrices que va de Italia a Croacia, pasando por Eslovenia, una memoria distorsionada y mal rescatada no ha impedido que para el viajero florezcan algunas rosas.

El castillo de Miramar, en la ciudad de Trieste (Italia).
El castillo de Miramar, en la ciudad de Trieste (Italia).Andrea Pavan (sime)

Trieste, que pasó a la región italiana de Friuli-Venezia-Giulia tras la I Guerra Mundial, es una Viena con puerto. Una fusión de culturas y religiones (pasó de ser laica y socialista con los Austrias a democristiana a mitad del siglo XX), de —también hoy— utópica independencia. Irradia una animada historia (fue conquistada por Napoleón), una mezcla de estilos y sabores. Aquí hay que detenerse en el castillo de Miramar —construido como residencia de la corte imperial—, la plaza de la Unidad de Italia —asomada al Golfo—, sin olvidar la catedral de San Giusto Martire, el barrio del Borgo Teresiano con el Puente Rojo, palacios señoriales, el teatro Verdi y sus óperas, la Gruta Gigante con estalagmitas de hasta 12 metros… Y para los amantes del descubrimiento y de tomar conciencia con el pasado existe la posibilidad de visitar un campo de concentración fascista: Risiera di San Sabba. Lugar de masacre para partisanos, judíos y detenidos políticos.

Un lugar con heridas, con historia. Lleno de contradicciones y mina de oro de escritores y artistas, de chefs y cafeteros. Y es que en Trieste no puedes dejar de probar el goulash, la menestra de alubias y los gnocchi de pan. Además de frecuentar los cafés. Especialmente el Caffè degli Specchi, donde acudían Stendhal, Italo Svevo y James Joyce (se cuenta que pudo haber escrito allí páginas de Ulises). Todo cabe en una cultura independiente insertada en la médula espinal, demasiado auténtica, variopinta y compleja. Tierra de frontera, en definitiva.

cova fernández

Hacia Rijeka cruzando Eslovenia

Si Trieste fue el puerto de Viena, Fiume —en croata se pronuncia Rijeka— lo fue de Budapest. La ciudad ha cogido el testigo de Matera como capital europea de la cultura en 2020, una rosa en medio de una historia repleta de heridas en una metrópoli quizás más caótica aunque interesante y acogedora, condenada a un segundo plano por culpa de la guerra.

La urbe croata coge el testigo de Matera como capital ­europea de la cultura 2020

Por carretera, la opción más práctica entre ambas ciudades es atravesar Eslovenia por el interior, sin bordear la península de Istria —­una alternativa viajera más bella por sus paisajes—. Casi 78 kilómetros con una parada obligada antes de cruzar la primera frontera: la Foiba di Basovizza. Un pozo minero en el que los partisanos comunistas de Tito ejecutaron a prisioneros políticos y civiles inocentes.

Prosiguiendo la ruta por Kozina, Materija, Podgrad, Starod —segunda frontera—, Pasjak y Jurdani se llega finalmente a Rijeka. Desarrollada a tres niveles, cuenta con un importante paseo marítimo, un corazón pulsante llamado Korzo con su Torre Civica en medio y colinas. En ella se respira mar (Dante cita el golfo del Carnaro en su Infierno), arte, pasado y catolicismo. La playa de Pećine, las antiguas fábricas de producción de torpedos, la catedral barroca de San Vito y el castillo de Trsat —apenas cinco minutos a pie del santuario de la Madonna, que cuenta con una capilla votiva con importantes dones y gemas que regaló Carlos V— ejercen como legado.

Guía

  • Castillo de Miramar, en Trieste: miramare.beniculturali.it
  • Catedral de San Giusto Martire: sangiustomartire.it
  • Gruta Gigante: grottagigante.it
  • Risiera di San Sabba: risierasansabba.it
  • Turismo de Trieste: turismofvg.it
  • Santuario de la Madonna, en Rijeka: trsat-svetiste.com.hr
  • Turismo de Rijeka: visitrijeka.eu

Situada en el área adriática nororiental, fue fundada por los romanos. Después estuvo (siempre con una predominancia de lengua y cultura italianas) bajo el feudo de una potente familia alemana (Waldsee) hasta el siglo XIV, los Habsburgo de Austria y el Imperio Austrohúngaro, creado en 1867 como reforma del austriaco. Además, fue Estado libre desde 1918 hasta 1924; luego pasó a Italia, Yugoslavia y Croacia, respectivamente. Una urbe de frontera, de conflicto, de lugares pintorescos y enjambres. Con problemas serios para reconocer su identidad. Y es que también tuvo un periodo napoleónico antes de que el Congreso de Viena la devolviera a Austria: entre 1809 y 1813, el general francés la insertó en las Provincias Ilirias.

Hay un hecho que define perfectamente los asteriscos bizarros, llenos de luminosidad, decadencia y quietud de la antigua Fiume: el poeta y militar italiano Gabriele D’Annunzio entró en la ciudad el 12 de septiembre de 1919, con 2.000 voluntarios aproximadamente, reivindicando la italianidad de la misma. Años después, en 1924, el rey Víctor Manuel III proclamó el pasaje de Fiume a Italia… Hasta 1945, que fue ocupada por el Estado balcánico bajo supervisión de la OZNA, la policía secreta. Mussolini instrumentalizaría ese gesto dannunziano calificándolo de fascista. Lejos de la realidad, según afirma el escritor Giordano Bruno Guerri, lo que hizo fue defender a un pueblo oprimido que no quería pertenecer al reino de serbios, croatas y eslovenos.

La ruta, en coche, termina donde perfectamente podría haber comenzado. O no. Basta tener algunas kunas croatas para echar de nuevo gasolina y saber si se quiere salir de la Unión Europea rumbo a Bosnia o permanecer junto a Dante en su Infierno.

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