Hotel y Xalet Bringué, ‘spa’ y ventanas abiertas a las cumbres del Pirineo

Una doble revuelta de la carretera que lleva a la estación andorrana de Ordino-Arcalís separa el primer hotel Bringué del nuevo Xalet Bringué, ambos asomados a la misma orilla del río Valira del Nord, que delimita el sector norte del complejo invernal de Vallnord. Ambos exhiben un mismo porte en su fachada granítica con cubiertas de pizarra, aunque la armadura de madera entrecruzada y la altura de los acristalamientos impriman un toque más moderno al Xalet, decorado también con cierto efectismo floral en las balconadas, como empieza a ser tradición en el Pirineo más turístico.

Ambos edificios se asemejan en muchos otros detalles alumbrados por los propietarios, desde sendos restaurantes de elaboraciones cuidadas —más gastronómico y caro el Xalet— hasta sendas instalaciones spa, equipadas con piscinas climatizadas, asientos de agua y camas de burbujas —algo más kitsch la atmósfera del Bringué—. Dos pequeñas tiendas de artículos deportivos y alquiler de complementos de esquí, que funcionan solo en invierno, completan una oferta de servicios tan nutrida como sorprendente en unos espacios aparentemente tan aquilatados. Quizás es la perspectiva desde el asfalto la que engaña. Ni son tan grandes ni tan pequeños estos hoteles de la familia Bringué.

Sobre las 83 habitaciones del hotel, renovadas en 2013 con un estilo forzadamente clásico, se significan las 43 piezas familiares del Xalet, con mayor énfasis del diseño contemporáneo, motivos alegóricos al mundo de la danza y un programa de retroiluminación artificial para un mayor grado de calidez e intimidad. Saltando de uno a otro se aprecia la comodidad de unos butacones ceñidos, el difícil encaje de unos sofás adosados a los ventanales, oscurecidos por unos cortinajes foscos, la levedad de unos cabeceros provenzales y la afectación de unas lámparas frufrú, aliviada felizmente tras la última reforma. Algunos cuartos se ofrecen pareados, para mayor comodidad de las familias con niños, que pueden compartir un espacio independiente sin tabique entre ellos.

Después de una caminata por la montaña se agradece una cena reconstituyente con las ventanas abiertas para escuchar el rumor del cauce que dibuja entre estos bosques el Valira. Es tiempo de reflexión y descanso.