Moscú desde el sofá
Un recorrido en vídeo por lujosas estaciones de metro consideradas patrimonio cultural de la ciudad, la auténtica receta de la ensaladilla rusa y otros tres básicos moscovitas que no deben faltar para una futura visita
1. Una visita: el metro de Moscú
Fue inaugurado en 1935, algo más tarde que otras capitales europeas. Iósif Stalin quería que fuese el mejor del mundo, así que mandó a ingenieros soviéticos a Londres, Berlín y París para que diseñasen a la vuelta una obra digna. Y bajo el lema “un palacio para el proletariado” se creó el majestuoso metro de Moscú, que presumía de aire acondicionado y escaleras mecánicas.
Es uno de los orgullos de la capital rusa por su efectividad —en horas punta los trenes pasan cada 30 segundos y el billete cuesta unos 70 céntimos— e imprescindible para transitarla; transporta hasta nueve millones de viajeros al día. Pero también es una obra de arte por sí misma. No debe faltar una parada en Komsomólskaya para observar sus mosaicos de esmaltes y piedras preciosas, pasar por Novoslobódskaya para ver sus vidrieras, o detenerse en Dostoyévskaya, decorada con escenas de Crimen y castigo y otras obras de Dostoievski. De sus más de 200 estaciones, 44 están consideradas patrimonio cultural de Moscú.
Quien eche de menos caminar por sus pasillos o tenga curiosidad por conocer las paradas puede hacer una visita virtual a través de vídeos de YouTube, participar en conferencias en inglés que el metro organiza dos veces a la semana en su Instagram (@profmetro) o atreverse con un tour digital en 360° en ruso. Lo que no encontrará el visitante a través de Internet es la supuesta línea secreta entre el Kremlin y el aeropuerto de Vnúkovo. La leyenda cuenta que Stalin ordenó construirla —con el nombre de Proyecto D-6— para moverse en caso de ataque nuclear y que hoy todavía funciona.
2. Una película. Moscú no cree en las lágrimas
Obra del famoso director de cine ruso Vladímir Menshov, se estrenó en 1979. Galardonada con el Oscar a la mejor película extranjera en 1980 y con el Premio Estatal de la URSS, Moscú no cree en las lágrimas narra la historia de tres jóvenes amigas que a finales de la década de 1950 llegan a la ciudad y empiezan a vivir en una residencia. Katerina, que quería estudiar en la universidad pero acaba en una fábrica al no lograr la calificación necesaria; Liudmila, que llega a la capital rusa en busca del amor y cree que su destino es encontrar a un hombre rico, y Antonina, que trabaja como pintora de obra. Mientras, el filme muestra la sociedad de la Unión Soviética de ese momento y escenas del Moscú de entonces. Es una obra imprescindible para quien la visita y una buena forma de conocer parte de la vida en aquella época desde el sofá.
3. Una receta: ensalada Olivier
Lo que en España se conoce como ensaladilla rusa, de rusa no tiene nada. La verdadera se llama ensalada Olivier y su receta tiene varias leyendas. La más conocida cuenta que fue un chef de origen francés llamado Olivier quien, a finales del siglo XIX, empezó a servir el platillo en el restaurante Hermitage de Moscú.
Olivier se llevó su receta a la tumba y los clientes trataron de reconstruirla: carne de ganga (un ave) y lengua de ternera hervidas, caviar negro, lechuga, carne de bogavante, pepinos marinados, pepinos frescos, pasta de soja, alcaparras y salsa provenzal. Pocos de los ingredientes eran accesibles en la época soviética, y se dice que la receta actual es la que las amas de casa inventaron en aquel tiempo. La ensalada Olivier es un plato imprescindible en la cena de Nochevieja en las casas rusas, y se prepara así:
- Filetes de pollo cocido (300 gramos) cortados en cubos más algún otro tipo de carne (salchichas en la típica versión estudiantil).
- Dos patatas cocidas.
- Dos zanahorias cocidas.
- Cuatro huevos cocidos.
- Cebolla picada.
- Dos o tres pepinillos salados picados.
Se mezclan todos los ingredientes, se añaden 200 gramos de guisantes y un poco de eneldo (al gusto) y se adereza con mayonesa (250 gramos).
4. Una vivienda típica: colmenas brutalistas
El 90% de los moscovitas vive en apartamentos, según datos del Ministerio de la Vivienda. Los enormes y altos bloques de estética socialista pueblan la ciudad, del centro, donde abunda la arquitectura utilitarista y brutalista soviética, a las afueras. Se conservan algunas jrushchovkas —por Nikita Jruschov, entonces dirigente local y futuro secretario general del Partido Comunista—, edificios prefabricados de paneles de hormigón que van siendo demolidos para dar paso a edificios más altos. También quedan bloques constructivistas, como la Casa Comunal (calle Ordzhonikidze) o el Club Proletariat. Incluso sobreviven kommunalkas, apartamentos con cocina y baño compartidos fruto de las soluciones de vivienda colectiva soviéticas. El presidente Putin creció en una, en San Petersburgo.
5. Una canción: Noches de Moscú
Es una de las canciones más conocidas sobre la ciudad rusa, aunque originalmente versaba sobre Leningrado. El Ministerio de Cultura soviético requirió a sus creadores, el compositor Vasili Soloviov-Sedoi y el letrista Mijaíl Matusovski, que la adaptasen para dedicarla a la capital de la URSS para insertarla después en un documental sobre los logros deportivos soviéticos. Así nació Noches de Moscú. El actor Vladímir Troshin puso la voz, en 1957 se convirtió en el himno del Festival de la Juventud y los Estudiantes de Moscú, y empezó a ganar popularidad.
Hoy se han hecho miles de versiones; incluso en español. “Ni siquiera se escuchan susurros en el jardín. / Todo aquí se congeló hasta mañana. / Si supieran lo que adoro las noches de Moscú”, dice la letra, que habla de una ciudad que, sin embargo, ya no existe: la capital rusa, muy desierta incluso en cuarentena por el coronavirus, nunca duerme. Alternativas que se pueden escuchar son el himno de Moscú, de ritmos militares, o, por qué no, la música del Tetris, adaptación de la canción Korobeiniki que a muchos traslada —gracias a las imágenes de inicio del videojuego— a la plaza Roja.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.